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Soy vieja (lo fui hasta que llegaste)

16 de agosto de 2021 23:00 h

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Una serie de imágenes ocupan una sala de exposiciones, llevan por título el año en que fueron tomadas: 1975, 1976, 1977, así hasta 2020. Cuarenta y cinco fotografías, cuarenta y cinco años. Hablo de Las hermanas Brown, una serie de fotografías tomadas por Nicholas Nixon y expuestas hasta septiembre en el KBr Barcelona Photo Center.

La serie de fotografías, retratos de la mujer de Nixon y sus hermanas, nos habla de una tensión entre el paso del tiempo narrado a través de la cronología, esto es, la organización del tiempo de forma lineal, y la captura del instante, es decir, la capacidad de la fotografía de detener el tiempo. 

Al recorrer la sala pienso en cómo funciona la memoria. En mi caso se compone de recuerdos aislados en los que tal vez se detuvo el tiempo por un instante, como en esa película animada, Del revés, siento que guardo los momentos en bolas que van apilándose de forma desordenada. No puedo construir un relato cronológico de mi memoria, se parece más a un círculo o tal vez a una espiral en la que se van colocando todos esos momentos que me sacaron del tiempo. 

Hilda Doolittle escribió:

¿Por qué no viniste antes? 

¿Por qué viniste 

después de todo? 

por qué viniste 

a perturbar mi deterioro,

soy vieja,

(lo fui hasta que llegaste)

Creo que las palabras de Doolittle describen bastante bien esta sensación de que el paso del tiempo es aquello que ocurre cuando nada ni nadie nos interrumpe, nos perturba, nos saca del tiempo. 

Y es entonces cuando me pregunto: ¿qué es ser vieja? ¿qué significa envejecer si suponemos que nuestra memoria no es necesariamente lineal? Y sobre todo, cómo se acompaña, cómo se cuida en la vejez, cuando todos esos recuerdos se amontonan y estallan desordenadamente. 

Ann Sirot y Raphaël Balboni han escrito y dirigido Loca por la vida, disponible en Filmin hasta finales de agosto como parte del festival Atlàntida Mallorca Film Fest. La película cuenta la historia de como Suzanne, directora de un centro de arte, desarrolla un trastorno neurodegenerativo que va cambiando su vida, pero también la de su hijo Alex y su pareja Noémie que estaban pensando en tener un hijo. En un momento de la película Noémie toma algunas fotografías a una Suzanne que sonríe, que se divierte. Noémie quiere seguir capturando recuerdos de Suzanne mientras que a Alex le parece raro, siniestro, hacer fotos a una enferma, a una madre que ya no es la misma, que está desapareciendo. Y es en ese acto de fotografiar donde se repite la paradoja de Las hermanas Brown, la fotografía fija un momento, un acontecimiento feliz, perturba el deterioro de Suzanne, lo detiene por un momento y simultáneamente es la prueba de que ese deterioro existe, de que su madre ya no es la que conocía. 

Mi abuelo tiene casi 90 años y al contrario que Suzanne, su memoria y su mente están intactas. Nos tomamos fotos con filtros que nos ponen orejas de animales o haciendo muecas a la cámara y me cuenta historias de su vida como aquella en que se montó en un caballo y fue a hacer fechorías al pueblo de al lado; o la vez que se enamoró en el baile o la de su abuela Inés que le decía “amigo por amigo, el más amigo la pega, no hay mejor amigo que un duro en la faltriquera” cada vez que quería salir por ahí y que él repite cada vez que le hablo de mis amigas. Las historias de mi abuelo son su forma de fijar los recuerdos, de compartirlos, como la fotografías.

Tal vez la vejez sea también eso, recuperar los momentos en los que salimos del tiempo y reordenarlos nuevamente para dejar un legado a quienes nos siguen. Puede que nuestra labor, la de quienes aún no somos viejos, sea acompañar en ese proceso, facilitar que ocurra sin imponer nuestros ritmos o nuestras expectativas. Dejar que sean, que sigan siendo, que vuelvan a ser.