Vinícius y el racismo que te roba tiempo
A inicios de febrero aterrizó un amigo en Madrid procedente de Barcelona. Su empresa le había trasladado a la sede de la capital y tenía diez días para encontrar habitación antes de incorporarse a la nueva plantilla. Entretanto, se quedaría en casa de colegas. Un mes y medio después, sigue sin habitación y carga con un reguero de excusas que le han lanzado propietarios e inquilinos. Todas ellas con un denominador común: el racismo.
Mi amigo nació en España, tiene ascendencia africana y es negro. Pero este artículo no es para hablar del racismo inmobiliario. Aunque no lo parezca, la historia de mi colega está muy unida a la de Vinícius, y en especial al momento en la rueda de prensa en la que el futbolista no pudo contener las lágrimas mientras hablaba del racismo sufrido en los últimos años.
La clave está en ese “sólo quiero jugar al fútbol” que pronunció el brasileño, y es que uno de los grandes efectos del racismo es el tiempo que te quita injustamente. Pocas veces reflexionamos sobre la carga mental que supone lidiar continuamente con una discriminación estructural que te encuentras en cualquier circunstancia: en el comentario de un compañero de trabajo, en la manera de mirar de una vecina, en el instituto cuando te insultan en el recreo, en el rechazo a una búsqueda de habitación, en el “gracias, pero no” de una entrevista de trabajo o en la respuesta a un post en redes sociales.
El racismo te quita tiempo de vida, felicidad, disfrute, ocio, amistades y amores para sustituirlos por sufrimiento, dolor, frustración e impotencia. Ahí reside la esencia de una de las peores consecuencias de esta discriminación: su efecto en la salud mental de las comunidades racializadas. ¿Cómo puede uno llevar una vida “normal” con esa losa continua? ¿Quién puede descansar cuando las situaciones de racismo acechan en cualquier esquina? ¿Es posible lograr la felicidad si no puedes dedicar tiempo a alcanzarla?
El racismo es el tiempo que Vinícius tiene que dedicar a lidiar con la discriminación racial y a memorias dolorosas que brinda. Las horas de sueño y descanso de las que te priva el tormento mental que supone. Un tiempo robado que podría aplicar en ser el mejor en su profesión, la de jugar a fútbol, en preparar su siguiente partido o en pasar tiempo de calidad con sus familiares y amistades. Pero el racismo es así de impertinente: sin pedir permiso entra por la puerta de tu casa y ocupa hasta la última estancia.
El racismo es el tiempo extra que mi amigo ha invertido desde que llegó de Barcelona en ver pisos que cuelgan el cartel de “no disponibles” en cuanto ven su color de piel. Como en un partido, cualquier persona de clase trabajadora juega 90 minutos con sus obstáculos, pero las personas racializadas jugamos un tiempo añadido a causa del racismo. Un tiempo que ha dedicado a la búsqueda de vivienda y que debería ser para adaptarse a una nueva ciudad, construir nuevos vínculos y descubrir los recovecos de una ciudad vibrante.
El racismo es el tiempo que esperas a que te den una cita en Extranjería para poder realizar tus trámites porque el Estado así lo ha decidido. Lo que para alguien con DNI español es tan simple como entrar en la web y coger cita, para una persona migrante es jugar a una ruleta diaria durante semanas hasta conseguir la convocatoria. Una carga mental que te acompaña día a día a lo largo de las semanas.
El racismo es el tiempo que implica viajar desde un país africano hasta Europa. Lo que a la inversa es un camino sencillo, con un par de trámites, unas vacunas y un viaje en avión de horas, desde el otro lado es un laberinto que, en el mejor de los casos, te lleva años de espera y miles de euros invertidos sin retorno. Un tiempo valioso en el que podrías estar estudiando, trabajando, cuidando de tu familia o disfrutando de la vida.
El racismo es el tiempo de antelación con el que tienes que salir de casa para ir a trabajar o a estudiar cuando eres consciente de que en tu estación de bus, tren o metro suele haber agentes de Policía realizando identificaciones por perfil racial. Tiempo que podrías estar invirtiendo en dormir unos minutos más, en preparar el tupper para la comida o en currarte más el desayuno para tus hijos.
Lo de Vinícius y su “sólo quiero jugar al fútbol” es la historia de quienes, como el dios griego Atlas, sujetamos la piedra que es la carga mental del racismo cotidiano y nos vemos arrastrados a intercambiar tiempo de vida por el suplicio de la discriminación racial. Una crónica que nos invita a pensar en cómo el antirracismo es una lucha por conseguir un tiempo pleno, seguro y enfocado a la felicidad para las personas racializadas. La justicia racial también tiene que ver con todo eso.
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