Las pestes y las pandemias son tan antiguas como la existencia de la humanidad. En tiempos remotos se atajaron métodos drásticos y brutales. Muchos pensábamos que los avances de las investigaciones científicas nos habían proporcionado las pautas para hacer frente, con métodos más avanzados y racionales, a epidemias que todavía no hemos conseguido erradicar.
La llegada del ébola a nuestro país nos ha permitido comprobar que la única innovación en el tratamiento de tan grave problema, ha sido la de sustituir la brutalidad por la irracionalidad.
El Gobierno de España, se supone que de todos los españoles, ha tomado decisiones que van en contra de los intereses generales y que, en mi opinión no contribuyen en nada en la lucha contra el virus que ha pasado a ocupar las primeras páginas de los medios de comunicación, ocultando otras cuestiones graves y trascendentes. Existe consenso en la comunidad científica internacional y los hechos así lo avalan, que se trata de una epidemia concentrada en tres países de África, lo que indica sus mayores posibilidades de control o reducción de efectos. Parece que lo más lógico hubiera sido concentrar todos los esfuerzos económicos, materiales y científicos en la zona y no transportar el virus desde sus focos actuales hasta países alejados que nada tienen que temer y que son irresponsablemente sometidos a la difusión de focos creados por la propia decisión de los gobernantes y no por la fluided de la transmisibilidad del virus.
Los españoles hemos asistido a los hechos consumados del transporte por vía aérea de los misioneros compatriotas que estaban trabajando, con admirable abnegación, en la zona, a hospitales, como el Carlos III, que, en su tiempo, fue un referente para el tratamiento de enfermedades infecciosas y que los responsables de sanidad había desmantelado, despojándole de las infraestructuras necesarias para asegurar que el virus fuera debidamente tratado.
Los equipos de médicos y enfermeros del centro hospitalario actuaron con una ejemplar dedicación personal y escasa dotación de medios y de formación.
Las consecuencias son de todos conocidas. En mi opinión, los políticos encargados de controlar al Gobierno todavía no han formulado las preguntas que a muchos nos preocupan. Según informaciones procedentes de la zona donde trabajaban los misioneros, el doctor García Viejo se quedó voluntariamente en su puesto, pasó una cuarentena y volvió al hospital para realizar una operación de urgencia. Parece que en ese momento se contagió del ébola. Según los misioneros que permanecen sobre el terreno, Manuel no quería que lo repatriaran. ¿Qué es lo que sucedió? A partir de aquí se acumulan las preguntas:
¿Quién llamó a un organismo oficial para solicitar la urgente repatriación de Manuel García Viejo? ¿Qué centro oficial recibió la petición y decidió fletar un avión para recogerlo y traerlo a España? ¿Eran conscientes de las insuficiencias notorias del sistema de salud español para hacer frente a un cuadro clínico como el que presentaba el misionero? ¿No era más lógico y efectivo emplear el dinero y el costo del avión y de toda la infraestructura, en incentivar la investigación para los tratamientos?
Por favor, que nos digan que también ha sucedido lo mismo en Estados Unidos y que algún otro país ha repatriado a sus compatriotas. Desgraciadamente no tenemos el monopolio de la irracionalidad. Hasta el momento, nadie discute que el problema se reduce a tres países de África.
Cuando surge el episodio de Texas, la mayor potencia económica y científica del mundo, que no había hecho nada o muy poco, por contribuir erradicar una epidemia que ya había surgido en tiempos pasados y que era razonablemente controlable, se decidió a tomar medidas.
Al verse acuciados por su propia opinión pública, reaccionan con todo el aparato y potencial de que disponen y deciden, por su propio imperio, salvo que algún responsable del Gobierno español nos diga lo contrario, que los puntos para el repostaje de los aviones que trasportan material médico y hospitalario a la zona hagan escala en las bases de Morón y Jerez de la Frontera. ¿Alguien consultó con las autoridades de la zona o trató de ofrecer otras alternativas? Los Estados Unidos tienen bases en muchos lugares estratégicos de la zona.
Pero el súmmum del disparate me parece que se va a cometer si se autoriza la instalación, en Las Palmas de Gran Canaria, de una especie de balneario o residencia para que vayan y vuelvan de África todos aquellos que hayan tratado la epidemia sobre el terreno.
¿Se ha consultado con el Gobierno canario? ¿Se han ponderado las consecuencias catastróficas para el turismo? Tenemos la sensación de que se ha actuado en virtud del principio despótico de ordeno y mando, con notable irracionalidad e insensatez.
Según los expertos, el virus no se contagia por el aire pero, al parecer, los gobernantes han decidido que viajen en transporte aéreo sin calcular los riesgos.