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Vuelta a los orígenes

Pablo Casado.

Javier Pérez Royo

España es el último país de Europa occidental que se ha constituido democráticamente. Grecia, Portugal y España se quedaron fuera de la ola del constitucionalismo democrático que se impone en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. A las tres les alcanzará la ola en los años setenta. Primero a Grecia, después a Portugal y por último a España. Les alcanzó de forma diferente: Grecia y Portugal rompieron con el régimen de los coroneles y con el salazarismo, deslindando netamente su constitución como Estados democráticos del pasado. En España no ocurrió así, como es de sobra conocido. Fuimos los últimos y los más tibios a la hora de constituirnos democráticamente.

Ello permitió que en las primeras elecciones democráticas la derecha concurriera con dos partidos, encabezado el primero, UCD, por Adolfo Suárez que  había sido Secretario General del Movimiento Nacional, partido único del Régimen de Franco, y el segundo, AP, por Manuel Fraga, exministro en varias ocasiones en dicho Régimen. El primero se definía como un partido de centro. El segundo como un partido de derecha, cuyos dirigentes, todos exministros de Franco, reivindicaban su trayectoria política en la dictadura con la pretensión de continuarla en la democracia. 

Aunque en las elecciones que acabaron siendo constituyentes de 1977 y en las primeras elecciones constitucionales de 1979 UCD fue el partido hegemónico de la derecha y AP fue una fuerza subalterna, que casi estuvo a punto de desaparecer, a partir de las elecciones de 1982, se cambiarían las tornas. AP se convertiría en el partido hegemónico de la derecha y UCD desaparecería. La extrema derecha desbancaría al partido de centro y se quedaría, inicialmente con la competición del CDS, pero tras la refundación en 1989 como PP y a partir de 1993 con la práctica desaparición del CDS, de manera exclusiva con la representación de toda la derecha española. 

Con esta representación de la derecha unificada en el PP es con la que ha operado el sistema político español hasta 2015. La extrema derecha consiguió hacerse con el espacio del centro y, una vez que lo hubo conseguido pareció que desaparecía, que dejaba de tener presencia en el sistema político español. España era la excepción europea en cuyo sistema político no operaba ningún partido de extrema derecha, cuyo ideario no se correspondiera con los valores en los que descansa la Constitución de la democracia. 

Formalmente era así, pero materialmente no lo era. La extrema derecha anticonstitucional estaba cómodamente instalada dentro del PP mientras este partido garantizaba el acceso al Gobierno estatal, autonómico y municipal. Condicionaba desde dentro la acción de gobierno y no tenía necesidad de expresarse de manera autónoma. En cuanto ha dejado de ser así, la extrema derecha ha reclamado su presencia de manera diferenciada. Es una fracción del PP la que se ha constituido autónomamente como partido a través de VOX, como todos los estudios posteriores a las elecciones andaluzas del 2 de diciembre están poniendo de manifiesto. 

Estamos asistiendo parcialmente a una vuelta a los orígenes, al retorno de AP, que aparentemente desapareció con su refundación como PP, pero que en realidad no ha dejado de estar presente en todos estos años en el interior del PP. La impronta franquista no ha desaparecido nunca por completo del PP. No ha tenido una presencia dominante, pero sí importante dentro de este último.  Por eso ha reaparecido con la fuerza con que lo ha hecho y por eso está consiguiendo que la dirección del PP este aceptando sus planteamientos, aunque no pueda hacerlo de manera inequívoca, porque los tiempos ya no son los mismos que fueron en los ochenta y porque se ha incorporado al sistema un partido como Ciudadanos, con el que tiene que competir en el centro derecha español.

La dirección del PP se reconoce en el discurso de Vox. No hay rechazo a dicho discurso. Los términos en que se expresa Pablo Casado cada día lo dejan más claro. Lo que sí hay en la dirección del PP es miedo a que dicho discurso tenga más credibilidad en la boca de Vox que en la suya y que, en consecuencia, vuelva a ser la extrema derecha que expresamente se proclama como tal la que acabe quedándose con el espacio o con  buena parte del espacio que él ocupa. La dirección del PP sabe por propia experiencia que eso puede ocurrir. 

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