Todavía es pronto para entender en profundidad el rápido crecimiento de Vox. Los primeros análisis empíricos indican que es un voto que se explica por el españolismo, la tensión contra la inmigración y que en la mayoría de las comunidades autónomas proviene de estratos de renta medios y altos, aunque en Murcia, donde ha sido primera fuerza, podría tener un sustrato más popular. Que los otros partidos de derechas le hayan dado espacio, así como los medios de comunicación, junto con la tensión en torno a la cuestión catalana, posiblemente suma un cúmulo de factores que explica su rápido crecimiento.
Hay otro factor que aparece de forma recurrente para dar cuenta del auge de Vox: la cultura. Se da por supuesto que con una ciudadanía más instruida alejaríamos de nuestro espacio político las tendencias ultras. Se entiende que la exposición a la cultura produce efectos benéficos sobre la tolerancia, sentimientos de fraternidad, mayor sensibilidad con respecto a quienes sufren desigualdades, ya sea de género, clase social o pertenencia a una minoría. Incluso se propone estudiar más filosofía, como una de las formas más elevadas de la cultura, para luchar contra el auge de los populismos de derechas en sus diversas variantes.
Parece como si la cultura o la filosofía tuviesen el poder de vacunarnos contra lo peor de la política. Pero este argumento más parece un prejuicio que un hecho. El Ortega Smith que no es capaz de mirar a la cara a una víctima de la violencia machista ha ido a la Universidad, al igual que Monasterio, con sus proclamas contra la inmigración. Es más, si miramos históricamente, encontramos que uno de los filósofos más importantes del siglo XX, Martin Heidegger, fue un nazi convencido, posiblemente toda su vida. Y del mejor sistema educativo de la época salieron doctores en medicina, derecho y otras disciplinas que formaron parte importante de la maquinaria nazi. Nos gustaría encontrar una “bala de plata”contra el fascismo, y sería bonito que esta fuese la cultura. La idea de que el fascismo se cura leyendo no tiene en cuenta la biblioteca de Hitler, quien también también fue escritor y pintor.
Posiblemente el éxito del argumento más que con los hechos tenga que ver con la posición de quienes en términos relativos tienen más capital cultural que económico, como en su día señaló Pierre Bourdieu. Es una posición social en la que encontramos a los más críticos con el capitalismo, por ejemplo.
Pero el argumento tiene dos problemas. Uno, que no es cierto: más cultura no parará a Vox. Y dos, es peligroso, supone una dosis de “miserabilismo”, es decir, da por supuesto que el votante de Vox es un bruto analfabeto, y lleva a responsabilizar a los sectores populares del auge de la extrema derecha, lo que no es cierto en España. Esto a su vez puede tener efectos reactivos, dando más fuerza al electorado de Vox, por sentirse insultado por algo que no es, la falta de cultura.
No es fácil luchar contra Vox. Conecta con sentimientos primarios, como la pertenencia a España y el miedo a lo distinto, se presenta como lo nuevo y como el que lleva la contraria a la mayoría, para decir verdades que se ocultan. Me gustaría pensar que con denunciar su “malismo” contra los débiles y su orgullo patriotero sin sentimientos de solidaridad ni fraternidad sería suficiente. Pero no lo parece.
Los medios de comunicación podrían ser más solidarios entre sí: si vetan a uno, como ha sucedido, vetan a todos. Por otro, los partidos de derechas tendrían que pensar hasta qué punto su colaboracionismo con el monstruo lo está alimentado, a costa de su propio electorado. Y por último, hay que ser implacable en señalar su crueldad, insistir en que el “malismo” no es una solución política para ningún problema serio. No es fácil la tarea.