Cada vez que en el telediario hablan de los problemas de los jóvenes para alquilar una vivienda, me acuerdo de mi propia juventud. ¿Te pasa a ti también? Es leer la enésima noticia sobre “jóvenes y vivienda”, y recuperar de golpe todo el simpático anecdotario de aquellos años (en mi caso, los noventa y primeros dos mil en Madrid): el viejo Segunda mano, donde marcabas a boli los anuncios de pisos. El lenguaje inmobiliario, con el que en seguida te familiarizabas (si dice “luminoso” es interior, “bien comunicado” es que está casi en Guadalajara). Los pisos cochambrosos que visitabas hasta que te quedabas con uno un poco menos cochambroso. El casero que venía a primero de mes a cobrar en mano y de paso cotillear. Y los compañeros de piso, ah, los inolvidables compañeros de piso, un remake cutre de Friends.
¿Que los jóvenes tienen hoy problemas para alquilar? Bueno, qué le vamos a hacer, todos hemos pasado por ahí, es ley de vida. Ya se les pasará con los años, paciencia. Compartir piso es lo propio de su edad, como vivir en zulos o comer macarrones y arroz la última semana del mes. No esperarían vivir solos y con terraza nada más independizarse. Qué nos van a contar, como si nosotros lo hubiésemos tenido más fácil a su edad. Y sin Netflix ni vuelos baratos.
Vale, vale, que no se enfaden conmigo los jóvenes: no estoy de acuerdo con los dos párrafos anteriores. Pero reconozco que, sin quererlo, una parte de mí lo piensa cada vez que oigo que el problema de la vivienda es sobre todo un problema para los jóvenes. La insistencia en vincular a los jóvenes la emergencia de vivienda es una forma de quitarle importancia. De que parezca menos crisis. Un problema de jóvenes. Un problema de gente que tiene toda la vida por delante, que no tiene responsabilidades familiares. Un problema que desaparecerá cuando dejen de ser jóvenes y les toque sufrirlo a los jóvenes que vengan detrás.
La crisis de vivienda es un problema de los jóvenes, sí. Y de familias de ingresos bajos que viven ahogadas. Y de familias monoparentales que no llegan. Y de autónomos que no pueden mostrar una nómina ni ingresos suficientes. Y de divorciados que tienen que alquilar una habitación a los cincuenta, o seguir conviviendo con su expareja. Y muy especialmente de personas migrantes, que no salen tanto en los reportajes y noticias sobre el tema.
La vivienda no es un problema de edad, sino de clase. Es verdad que todos los indicadores apuntan a los menores de 30 años como el grupo con más problemas para alquilar un piso. Pero no tienen problemas por ser jóvenes, sino por ser jóvenes precarios, jóvenes con sueldos bajos, o jóvenes trabajadores pobres. Que sepamos, los propietarios no rechazan a ningún inquilino por el año de nacimiento.
En la manifestación de este domingo en Madrid había muchos jóvenes, y me alegro, porque asegura el relevo generacional en las luchas por el derecho a la vivienda, que duran ya casi dos décadas. Pero dudo de que hubiera muchos jóvenes de Chamartín, del barrio de Salamanca, o de los municipios del norte. El Sindicato de Inquilinas anunció el día antes los puntos de encuentro para que las vecinas y vecinos quedasen en sus barrios y municipios, y así acudir juntas a la manifestación: Alcorcón, Getafe, Leganés, Fuenlabrada, Pinto, Parla, Móstoles. Ciudades todas del sur obrero. El punto de encuentro en cada una de ellas era la estación de Cercanías, la misma que cada mañana usan para ir a trabajar. Y unos pocos barrios de la capital, todos de clase trabajadora, en los que es fuerte el movimiento por la vivienda por ser los más afectados.
La vivienda no es un problema de edad, sino de clase. De hecho, es hoy el campo de batalla de la vieja lucha de clases que no cesa. Ahora, inquilinos contra rentistas, sean estos empresas y fondos, o grandes propietarios particulares. El problema no es la juventud, sino la extracción de rentas a la clase trabajadora que mayoritariamente tiene problemas para alquilar o comprar una vivienda; el trasvase de riqueza desde los cada vez más empobrecidos inquilinos hacia los cada vez más enriquecidos rentistas. Y eso, a diferencia de la juventud, no se cura con los años.