La categoría nini ha cobrado gran predicamento a partir de los informes de la OCDE, que alertan de la situación de gente joven (de 15 a 29 años) que ni trabaja ni estudia, uno de cada cuatro en España, una de las proporciones más altas de la OCDE. Esto supone no sólo un problema presente de frustración personal, sino también futuro, pues cabe esperar que su falta de actividad presente deje cicatriz a lo largo de su vida. Pero conviene hacer algunas precisiones. La mayoría de los ninis lo son por obligación, no por convicción. Por ejemplo, los parados son considerados ninis, es decir, quieren trabajar, pero no encuentran trabajo. Se podría pensar que el paro se debe a que en el fondo no quieren trabajar. En este caso cabría preguntarse cómo mudó tan rápido el estado de ánimo de nuestros jóvenes, pues con la crisis, la tasa de paro juvenil se ha triplicado. Más bien lo que pasó fue que cambió el ciclo económico. El mal diseño institucional del euro generó tanto la burbuja de la construcción como las dificultades posteriores para digerirla. Hemos llegado a tasas de paro juvenil (16 a 24 años) dramáticas: la mitad de los jóvenes que quiere trabajar no encuentra trabajo, lo que no debe confundirse con la mitad de los jóvenes, pues la actividad más frecuente a dicha edad es estudiar. Si tenemos en cuenta el total de jóvenes (y no sólo los que quieren trabajar), uno de cada cuatro está parado.
Debemos tener en cuenta que la tasa de paro juvenil tiende a ser aproximadamente el doble que la tasa de paro del conjunto de la población, una tendencia tanto española como de la mayoría de los países de nuestro entorno. La consistencia de este dato en el tiempo y en diversos lugares lleva a ser un tanto escéptico sobre los beneficios de políticas que aborden el paro juvenil como un problema estrictamente juvenil, en vez de como un problema general de la economía. Por ejemplo, la Unión Europea ha diseñado la Garantía Juvenil como forma de luchar contra esta lacra. Es una buena forma de mostrar preocupación por los jóvenes. Pero si se quiere mejorar su situación, más importante sería generar condiciones para el crecimiento económico, mediante políticas de estímulo de la demanda y flexibilizando las condiciones de los países del Sur para salir de la crisis de deuda. Pero atender a los jóvenes no supone un cambio sustancial de la política económica, aunque sea una medida menos efectiva.
Otro factor que genera ninis involuntarios es nuestro sistema educativo. Hasta donde sé, somos el único país de nuestro entorno en el que se prohíbe que la gente estudie educación formal post-obligatoria. En España, hasta el curso pasado, sin el título de ESO no era posible cursar estudios post-obligatorios de ningún tipo. Es posible realizar una prueba de acceso, pero de compleja preparación. Con esto no quiero decir que cualquiera que se presenta a la universidad pueda matricularse. Pero tampoco es defendible que una persona que ha pasado al menos diez años, obligada por ley, en el sistema educativo, no haya alcanzado ningún tipo de conocimientos que le permita pasar a algún nivel educativo posterior. Por ejemplo, en EEUU cuando se finaliza la educación obligatoria con bajo nivel de adquisición de competencias y conocimientos, es posible seguir estudiando en un community college, en el que se puede lograr algún tipo de capacitación profesional, o incluso preparar el acceso a la universidad. La introducción de la FP Básica ha mejorado esta situación, pero a costa de volver a convertir la FP en el lugar al que derivar al alumnado necesitado de atención específica o más disruptivo, en vez de ser un espacio para formar en una vocación.
Desde el punto de vista educativo, tampoco debemos olvidar la importancia de la influencia del nivel educativo de una generación sobre la siguiente. A pesar de que España es uno de los países de la OCDE en que más ha mejorado el nivel educativo de la población joven con respecto a la adulta (ya sea medido por título educativo o por nivel de competencias), se sigue notando a la hora de explicar las diferencias entre países (especialmente teniendo en cuenta el estancamiento de la última década). Y también se nota a la hora de detectar las diferencias entre familias. Si comparamos dos jóvenes con educación post-obligatoria, la probabilidad de ser nini de uno que provenga de una familia de alto origen social es la mitad que la de uno que provenga de una familia de origen popular.
Por último, están los ninis por convicción. Estos son jóvenes que ni estudian ni quieren trabajar. Son uno de cada veinte, y su volumen se mantiene más o menos constante antes y después de la crisis. Pero no todos son “auténticos” ninis. Parte de ellos son mujeres dedicadas al trabajo doméstico, que no computan en las estadísticas como activas económicamente hablando, a pesar de su importante labor. Otra parte son jóvenes con algún tipo de discapacidad que les dificulta su inserción social. Por tanto, el porcentaje de jóvenes realmente pasota no llega ni al 5%.
Entre las familias de alto origen social también se detecta la presencia de los ninis convencidos. Dudo que para la mayoría de estos jóvenes su condición presente fuera del trabajo y de los estudios sea ningún problema de integración social en el futuro. El problema por tanto, no es trabajar o estudiar, el problema es no tener dinero. En el capitalismo, si eres rentista, te puedes olvidar del esfuerzo y el mérito, que son cosas de pobres.
Como conclusión, el origen de los ninis está en cuatro factores: el ciclo económico, desajustes del sistema educativo, la desigualdad de oportunidades o disponer de un futuro asegurado por la capacidad económica de la familia.
(Los datos empleados pueden consultarse aquí)