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La vida de los árboles que Almeida desprecia

Imagen de este viernes, cuando varios miembros de Greenpeace han depositado junto al Palacio de Cibeles un ramo de 'poda' confeccionado con árboles talados en el Madrid de Almeida.
5 de abril de 2024 22:20 h

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Dice la Real Academia de la Lengua que “arboricidio” es la tala injustificada de árboles. Este término, que debe usarse como sustantivo, fue incluido en la vigesimotercera edición del Diccionario de la Lengua Española que se publicó hace ya una década. Sin embargo, su reconocimiento lingüístico no ha ido de la mano de ninguna regulación jurídica destinada a proteger a los árboles y la vida que albergan, -vida que, a su vez, hace que sea mucho más saludable la nuestra. De esta forma las políticas arboricidas campan a sus anchas en nuestras ciudades sin posibilidad de preservar a los árboles de la tala indiscriminada.

Hace un par de años varias organizaciones ecologistas junto con Alianza Verde plantearon la necesidad de que el Gobierno estableciera mecanismos de protección de los árboles urbanos y fuesen considerados como seres vivos únicos y necesarios. Entre las propuestas estaba también la del reconocimiento legal de aquellos árboles centenarios como parte del Patrimonio Natural para ser catalogados como Patrimonio Arbóreo Monumental. Ni siquiera, en el caso de los árboles catalogados como singulares, todas las comunidades autónomas tienen leyes que sancionen aquellos casos en los que alguien los dañe, por no hablar de la desactualización de la información de qué árboles forman parte de esos catálogos. 

Talar un árbol sano y necesario, sea singular o no, debería ser un crimen; talar un árbol centenario, un crimen contra nuestro patrimonio como humanidad. Solo en la ciudad de Madrid se calcula que en los años de gobierno de Martínez Almeida se han talado más de 80.000 árboles y recientemente la Fiscalía de Madrid ha abierto una investigación por la tala de cuatro árboles centenarios. Una tala indiscriminada que no hay manera de maquillar por mucho árbol que se quiera plantar después en las nuevas áreas residenciales, especialmente si luego se abandonan a su suerte sin el riego ni el cuidado que son necesarios. 

Por supuesto que Madrid no es la única ciudad donde se producen lo que la RAE califica como arboricidio, pero lo cierto es que el alcalde de la capital de España va a ser recordado por muchas vecinas y vecinos por su pulsión arboricida, tal y como contaba Javier Valenzuela en una columna de elDiario.es hace un par de meses. Por algo Greenpeace le ha regalado un ramo de ramas taladas por el día de su boda. Aunque no sé bien qué nos sorprende, el alcalde ya dejó claro cuáles son sus prioridades en política cuando dijo a un grupo de niños estupefactos que preferiría donar dinero para reconstruir la Catedral de Notre Dame que para salvar el Amazonas. 

Quizá ese sea el problema, que los Almeida arboricidas que impunemente ordenan talar árboles para construir parkings, encementar calles y arrasar con las zonas verdes no se han percatado de que no hay mayor templo sagrado que el que ofrece la propia Naturaleza. Un libro, después hecho documental, que sería de obligada lectura para quienes son responsables de estas políticas arboricidas sería el de “La vida secreta de los árboles” de Peter Wohlleben. Me cuesta creer que después de leerlo tengan la capacidad de ordenar talas. El libro describe muchas cosas que desconocemos, pero deja claro que los árboles se cuidan unos a otros, aprenden y recuerdan. Que los árboles son seres vivos. Imagino que por ese motivo uno de esos santos de la Iglesia Católica a la que tanto amor le tiene Almeida, se dirigía a ellos, a los árboles, llamándoles hermanos. Piénsenlo bien cada vez que vean talar un árbol, están matando a un hermano. No lo digo yo, lo decía Francisco de Asís.

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