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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Vox desnorta al PP y a Ciudadanos

Pablo Casado, el político que desde que llegó al poder en su partido no ha dejado de mentir, de exagerar y de deformar la realidad a su conveniencia se dice ahora víctima de una fake new. Albert Rivera, hasta ahora el político que parecía más seguro de sí mismo presenta hoy el aspecto de un hombre nervioso, desorientado. Entre clamorosos errores tácticos, meteduras de pata e ineptitudes manifiestas, tanto el PP como Ciudadanos parecen haber perdido el norte. Sin hacer prácticamente nada Vox les está llevando al despeñadero. Y no se ve claro cómo uno y otro partido van a recomponer su figura y encontrar un rumbo propio.

Y todo eso está ocurriendo cuando la mayoría de las encuestas concluye que la suma de las tres derechas tiene muchas posibilidades de ganar las elecciones y cuando, en el otro lado del espectro, la buena marcha demoscópica, sin exagerar, del PSOE tiene como correlato la caída, más o menos catastrófica según cada encuesta, de Unidos Podemos y el agravamiento de la crisis interna de este colectivo.

La creencia, basada en estudios propios, de que Vox logre un resultado mucho mejor del que pronostican las encuestas publicadas podría explicar esa paradoja. Y, más en general, tanto error podría derivarse de la sensación del PP y de Ciudadanos de que la radicalización de la opinión del centro-derecha español es mucho mayor y más profunda de lo que normalmente se cree.

La inexperiencia y la necesidad de afianzarse rápidamente en un liderazgo en el que no lleva ni un año, pueden justificar que Pablo Casado aparezca cada día con una nueva idea o una nueva denuncia en los medios de comunicación, un ritmo sin precedentes en la política española y que por momentos ha rayado el ridículo. Pero esas condiciones objetivas de partida poco tienen que ver con el contenido de no pocos de sus movimientos tácticos.

Y no de los últimos, sino de los de hace ya unos cuantos meses. Casado, seguramente siguiendo los consejos de su mentor José María Aznar, dejó bien claro desde un primer momento que se había ido a la derecha, que lo de buscar a los electores de centro había dejado de ser un objetivo prioritario del PP. Prodigó toda suerte de mensajes en esa dirección durante la campaña de las elecciones andaluzas, particularmente sobre la inmigración, y redobló la fuerza de esa línea tras su celebración y la aparición fulgurante de Vox en las mismas. Incluyendo también serias vez reservas a las políticas feministas y contra la violencia machista.

Esas han sido las constantes de sus mensajes durante lo que llevamos de 2019. Trufadas, eso sí, del radicalismo sin concesiones, y sin matices ni ideas nuevas, en todo lo que tiene que ver con la crisis catalana. La última ocurrencia ha sido volver a la mentira de la conspiración del 11M, la espina clavada en el corazón de José María Aznar.

Pero ese esfuerzo ingente parece no haber dado frutos. No sólo porque las encuestas dicen que la presión de Vox no desciende y las perspectivas electorales del PP no mejoran por culpa de ello, sino porque Casado y los suyos rechazan cada vez con menos contemplaciones cualquier opinión disidente que en el PP les piden que se modere, que acepte también otras opciones programáticas, y que les dice que si pierde el voto de centro derecha el Partido Popular puede terminar mal.

Dos episodios de estos últimos siete días, y habría unos cuantos más si se ampliara un poco el periodo de observación, ilustran como tanta presión puede hacer perder el norte a un partido. La primera fue la propuesta a Vox de que no se presentara en las circunscripciones más pequeñas para evitar la dispersión de voto. La iniciativa era tan ridícula que se tapó pocas horas después de haber sido expresada. Ni como globo sonda valía, aunque no pocos corifeos mediáticos del PP la consideraron genial. La segunda ha sido la idea de ofrecer frenar su expulsión a inmigrantes ilegales a cambio de que cedieran a sus hijos en adopción.

La barbaridad que eso suponía ha sido suficientemente valorada como para insistir en ello. Y más que las reacciones de Casado tras comprender que habían metido la pata en ambos capítulos, lo relevante es que esas insensateces hayan podido darse en un partido hecho y derecho, en el que hay muchos profesionales encargados justamente de evitar cosas de ese tipo. Sólo suponiendo que la dirección del PP vive en un estado que raya en la histeria colectiva se pueden entender tales despropósitos.

También Ciudadanos anda demasiado apresurado. El fichaje de un personaje de biografía tan comprometida como Silvia Clemente y el posterior pucherazo para convertirla en cabeza de lista por Castilla y León sólo se explican desde ese punto de vista. Parece como si de repente Albert Rivera hubiera dado la orden de fichar “talentos” con toda la urgencia del mundo sin pararse demasiado en detalles. Porque era imprescindible dar un golpe de efecto de un día para otro para frenar la mala marcha de los sondeos.

La cosa no le ha salido bien. No sólo porque lo del pucherazo es algo demasiado gordo en un partido que no ha dejado de presumir de limpieza y de voluntad de regeneración política, sino porque el episodio ha impulsado las tensiones internas que los diktat relativos a la composición de las listas habían generado en unas cuantas circunscripciones.

Ciudadanos abandonó su vocación de partido de centro-derecha el día que decidió sumarse al PP y a Vox para hacerse con la Junta de Andalucía. En su dirección había quien creía que había que negarse a ese pacto. El influyente Luis Garicano, que ya parece haber entrado en rumbo de colisión con Rivera por lo de Silvia Clemente, podía ser uno de ellos. Desde que entró en el gobierno andaluz la deriva de Ciudadanos hacia la derecha ha sido constante y sin matices sustanciales. Hasta el punto de que algunos conocedores de ese partido creen que un cambio de rumbo hacia el centro, para evitar que el PSOE crezca en ese territorio, ya es muy difícil en el tiempo que queda hasta el 28 de abril.

Hoy por hoy es difícil saber si la desorientación que se observa tanto en el PP como en Ciudadanos puede afectar significativamente al resultado de esas elecciones. Depende de lo que ocurra en las seis semanas que quedan hasta su celebración. Pero lo que está claro es que la irrupción de Vox en la escena política ha alterado el panorama mucho más allá de las consecuencias que podría tener que este partido obtuviera un 8-10% de los votos.

Da la impresión de que no es una cuestión de porcentajes, sino de ideología. El problema podría ser que el conjunto del centro-derecha español, al menos un 40% del total del electorado, está más escorado hacia los planteamientos de la ultraderecha de lo que hasta ahora se creía. Por culpa de Cataluña pero también por fenómenos de radicalización de las clases medias populares del tipo de los que se dan en otros países occidentales.

El éxito de Vox, un partido muy burdo y elemental en sus presupuestos y que a la postre es poco más que neofranquista, se debe a que ha estado en el sitio y el momento adecuados para capitalizar esas actitudes. Tras darse cuenta de ello sus rivales del centro-derecha se han lanzado deprisa y corriendo a tapar ese agujero. El PP directamente, porque los votos de Vox vienen de sus filas. Ciudadanos podía habérselo evitado, aunque el temor a perder su condición de primer partido anti independentista también le han llevado indirectamente por ese camino. En el que uno y otro no saben muy bien cómo transitar.