Ningún analista parece dudar del incremento de votos que va a tener la extrema derecha en las próximas europeas. Muchas y muchos ciudadanos votarán a los verdugos de sus propios derechos y oportunidades creyendo que estos partidos acabarán con supuestas amenazas que en realidad no lo son, más bien lo contrario. La pregunta sería a quién amenaza el feminismo, la diversidad sexual o la inmigración. La extrema derecha responderá que a los hombres, a los heteros y a los españoles. La realidad es que amenaza la violencia de los machistas, de los homófobos y tránsfobos, de los racistas y los fascistas.
Los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, los derechos a un trato digno a las personas que migran y su libre movimiento o el reconocimiento del derecho a la igualdad del colectivo LGTBI no son una amenaza real. Sobre todo, teniendo en cuenta que, en nuestros entornos familiares, vecinales y de amistades están presentes muchas de estas realidades. Sin embargo, la retórica antiderechos alimenta el miedo a un enemigo invisible y masivo y supuestamente desconocido, y es importante subrayar lo de supuestamente porque cuando se le pone nombres y apellidos todas y todos sabemos las historias que hay detrás de las personas a las que estigmatiza la extrema derecha. Cuando tenemos contacto directo humano, el relato deshumanizado e imaginario de Vox se desactiva.
La alianza globalista e internacionalista que tanto ha criticado Abascal no deja de ser una proyección de su propia alianza, la de los llamados patriotas que tienen la misma receta para todos los problemas, se den en el país que se den, una alianza que se ha escenificado en Madrid hace apenas una semana. Su negocio del odio se ha encarnado en diferentes formaciones políticas que han dejado clara cuál será su hoja de ruta en cuanto alcancen el poder: acabar con los derechos humanos, con la justicia social, con el estado de bienestar, con el sistema de protección social, con la libertad ideológica, con la pluralidad religiosa, hacer excepción la visibilidad y presencia de las mujeres en la vida pública y empresarial, acabar con los empleados públicos, con el trato humanitario en las fronteras, con… la Europa y la España en la que vivimos hoy.
Podríamos decir que el proyecto político de la extrema derecha es el proyecto político de los verdugos de libertades y derechos que están deseando sacar su guadaña para volver a una civilización en la que habrá muchas banderas de España ondeando en gruesos mástiles y políticas económicas populistas que reducirán todas las ayudas sociales a más ayudas a la natalidad, que no beneficiarán ni a las mujeres ni los trabajadores pobres ni a la gente en situación de desempleo ni por supuesto a quienes tengan algún tipo de problema de salud. De la actual criminalización a la inmigración se pasará, tal y como ha sucedido en Hungría, a estigmatizar a los “llamados parásitos sociales” que ya no serán solo las personas extranjeras sino también las personas sin hogar, las que cobran el IMV, las que acceden a ayudas de comedor, las que tienen becas universitarias, las que perciben una prestación por discapacidad… Porque la batalla cultural de la extrema derecha es una batalla contra los derechos no solo de las mujeres, de los inmigrantes o de las personas LGTBI, es sobre todo una batalla contra los derechos de los pobres, de la clase trabajadora, de la mayoría social. Es una batalla cultura de la élite por el control del poder que creen que solo puede ser suyo.
Donde la extrema derecha ve “paguitas”, el resto vemos derechos. Donde ellos ven parásitos sociales, nosotros vemos personas humildes luchando por una vida digna. Donde ellos ven ruina, el resto vemos protección social. Donde ellos ven negocio, el resto vemos servicios públicos. La extrema derecha no esconde su programa político, aunque sí responsabilizan de sus intenciones a otros, porque solo así tiene posibilidad de existencia, culpando a otros de su crueldad y dureza, a los enemigos de esa patria aria, católica, supremacista, machista, heterosexista, neoliberal e inculta que defienden. Una patria donde no cabe un país, donde no cabe España, donde no cabemos las y los que vivimos aquí.