En junio tuve ocasión de asistir a una asamblea de un círculo de Podemos. En ella, se presentaba como punto del día un borrador de organigrama que se utilizaría como punto de partida sobre el que trabajar hasta alcanzar un modelo definitivo de consenso. A pesar de no haberse presentado como una propuesta definitiva y acabada, una parte de los asistentes pidieron enérgicamente poder votarlo, no entendiendo muy bien cuál era el objetivo de ese borrador.
Vivimos con un modelo de representación política parlamentaria que no nos permite votar, sino que nos conmina a elegir a unos representantes que, a la postre, son los que votan por nosotros. Quizás por esas ganas de poder decidir sobre las cosas que acaecen en nuestro entorno, el debate sobre los modos de toma de decisiones en organizaciones de nueva creación, como Podemos, está candente. Hay cierta desconfianza hacia las decisiones que se toman de manera delegada y, por eso, queremos votarlo todo. Sin embargo, no hay que confundir el ámbito de lo estatal, de lo público, con el funcionamiento de ciertos tipos de organizaciones sociales y políticas o, al menos afinar bien el tiro.
En el ejemplo anterior, las consecuencias de someter ese borrador de organigrama a votación eran prácticamente nulos. Haberlo aprobado allí no le da legitimidad, pues con certeza hubo mucha gente que no asistió a esa asamblea y no pudo decidir. Del mismo modo, al ser presentado como un punto de partida sobre el que trabajar, ni siquiera sus promotores tenían la idea de que se estableciese como el modelo definitivo. Haberlo rechazado en votación nos llevaría al mismo punto, con el riesgo, además, de tirar ese trabajo por tierra, defenestrarlo como boceto y tener que empezar de cero.
El tema de las votaciones, qué votar, cuándo hacerlo y a quién concederle el derecho es harto complejo. Imaginemos otro supuesto.
Dado un Círculo cualquiera que pretende lanzar una iniciativa/campaña/acción que concuerda totalmente con los principios y objetivos de Podemos, ¿sería necesario que esa iniciativa pasase por una votación previa para “autorizarla”? Y, teniendo en cuenta la cantidad de iniciativas que pueden salir de unas bases que no paran de crecer, ¿habría que someterlas a votación todas?, ¿quiénes podrían votarlas?, ¿qué quórum necesitaríamos para aprobarlas?
Todas estas cuestiones, en la Administración Pública, en los parlamentos estatal o regionales, estarían mucho más claras: todo el mundo debería poder votar cualquier ley que se presentase en una cámara legislativa cuando quisiese y, cuando no, dejarlo en manos de los representantes electos (art. 23.1 CE). Cierto es que en estos ámbitos disponemos de un censo definido y cerrado y que las decisiones que se toman en esa escala nos afectan a todos y cada uno de nosotros.
Pero una organización política, máxime con la complejidad de Podemos, tiene unas características y un funcionamiento diferentes. Es por ello que se deben explorar fórmulas novedosas en la toma de decisiones que consigan, al mismo tiempo, varios objetivos importantes.
En primer lugar, no convertir a Podemos en un partido al uso, donde las decisiones se toman en pequeños grupos constituidos en ejecutivas. Existe en esta organización una clara doble dimensión, entre el liderazgo de las caras más mediáticas y unas bases descentralizadas y en pleno desbordamiento. Por ello, es fundamental mantener un sistema de pesos y contrapesos que impida que una de ellas domine a la otra.
Por otra parte, hay que evitar caer en procedimientos farragosos, de validación continua, que entorpezcan la fluidez del funcionamiento y la potencia física e intelectual de la acción colectiva. Ya en el 15M se vivieron muchas situaciones desesperantes de bloqueo continuo por imposibilidad de alcanzar consensos totales sobre todas las cosas.
Por último (aunque haya más objetivos), creo importante promocionar las iniciativas de los círculos o de personas individuales que, de someterse a votaciones plebiscitarias permanentes, correrían el riesgo de no salir nunca adelante. Es innegable que, en cualquier votación que se convoque, la influencia de las caras más conocidas y de los perfiles en redes sociales más numerosos es mucho mayor, existiendo el riesgo de que se acalle sistemáticamente a las minorías.
Quizás, la solución a esta ecuación pase por el ensayo de un sistema mixto de toma de decisiones. Habría que empezar por definir concisamente los márgenes de acción, esto es, los principios básicos, éticos, políticos y organizativos de Podemos. Esta tarea, que se intentará acometer en la asamblea constituyente de otoño, es básica para definir la identidad misma de la organización y su código de funcionamiento, lo que significa trazar las líneas rojas de lo que es y lo que no es Podemos. Por tanto, todo acuerdo resultante de esa asamblea debe contar con un consenso amplio de toda persona que se considere más o menos cercana a Podemos. En este caso, y si no existe un consenso unánime, es imprescindible acudir a las votaciones.
Una vez definidos los contenidos básicos y las reglas de funcionamiento, la votación abierta debería continuar siendo un requisito imprescindible de validación de cualquier modificación en los mismos, así como de aspectos fundamentales como la elaboración de los programas políticos o la configuración de las listas electorales. Dicho de otro modo, todo lo que afecte al ADN de Podemos debería ser ratificado por votaciones lo más abiertas y numerosas posibles.
Pero dentro de ese marco, en aras de facilitar el funcionamiento, la creatividad y la inteligencia colectiva, es más interesante adoptar sistemas de toma de decisiones proactivos, esto es, dar libertad absoluta a círculos y personas para que hagan y deshagan, para que propongan y lancen, sin necesidad de votaciones que funcionen como autorizaciones. Estando claros los principios de Podemos, son éstos los que funcionarían como frontera de lo que es y lo que no es, siendo la participación y el seguimiento de la gente los indicadores de la aprobación o desecho de la iniciativa en cuestión. Si se consigue hacer que los rasgos identificativos de Podemos sean asimilados por una amplia generalidad, no es necesaria la existencia de comités que hagan la labor de guardianes de la pureza, o de votaciones recurrentes e interminables que hagan demasiado burocrático y farragoso el funcionamiento y las dinámicas internas y externas.
Este tipo de modelos organizativos están aún verdes, en fase beta (o alfa) que dirían los programadores, y será sólo con la práctica y el refinamiento continuo como se llegue a conseguir versiones estables y funcionales. Eso sí, para empezar a andar, hay que interiorizar y asimilar que el disenso es normal y hasta beneficioso, que una organización política y democrática debe ser plural por naturaleza, y que de la deliberación en torno a cuestiones polémicas y conflictivas es de donde se obtienen, finalmente, los resultados más satisfactorios.