Wert tiene que dimitir
Si un ministro como Wert, que se trae entre manos la reforma de un derecho fundamental y de tal trascendencia como el de la educación, es el peor valorado por los ciudadanos en la historia de la democracia (que ya es decir), debería dimitir.
Si los alumnos más brillantes, los destacados, los premiados, dan una lección a su máxima autoridad, que es Wert, el ministro de Educación, y, al recoger sus diplomas, le manifiestan con su desprecio, con su negativa a darle la mano o incluso a mirarle a la cara, que no está a la altura de su excelencia, que él, con su gestión de la Educación, es el primero que desprecia esa excelencia y las posibilidades de futuro de los jóvenes de este país, debería dimitir.
Si Wert, el ministro de Educación, ha tenido que comprometerse a replantear en lo esencial el nuevo reglamento de becas (ya veremos en qué queda una promesa para la que hay muy poco tiempo) porque incluso los Consejeros de Educación de las Comunidades que gobierna el PP (incluidas Extremadura y Castilla y León) se sumaron al resto en su oposición a elevar las notas para obtener una beca (“cultura del esfuerzo”, lo llamó él, que sigue sonriendo), debería dimitir.
Si los rectores y vicerrectores universitarios lo consideran también una aberración porque cierra las puertas de la Universidad a muchos alumnos con graves dificultades económicas, lo que supone, según la comunidad universitaria, un atentado contra derechos constitucionales como el de la igualdad de oportunidades, pero el ministro de Educación, Wert, no da su brazo a torcer (y sigue sonriendo), debería dimitir.
Si, de hecho, se denuncia que Wert, el ministro de Educación, abandonó la reunión del Consejo de Universitarios a los diez minutos y se denuncia una nula voluntad de diálogo, inédita en cargo, debería dimitir.
Si sus propios compañeros de partido no comparten sus modos y maneras y hasta Soraya Sáenz de Santamaría ha tenido que salir a hacer explícito el apoyo del Gobierno al ministro y María Dolores de Cospedal ha tenido que hacer un llamamiento a los líderes regionales para que defiendan la reforma educativa, debería dimitir.
Si allá donde va el ministro es abucheado y hay ejemplos para aburrir: en la apertura del curso escolar en Fuensalida (Toledo), en Sevilla cuando iba a dar una conferencia que tuvo que cancelar, en Haro (La Rioja) por unos profesores, en la apertura del Festival de Cine de Málaga, en el Congreso de Mentes Brillantes en Madrid, en la inauguración de una biblioteca en Badajoz y de otra en Burgos, en la inauguración de la Seminci en Valladolid, a las puertas del estadio Santiago Bernabéu poco antes del partido entre el Real Madrid y el Galatasaray, y en el pabellón Fernando Buesa de Vitoria al comienzo de la final de la Copa del Rey de Baloncesto, en el acto conmemorativo del 40 aniversario de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED); la última vez, en el homenaje a Teresa Berganza en el Teatro Real de Madrid. Si la lista de abucheos es interminable porque es diaria, debería dimitir.
Si toda la comunidad educativa (padres, alumnos, profesores, sindicatos, la plataforma para la defensa de la Escuela Pública) está en contra de la Lomce o Ley Wert, debería dimitir.
Si en un Estado aconfesional Wert, el ministro de Educación, se somete a las exigencias de unos obispos que todavía quieren más y restituye la obligatoriedad de la asignatura de Religión, debería dimitir.
Si cada vez que Wert, ministro de Educación, abre la boca es para soltar un exabrupto (“Soy como un toro bravo, me crezco en el castigo” o “El interés del Gobierno es españolizar a los alumnos catalanes” son solo dos célebres ejemplos) y después esbozar una sonrisa cetrina , debería dimitir.
¿Por qué, entonces, no dimite Wert? Su resistencia no solo denota una falta absoluta de dignidad personal, sino también una profunda irresponsabilidad: alguien con un cometido político de la importancia del suyo, debería considerar honestamente el dejar paso a otra persona que pueda hacerlo mejor, dado el nulo apoyo que ha encontrado él. ¿Por qué, entonces, no lo hace? Un ministro que está reformando la educación de un país no se puede permitir semejante ejercicio de soberbia. Y seguir sonriendo.
El PP ha tenido que diseñar una campaña mediática para defender la Lomce y al propio ministro Wert. Será inútil: ni sus anuncios en prensa ni sus cuñas en radio ni sus acciones en las redes sociales lograrán ya convencer a nadie. La campaña será inútil y resultará patética. Para colmo, nos costará dinero. Si el PP no fuera tan soberbio como el propio Wert, sabría darse cuenta de que esta obcecación es estúpida y que lo más conveniente para todos, incluido su partido, es que dimita Wert. Que lo dimitan.