El 8 de septiembre de 2018 se produjo lo que la prensa española calificó como el “Debut de Leonor como heredera”. El titular es de El Mundo, pero de manera casi idéntica abrieron sus portadas todos los periódicos. El debut se produjo en Covadonga, a donde acudieron los Reyes acompañados de su dos hijas. No hubo intervención en el acto de ninguna autoridad civil. Únicamente pronunció un discurso el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, en el que subrayaría la continuidad de la conexión de la Monarquía con la Virgen de Covadonga: “Ante la Virgen de Covadonga ponemos vuestro importante destino, Alteza, como en su día se puso el de vuestro padre hoy felizmente reinante”. Porque “Covadonga es un lugar identitario donde nació el pueblo que aquí tuvo comienzo”, ya que “Covadonga permitió que se fuera formando una España plural en sus pueblos, muy unida en sus gentes, con un proyecto común”.
De esta manera quiso la Casa Real que se presentara en sociedad la heredera de La Corona, la princesa Leonor. El Trono y el Altar, la invocación de la Virgen, la Reconquista con una fuerte carga de Cruzada contra los infieles como forjadora de la unidad de España. Resulta necesario, añadiría el Arzobispo, que “María de Covadonga continúe protegiendo a esta querida Familia Real en un momento decisivo y delicado para España”. Esa es la tarjeta de presentación que la Casa Real eligió para la Monarquía del siglo XXI. Extraña manera de interpretar una Constitución democrática, en la que se afirma que “ninguna confesión tendrá carácter estatal” (art. 16 CE). Pero así es España y su Monarquía, podríamos decir parafraseando a Eduardo Marquina.
Está claro que VOX captó el mensaje. Lo que se dijo en Covadonga ese día delante de los Reyes y de la heredera de La Corona lo ha convertido Santiago Abascal en su programa electoral. En el fondo y en la forma. Si en Covadonga se inició la “Reconquista” y se puso el germen de la unidad de España, en Covadonga se va a poner en marcha una nueva Reconquista, una nueva Cruzada, que evite el riesgo de desunión de la nación española.
Kant escribió que España es el reino de los muertos, que los muertos la poseen, que los muertos la dominan. Y la derecha española parece empeñada en darle la razón. Pretende enfrentarse al siglo XXI con un programa del siglo XIX. Es posible que alguien esté elaborando una suerte de “Manifiesto de los Persas”, proyectando un final del Gobierno presidido por Pedro Sánchez similar al final que tuvo la Constitución de Cádiz con el retorno de Fernando VII.
Esto es lo que supondría un triunfo de las tres derechas en las elecciones generales. Únicamente Vox es portador de un programa que supone una enmienda a la totalidad a la Constitución, pero no sería necesario que Santiago Abascal ocupara la presidencia del Gobierno para que se liquidara la Constitución. Bastaría con un Gobierno que únicamente pudiera constituirse con base en una mayoría parlamentaria de la que Vox fuera parte imprescindible, para que el edificio constitucional se derrumbara. El Estado no es una comunidad autónoma. El equilibrio en el que descansa el Estado democrático español no podría sobrevivir a la aplicación del programa de gobierno que pudiera acordarse entre las tres derechas.
La dirección de Vox es plenamente consciente de que es así. Sabe perfectamente que Santiago Abascal no puede ser investido presidente del gobierno, pero sabe que un Pablo Casado, cuya investidura dependiera de Vox, se vería obligado a adoptar determinadas decisiones políticas que supondrían no la voladura inmediata, pero si un proceso de desmoronamiento imparable del edificio constitucional.
Para Vox es la democracia de la Constitución de 1978, con la descentralización política resultante del ejercicio del derecho a la autonomía de las “nacionalidades y regiones” que integran España, la que pone en peligro la unidad del Estado. El fin del Estado de las Autonomías puede suponer una perturbación transitoria, pero es una garantía de la unidad del Estado y la nación española. A eso es a lo que está jugando.
Con la inestimable ayuda de Covadonga.