Mucho menos que la amenaza de una coalición PSOE-PP, contra la que habría que luchar, me desalienta la realidad que ofrecen los varios partidos, pequeños y dignos de consideración, que se presentan desunidos y algunos hasta alimentando paranoias. ¿Es que no aprenderemos nunca? ¿Para cuándo un frente común formado por quienes desean una política distinta que tenga en cuenta a los de abajo, que esté hecha por y para los de abajo? Pero con ser esto malo, no es lo peor.
Lo peor es la apatía ciudadana ante el voto. El europeo, este, aquel o cualquier voto. Ahí, en ese 60 por ciento de abstención que pronostica la encuesta publicada por eldiario.es, se encuentra el territorio en donde el silencio de los corderos se convierte en el balido de los suicidas. Una especie de abúlica barranca por la que van cayendo los decepcionados, los indiferentes, los cabreados, los cansados... y así hasta completar todas las categorías de la desilusión y de la ira.
Que se jodan, no voto. Pues no, quienes nos jodemos somos nosotros que, al apartarnos, les dejamos hacer. Porque a los que manejan el cotarro les interesa nuestra pasividad aunque conlleve una esmirriada participación. Les da igual. Desde la misma noche de las elecciones, se escudan en una benévola autocomplacencia: que si tenemos el tanto de tantos, y el no sé cuántos de no sé qué, derrota dulce, victoria amarga, rebotes de parlamentos huecos. Se limitan a contabilizar a los votantes, de la abstención ni mú, a pesar de que en vísperas se han llenado la boca de frases que alientan al ejercicio de tan democrático derecho. Da igual: llegado el momento de los resultados, sabrán cómo camuflar que van a seguir gobernando para ellos y con ellos. Daos cuenta de que lo que ahora les asusta no es la falta de participación -que, por otra parte, se han trabajado hasta quedarse a gusto-, sino la pluralidad del voto.
Si queremos ponerles contra las cuerdas, incluso hasta el extremo de querer formar coalición, dándole la razón al jarrón chino –eso sería un primer reconocimiento de impotencia, un quitarse la careta para seguir teniendo las sartenes por el mango–, la auténtica revolución que está en nuestras manos realizar es una votación masiva y libre de miedos, libre de indiferencia, libre, libre, libre como nunca. Todo pensamiento y actitud fatalistas solo sirven para perpetuar las cadenas más o menos camufladas del sistema.
Dice la jueza Manuela Carmena, que es de mi quinta y cuya trayectoria resulta intachable, en su libro Por qué las cosas pueden ser diferentes –que os recomiendo–, que no se puede ejecutar un cambio sin haberlo imaginado antes. Tiene razón. Y si no imaginamos que con nuestro voto mejoramos el mundo, entonces no lo haremos. El voto, entre otras cosas. Pero siempre el voto.
Sobre todo en estas elecciones, cargadas de valor simbólico y de rechazo.
Sin miedo. Sin indiferencia.