En España solo puede gobernar la derecha o inundan la vida pública de crispación. La vieja máxima se está cumpliendo a rajatabla. Optimizando los nuevos recursos. Ahora ya no van solo a envenenar el estado de ánimo social sino a recobrar el poder a cualquier precio.
Desde el despliegue de Rajoy contra Zapatero algunos factores fundamentales han cambiado. El principal, no el único, es cómo ha quedado al desnudo el Régimen del 78. Con sus compromisos y dependencias. Con una monarquía tocada a pesar de las trabas al conocimiento que pone su inviolabilidad. Con su corrupción institucional. Con la universidad de los máster VIP. Con una justicia escandalosamente a la medida. Con la alarmante figura de las presuntas mafias instaladas recopilando dosieres para la extorsión selectiva.
El proceso nos lleva a un PP que da la presidencia a Pablo Casado. Un candidato capaz de defender con un desparpajo inaudito que el PP valenciano puede enorgullecerse de su gestión en la comunidad, obviando un legado de corrupción descomunal, detenciones, desfalcos, prevaricaciones, fiascos que dejaron profundos agujeros en las arcas públicas. Con tres presidents, trece consellers, tres alcaldes, y numerosos cargos más imputados o en la cárcel. Es solo una muestra de lo que el PP de Casado es y se dispone a hacer.
El de Rajoy también cuestionó desde el primer día al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Lo tachó de ilícito porque ellos habían pensado ganar y el electorado se hartó de su sucia manipulación de los atentados del 11M. Por eso era ilícito. Los insultos de Rajoy a Zapatero recorrieron el alfabeto completo desde acomplejado a bobo solemne, desde chisgarabís y cobarde a grotesco, desde insolvente a rastrero, desde traidor a turbio, veleidoso y zafio.
Le frió a preguntas –más de 200– en el Congreso sobre la conspiranoia en torno a la autoría que se habían montado con El Mundo de Pedro J. Ramírez y el resto del brazo mediático. Le organizaron varias manifestaciones con apoyo de obispos y autobuses llegados a Madrid de otros puntos de España para cuestionar leyes o la política antiterrorista que, por cierto, terminó dando frutos.
Rajoy, como Casado, también aprovechó un viaje a Europa para denostar al Gobierno español. En abril de 2009 y ante líderes del PPE. Solo le dieron dos minutos de uso de la palabra y los utilizó para criticar al ejecutivo del PSOE. Gracias a su asesor Moragas consiguió hasta una condena del Partido Popular Europeo contra Zapatero, incluidos Angela Merkel, Nicolas Sarkozy o Silvio Berlusconi. Misión cumplida.
Lo de Pablo Casado ha sido aún más patético. Como el chivato de la clase, pillando al presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, en un pasillo para soltarle: España es un desastre, es que este gobierno socialista… Ese día confirmamos que nada positivo se puede esperar de semejante persona. En el doloroso conflicto del Estado con Catalunya afirmar que el independentismo negocia con la pistola encima de la mesa es de una beligerancia ofensiva y profundamente irresponsable. Pablo Casado es un pirómano y con él la democracia no está segura.
En este tiempo, el bipartidismo fue duramente cuestionado por las consecuencias de sus políticas. Nadie quitó nada a nadie, ya lo habían perdido. Y afloró en competición otra derecha, Ciudadanos, que en su proceso mutante, desde un presunto centrismo, ha acabado también en el radicalismo ultra del que en realidad partió. Sus líderes y lideresas, en permanente campaña, comparten con el PP de Casado la estrategia de crear crispación. Dispuestos a sacar jugo del contencioso con Catalunya hasta de la piel de los limones.
Conviene recordar antecedentes y situar los hechos en su contexto ahora que la trama del comisario Villarejo marca la agenda política.
La trama Villarejo
En este tiempo –y desde mucho antes– ha operado un siniestro personaje, el comisario José Villarejo, hoy en prisión preventiva, acusado de integrar una organización criminal dedicada entre otros delitos a extorsiones, cohechos y blanqueo de capitales. Por sus medallas, relaciones y reconocimientos parece que muchos utilizaron sus servicios bajo mano. Nos dicen ahora con tierna inocencia que Villarejo “destapó la vulnerabilidad de las bases de datos de la Policía”. Después de jubilado, sin tener en cuenta su vida en activo, “tuvo supuestamente acceso al menos en 121 ocasiones a información sensible para sus presuntas extorsiones”. El sumario contiene grabaciones de los trabajitos de extorsión que hacía, presuntamente, a una selecta clientela. La crème de la crème.
El caso es que Villarejo grabó o adquirió supuestamente todo lo susceptible de ser utilizado. A cambio de cuantiosas cantidades de dinero, ese dato es esencial. Era un negocio. Presuntamente. Y habría adquirido otras grabaciones de interés. Así supimos aquello de Corinna y Juan Carlos I sobre lo que han corrido un tupido velo. Se lanzó como presión, con sus voceros habituales. Hasta ahí llegaba el poder de los extorsionadores.
La información por ese mecanismo está viciada. Aunque sea cierta. Muy viciada. En mi opinión. Pero se da por válida y tiene consecuencias por sectores. A Juan Carlos de Borbón no le afecta, a Dolores Delgado, ministra de Justicia, sí. De igual modo que hay masters y tesis tratadas con un doble rasero flagrante.
Villarejo celebró múltiples comidas y cenas sociales. A las que asistió hasta Pablo Casado, según contaba Patricia López de Público, que ha investigado a fondo las cloacas del Estado. A Dolores Delgado la derecha y sus mecanismos le pusieron la proa desde el minuto 1. Y no por comer con Villarejo, ni por la conversación que le grabaron, nunca es ése el proceso. Se diría que buscan con qué atacar y lo lanzan. En el cine negro lo hemos visto mucho.
Con el material para chantajes del que disponen pueden hacer caer… casi a quien quieran. Y ésa es una poderosa razón para el silencio. Para afianzar o dar el poder a quien quieran también sirve. Haya comido, cenado o desayunado con Villarejo. O con los invitados a otras cenas y meriendas de postín donde tanto se gesta también. Pedir que dimita Dolores Delgado o cualquiera que tenga amistad con las cloacas -que no es el caso de la prestigiosa fiscal-, como ha hecho Pablo Iglesias, sería prácticamente dejar desierta la política, notables sectores del periodismo y del poder. Y eso no va a pasar. No así.
No estaría de más, de cualquier modo, que los altos cargos o posibles altos cargos renueven sus votos de decencia y de prudencia.
Resumiendo: Las cacerías selectivas del aparato parten de grabaciones hechas presuntamente por el Comisario Villarejo destinadas, según la acusación, a extorsionar y cobrar. Para él o para otros por encargo. Un país que se sustenta en eso para adoptar decisiones, tan arbitrarias además, tiene un problema serio.
Al ministro del Interior de Rajoy, Jorge Fernández Díaz, le grabaron en sus manejos de la operación Catalunya, en el propio ministerio, con su gente. Montajes de falsos delitos contra políticos, congratulaciones por “el hundimiento de la sanidad catalana”, fiscalías que afinan acusaciones. Y ahí lo tenemos, defendiendo en el Congreso los huesos de Franco.
El problema es que la extorsión y el fomento de la crispación les funcionan. La cacería da frutos.
Las redes sociales como amplificador
Las redes sociales, otro gran factor que no existía en la anterior etapa, han venido a trasmitir y amplificar los mensajes. Soy defensora a ultranza –y probada– de la libertad de Internet. El medio no es responsable de nada, lo son en su caso las personas que lo usan.
El éxito de la estrategia es ya medible en las redes y en la calle: repiten los mensajes de la derecha a veces hasta en el mismo orden y entonación de los predicadores mediáticos. Desde el lumpen a las estrellas Herrera y Alsina. Con el correspondiente surtido de tertulianos de radio y televisión. Ya no hay más que tesis presidenciales, ministras socialistas y catalanes malvados .
Es un cóctel envenenado. Van a por el gobierno del PSOE con las malas artes ensayadas contra cualquier izquierda previamente. Crispación, extorsión y elogio de la pasividad y la estupidez. En este país obligado permanentemente a elegir el mal menor, lo último es ceder a los chantajes. Y lo anterior permitir que se produzcan en un Estado de Derecho.