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¡Viva Ceesepe!

Fallece Carlos Sánchez, Ceesepe, el ilustrador de la movida madrileña

Montero Glez

Armado con su pincel, desvirgaba la tela desnuda. Lo hacía con una rara mezcla de empeño y galanura que completaba con su firma; un chorro de letras que, bien leídas, conseguían abreviar nombre y apellidos con la sonoridad infantil de sus iniciales en acronimia, o como se diga eso.

Era un amador de su oficio; un amador en su dimensión más salvaje, original y primitiva. Un hombre que nunca pintó lo que vende y que se resistía a vender lo que pintaba. Ahora lo sé, había conquistado el talento de la única manera posible, es decir, por amor al arte. En eso marcó la diferencia con los que prostituyeron el arte por conquistar el valor de cambio de la mercancía.

Pero hoy no me quiero perder en conceptos marxistas, aunque desde la praxis venga a escribir acerca de un hombre generoso que me honró con su amistad; un pintor del pueblo que nos hizo volar con trapecistas, marineros y mujeres de piernas tan largas como el olvido. Pinturas que, con su explosión de color, alumbrarán para siempre mi permanente infancia.

Le debo mucho más de lo que él hubiera podido imaginar. Me enseñó que, antes de aprender a escribir, hay que educar la mirada, hay que aprender a mirar. En eso consiste el misterio. También me enseñó a ser un amador de mi oficio, a escapar de la gramática obscena que manejan los corbatillas del mercado de las letras y a no caer en la trampa de las aspiraciones burguesas. En definitiva: a hacer pocas concesiones a la necesidad. Para mí fue un Maestro. Un Maestro mágico. Por ello, su recuerdo seguirá vivo en mí, tan fresco como un cuadro recién pintado.

No me olvidaré del tiempo que me regaló, ni de los buenos ratos que pasé junto a él, como aquella noche, en su estudio de la calle Mayor, mientras nos fumábamos un pitillo, cuando le dio por preguntarme que, si algún día tuviese dinero, qué sería lo primero que compraría. Le contesté que una mesa de billar francés “¿Y tú?” “Pues yo... un carrusel” “¿Un carrusel?” pregunté sorprendido. “Sí -me contestó, mientras pegaba la última calada al pitillo- un carrusel, un tiovivo”.

Hoy me acuerdo de estas cosas y lo hago para que este dolor de las mil putas no pueda con mi sonrisa. Porque Ceesepe ha muerto. ¡Viva Ceesepe!

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