Viaje al epicentro de la estupidez
No es una necedad inocente, sino culposa. Los niveles de idiotez que muestran sectores decisivos de la sociedad alertan de que estamos ante un problema extremadamente grave que analizar sin demora. Llámenlo como quieran, en definición despojada de insultos, pero lo cierto es que millones de personas actúan de forma irracional, carentes de valores y de escrúpulos y buscan y encuentran a quienes les representen políticamente.
Me dirán que ha ocurrido siempre, que para eso nació la Ilustración, tratando de arrancar el oscurantismo. Cierto, pero ahora aun con muchos más medios para el conocimiento, la plaga se extiende y adquiere una pujanza inaudita a través de su presencia en redes y en toda cuestión opinable. Orgullosos de sí mismos, los antivacunas, anticiencia, fascistas, egoístas, insolidarios, obtusos, faltos de razón y memoria –busquen ustedes la gradación que les encaje- pueden cambiar el curso de un país e incluso de la historia. Son hoy una amenaza capital.
No es una broma, ni una exageración. Gente capaz de creer en lo más inverosímil. Y actuar en consecuencia. Cientos de seguidores del movimiento ultraderechista QAnon se reunieron en Dallas hace unos días esperando la resurrección del hijo de Kennedy, que murió en un accidente de avión hace 22 años. Estaban convencidos de que aparecería para anunciar la vuelta de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Aquel por quien asaltaron el Capitolio en enero.
Es un extremo, pero hay más. Están los de echarse a la calle en violentos disturbios porque no se quieren vacunar o no sufrir restricciones que eviten contagios o los que buscan teorías de una conspiración que enmascare lo que son incapaces de entender.
El problema se agranda cuando los irracionales llegan a marcar y amenazar la política o aspectos vitales como la salud de todos. Y cuando son usados para pervertir la convivencia. Los factores que concurren diluyen los principios democráticos al punto de asistir impotentes a esa brecha tóxica que se le ha colado a la democracia misma precisamente por su amplitud de miras. Es preciso detectarlo y aplicar los mecanismos del propio sistema de libertades.
Hay casos ahora mismo dignos de estudio. Comencemos con Chile.
Casi medio siglo después del golpe de Estado de Pinochet, los chilenos se decantan en primera vuelta para la presidencia del país por un ultraderechista defensor del “legado” de Pinochet. José Antonio Kast, 55 años, encabeza los sondeos frente a su oponente Gabriel Boric, 35 años, antiguo líder estudiantil de izquierda. Ambos disputarán el 19 de diciembre la elección para el cargo. Ocurre que hubo un 53% de abstención entre los 15 millones de ciudadanos convocados a las urnas y división del voto: los partidos tradicionales han sido expulsados al quedar por debajo de los finalistas. Kast obtuvo el respaldo de cerca del 28% de los votantes (algo menos de 2 millones) y Boric, del 25.7% (apenas 146.000 votos menos que el candidato ultra).
Son pues apenas dos millones de chilenos los que respaldan a Kast, nieto de un nazi alemán huido a Chile al acabar la guerra, y hermano del que fuera ministro de Estado y Presidente del Banco Central con Pinochet. El candidato es ultracatólico, radical antifeminista, y defiende al genocida Augusto Pinochet. A volar al viento se van pues los miles de chilenos masacrados por su férrea dictadura. Detenidos, torturados, ejecutados, perdidos en el limbo de los desaparecidos. Entre ellos, por ejemplo, el cantautor Víctor Jara, a quien cortaron las manos y dispararon 44 balas según hechos probados en la sentencia que condenó más de cuatro décadas después a 9 militares como responsables. O aquel relato terrible vivido por el periodista Miguel de la Quadra Salcedo. Veámoslo en detalle. Miguel llegó a asomarse al recinto del Estadio Nacional donde el régimen había confinado a los detenidos. Le dicen que son unos 10.000. En el exterior, una mujer, llorando, le cuenta que dentro está su hijo. El reportero español le pregunta directamente a Pinochet por él. Rodó el interrogatorio al chico al que se le obliga a abjurar de sus “delitos”: ser de izquierdas. Al salir a la calle, se entera de que… le han quemado por completo los testículos con electrodos. Lo tienen desde el minuto 26.50´de este documental de Crónicas. No es lógico, ni sano, para una sociedad reivindicar al cruel dictador chileno.
Se ha blanqueado profusamente a Pinochet, como se está haciendo con todos los fascismos, incluidos genocidios. El expresidente español Felipe González fue uno de los primero en una lamentable comparación, y siguieron muchos más. Pero es imposible que Chile no guarde memoria viva en sus familias de la tragedia pinochetista, primer gran ensayo neoliberal además de la Escuela de Chicago.
Múltiples causas propician incongruencias de marcado carácter ilógico. Y España es otro ejemplo. Ocurre que los pueblos crecidos en dictaduras extienden la laxitud moral entre una parte de sus miembros, a menudo por miedo y cobardía. Por desconocimiento de la historia también, porque no se ha estudiado y no se habla suficiente y con claridad de lo ocurrido. Por el peso de un catolicismo que roza el integrismo religioso. Y que en general hay demasiadas fuentes de distracción que disuaden de la verdad a los menos exigentes. Y que en algunos países algunos medios actúan de cómplices directos. Y que el fascismo actual se extiende en redes poderosas con mucho dinero detrás. Todos estos nuevos triunfadores tienen el apoyo de organizaciones que operan a nivel mundial. De repente una líder local, Ayuso por ejemplo, recibe un premio en Italia de uno de esos grupos o visita en EEUU centros muy marcados por este signo. Y luego canta en un programa estelar de la tele española y sale en fotos cuidadas en los medios. Y es recibida como una estrella del rock.
España. El llamado líder de la oposición –que no hay tal figura en nuestro país dado el pluripartidismo- está dando un auténtico recital de su ser. El sábado, 20N, a las 7 de la tarde Pablo Casado se fue a una misa por Franco en Granada, en una de las 11 iglesias que, en toda España, honraron al dictador acogidos por la organización católica. Estaba anunciado. Había bandera con aguilucho franquista y corona en el altar. La familia le agradeció su asistencia. Pero la oficina de prensa del PP dijo que Casado fue allí por casualidad. Y dado que es un político que no miente nunca, vamos y nos lo creemos.
En ningún país democrático se admitiría que el líder de un partido decente con opciones a la presidencia fuese a una misa por un dictador genocida. Ni todos los tentáculos de las mentiras y abusos del PP fundado con estos mimbres. Los medios que les apoyan lo obvian y siguen a la carga desfigurando –como el propio Casado y su eco Gamarra- el apoyo de partidos democráticos -que sí condenan el terrorismo- a los Presupuestos Generales del Ejecutivo de Pedro Sánchez. Y el Gobierno la pifia sacando una tanqueta militar (que lo es a pesar de los desmentidos, como tal la cedió el ejército hace cuatro años) para reprimir las protestas laborales de los obreros del metal en Cádiz. España, con la lacra que no cesa.
Votar con alegría a quienes desatienden hasta la muerte a seres humanos a su cargo porque no son una prioridad en sus criterios de uso de los medios públicos. Dándoles la opción de seguir haciéndolo con quienes les parezca. O dejarse robar –y que nos roben a todos- la atención sanitaria, mientras se buscan seguros privados a 8 euros al mes (para los jóvenes, que a más edad más precio) o un presentador de informativos que alterna noticias con anuncios vende pólizas a 15 euros. Tragarse una realidad pervertida hasta el destrozo. Eso y más está pasando. Todavía no son tantos, aunque ya dañan y mucho.
No puede ser democracia lo que atenta contra ella misma y devasta principios básicos de convivencia. El fascismo no es una ideología admisible, porque en su raíz está preconizar la desigualdad en todas sus formas y ese afán devastador que le dé la hegemonía. Los errores de otras ideologías no son comparables en absoluto, el fascismo es en sí mismo el error. Y de él nacen y en él anidan enormes disfunciones de la sociedad de hoy. La que ha sufrido una pandemia de salud y se inhibe o se vuelca en el absurdo. Democracia es apartar a quien la ataca.
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