Esta vez han sido cinco las víctimas de violencia machista con un solo asesino. De una tacada tres asesinadas y dos víctimas más.
El criminal confeso, José Luis Abet, asesinó a su ex mujer, a la madre de su exmujer y a la hermana de su exmujer; lo hizo todo delante de sus dos hijos, de siete y cuatro años.
La contabilidad oficial nos hablará de una víctima de violencia machista: la que fue la mujer del asesino y madre de los dos testigos de la matanza.
La contabilidad real debería hablarnos de cinco víctimas de violencia machista: la madre de los críos, la abuela de los críos, la tía de los críos; los hijos mismos, testigos de una escena que es seguro que les marcará de por vida.
De manera que en vez de 41 víctimas de violencia machista en 2019, deberíamos decir 45 víctimas de violencia machista.
La contabilidad puede resultar fría, pero es imprescindible para conocer la dimensión sangrante de la matanza: desde que tenemos datos, 2003, son 1.016 las mujeres asesinadas a manos de 1.016 hombres. Ha habido muchas más desde 1977, por ejemplo, pero no las contamos.
El asesinato múltiple se produce en plena disputa por las palabras, en una ofensiva de la derecha para desactivar la violencia machista y hablar de violencia “intrafamiliar”. En otro asesinato de una mujer, en el que la expareja se suicidó, el portavoz de la derecha de guardia dijo: ha habido dos fallecidos, como si fuera un accidente tráfico. Como si se pudiera empatar el asesinato de una mujer a manos de un hombre que ha decidido que la mujer es de su propiedad, con el suicidio del que cree que ya ha cumplido con su tarea en este mundo al asesinar a la mujer que siente que es suya o no es de nadie.
Nos quieren llevar a la idea de que aquí matan los hombres, las mujeres y todo el mundo; una forma de aventar gases de humo para que desaparezca la evidencia de la violencia machista. Si todos matan --y ahí meten a la asesina del niño de Almería--, es que aquí no hay conflicto. Empate. Tranquilos, matan los hombres, pero también las mujeres; me ahorro reproducir cómo llaman a las mujeres estos machistas sin complejos. Condenamos toda violencia, venga de donde venga.
Lo cierto es que son los hombres los que asesinan a las mujeres. Da igual qué tipo de hombres: ricos o pobres; cultos o analfabetos; atormentados o sociables; sedentarios o atléticos; gordos o flacos, con corte de pelo modernuki, o raya a la izquierda; hay una circunstancia que se repite indefectiblemente: son siempre hombres.
No se trata solo de algo cuantitativo, es también algo cualitativo: hombres que asesinan a sus mujeres cuando sienten que estas dejan de ser de su propiedad; hombres que se pueden llevar por delante a otras mujeres cercanas a la víctima, a las que acaban culpando de que sus mujeres les hayan dicho basta.
Hombres que pueden incluso asesinar a sus hijos, para hacer un daño imborrable a sus mujeres que les han dejado. Así sea David Oubel, que asesinó a sus dos hijas con una radial; o José Bretón, que asesinó a sus dos hijos y luego quemó sus restos. Violencia vicaria se llama.
Las palabras que definen la violencia machista no han existido siempre. Antaño se hablaba de ‘crimen pasional’, de violencia doméstica’, de ‘violencia intrafamiliar’, la que podía existir entre distintos miembros de la familia, igual de hijos contra padres.
Escribir ‘violencia machista’ ha sido una conquista que ha costado años. Unas palabras que sirven para describir la realidad del problema. Cuando se evitan estas palabras y desde los gobiernos del PP en Madrid y Andalucía se incorpora la terminología de los que sostienen que no existe la violencia machista, se produce un retroceso que resulta especialmente sangrante a la hora de contar matanzas como la de Valga (Pontevedra), cuando un hombre ha asesinado a la mujer que sentía de su propiedad; a la madre de ella, a la hermana, y ha marcado de por vida a sus dos hijos. Violencia machista con múltiples víctimas.