Votar sí a la investidura quedando fuera del Gobierno
El desenlace de la sesión de investidura del 25 de julio de 2019 puede intentar explicarse de varias maneras. Una de ellas es la desconfianza manifiesta entre PSOE y Unidas Podemos. Durante un primer período Podemos necesitó una autoafirmación frente al PSOE porque buscaba el apoyo de una base social en gran parte coincidente con la del partido socialista. Soñó, además, con un sorpasso inverosímil como afirmación, frente a Izquierda Unida, de la voluntad de llegar a ser un auténtico partido de gobierno y no simple “muleta” del “partido grande de la izquierda”. Esto pareció justificado por la radicalización de la base electoral de las izquierdas tras la crisis de 2007 y los recortes. Pero la radicalización no iba tan lejos como para hacer posible un cambio de opción electoral a corto plazo. El resultado fueron unos años de radicalización verbal y de gesticulaciones, a veces muy duras, contra el PSOE que no habían de favorecer precisamente la confianza.
Esto sumado a actuaciones más o menos erráticas llevaron a Podemos a un retroceso electoral que empuja a esta formación hacia un discurso más realista y a una maduración que, no obstante, avanza con tropiezos. A su vez, el PSOE experimentó una catarsis interna. Las primarias dieron a Pedro Sánchez una victoria que pareció una derrota de la vieja guardia –muy vinculada al establishment español y europeo— y de los sectores jóvenes (Susana Díaz) asociados a la vieja guardia. Aquella victoria pareció un giro a la izquierda que iba a liquidar las hipotecas que hacían inviable una alianza con Podemos e IU, única posibilidad de hacer políticas de izquierdas (con todas las limitaciones que impone el contexto español, europeo y mundial).
Durante estos últimos meses ha sido posible imaginar que España podía representar la tercera tentativa, en la Europa del Sur, de hacer políticas antiausteritarias contra la troika comunitaria, después de Grecia (aplastada) y Portugal (de momento moderadamente exitosa). Pero estos últimos tiempos dibujan un panorama distinto. El PSOE de Pedro Sánchez exhibe una actitud tenaz de evitar a cualquier precio la alianza con Unidas Podemos, incluidos los gestos (suicidas, además de inútiles) hacia Ciudadanos y el Partido Popular. Aún es pronto para saber qué hay realmente tras esos gestos, pero todo parece indicar que el PSOE quiere mantenerse al margen de todo proyecto que implique una inflexión hacia la izquierda. (No se puede ignorar que el procés catalán ha tenido y tendrá un papel importante en este asunto: será un obstáculo añadido, y de envergadura, frente a ese posible viraje.)
Esta actitud del PSOE es una catástrofe para la clases populares españolas, privadas así de proyecto propio y condenadas a vegetar en un entorno conformista y reaccionario. La responsabilidad del PSOE es evidente, y tal vez algún día se reflejará en una base militante que saludó con satisfacción la aparente derrota de la vieja guardia. Pero UP también tiene alguna responsabilidad al no haber rectificado a tiempo para generar el clima de colaboración y respeto mutuo que podía facilitar el acuerdo.
Cuando Mitterrand impulsó la Union de la Gauche en 1981 dio a los comunistas cuatro ministerios, entre ellos el de Administraciones Públicas. Es un precedente que vale la pena considerar, teniendo en cuenta que, tanto en la época de Mitterrand como ahora, las únicas políticas viables de las izquierdas no podían ni pueden ser otras que políticas socialdemócratas reformistas dentro de los marcos del sistema de poder existente. Hoy no hace falta desbordar estos marcos para rectificar algunos de sus efectos más antisociales, pero hace falta valentía. No querer rectificar las políticas austeritarias aún dominantes en la UE equivale a alinearse con los sectores más inmovilistas del gran capital, los que han jugado a fondo a favor de la financiarización y del ataque a las conquistas sociales heredadas del pasado. En un momento, además, en que se habla cada vez más de transición energética a las renovables y de Green New Deal como respuesta in extremis a una crisis climática grave, dinamitar la única opción política que puede abordar seriamente este problema indica hasta qué punto el PSOE es víctima de su propia falta de independencia y valentía. Y priva a la UE de la necesaria iniciativa innovadora que tanta falta le hace. No se olvide que en 2018 y 2019 en Finlandia, Suecia y Dinamarca han ganado las elecciones los partidos socialdemócratas, que van a gobernar, en coalición o en solitario, tras un viraje a la izquierda de sus electorados. Es importante también mirar fronteras afuera y comprender los retos y las oportunidades del momento.
Ante todo esto, y ante la cerrazón del PSOE, creemos que la opción más razonable de UP es votar afirmativamente en la próxima sesión de investidura. Somos conscientes que no es lo mismo el bloque de una derecha que integra la extrema derecha que el PSOE, aunque éste tiende más al centro que a la izquierda. Sería interesante un pacto de gobierno desde fuera, una fórmula “a la portuguesa”. UP no debe ni asumir humillaciones del PSOE ni romper lazos mínimos democráticos. Esta salida sería el mal menor: evitaría el posible ascenso de la derecha en unas hipotéticas nuevas elecciones. El PSOE no podría negarse a aceptar esta opción, que sólo depende de UP.
UP podría, desde la oposición, apoyar y tratar de mejorar las medidas avanzadas contenidas en el programa de gobierno. Sería la posibilidad más favorable a los intereses populares en las condiciones actuales. Permitiría a UP poner al PSOE más claramente ante sus responsabilidades y tener las manos más libres para movilizar a la ciudadanía en caso necesario.