West-Point contra Marlaska
Que dice la leyenda? El hombre lobo puede morir por la bala de plata que dispara quien le ha amado…
La ventaja de un año electoral para un político es que tus jefes de filas te defienden contra viento y marea, aun apretando la cincelada mandíbula, y que tus propias pifias te protegen de ser cesado. La mayor desventaja de un año electoral es ser un mando de segunda fila, porque tu cabeza se convierte en la más propicia para la decapitación, a poco torpe que seas y que permitas descargar la torpeza de tu superior, la verdadera pieza de caza.
El ministro Marlaska sigue en el Gobierno y seguirá hasta las elecciones a pesar de que para quien le nombró debe ser a estas alturas obvio que no fue buena idea. No diremos que lo dijimos. El tándem Marlaska-Gámez no ha sido sino un quebradero de cabeza del que se intentará salir de la forma más digna, con la cabeza de la segunda y preservando a la pieza de caza a la que pretendían abatir por el que fue el menor de sus pecados. Aún puede que estropee la red protectora a base de hacer lo que acostumbra: dar explicaciones falseadas y tirar balones fuera para que no le salpiquen. Ese es Grande-Marlaska, desde siempre. Por eso hace gracia que indirectamente en la derecha lo comparen con la bestia de Gévaudan cuando pretenden que hacía falta una bala de plata como la de Jean Chastel para derribarlo y que esa bala se iba a llamar Pérez de los Cobos.
Es esta una historia que les he servido desde el principio y sería poco profesional no analizar el desenlace. Es la historia de una causa espuria, creada para atacar al Gobierno en la persona de José Manuel Franco (entonces delegado del Gobierno en Madrid), que fue aceptada por la juez Rodríguez-Medel para convertirla en munición y que se manejó por el coronel Pérez de los Cobos con expresa intención de que no fuera conocida por el propio Gobierno pero sí por la prensa afín, que se encargaría de usarla contra Sánchez durante meses. La causa quedó en nada, porque nada era y nunca debió abrirse. Era, este sí, lawfare de manual en el que colaboraron las asociaciones profesionales de la Guardia Civil, el consejo de Generales, la Asociación Profesional de la Magistratura y tantos y tantos. Quedó en nada y nada sucedió, aunque héteme aquí que, ante la deslealtad y la evidencia de lo que he resumido, el coronel Pérez de los Cobos fue cesado y héteme aquí que lo fue con la torpeza que ha caracterizado toda la gestión de María Gámez —a la que el puesto le venía enorme— y del propio ministro-juez Marlaska.
La bala de plata se la ha disparado esta semana West-Point y le ha salvado la coraza electoral y la cabeza rodante de Gámez. El tema no es baladí, porque cuestiona la legitimidad del Gobierno actual para realizar ceses de cargos discrecionales en el mando de las Comandancias, como han hecho todos los gobiernos que en la historia democrática han sido. Lo de West-Point viene porque, como algunos saben, los magistrados de lo contencioso-administrativo han sido considerados —o auto considerados— una élite del mundo judicial dado que, por decirlo en román paladino, su especialidad les permite de manera indirecta analizar asuntos que proceden de sus colegas penales o civiles y sobre las resoluciones de los cargos electos y de los tres poderes del Estado, incluido el CGPJ, el Parlamento y el propio Gobierno. Así que esa era la pugna: ¿si un Gobierno puede nombrar cargos discrecionalmente, se lo puede impedir el Tribunal Supremo? En el caso del cese de Pérez de los Cobos dicen que sí, que tienen que reintegrarlo a su puesto.
La sentencia, conocida estos días, viene a cebarse con la impericia y la torpeza de la ex directora general y de su jefe el ministro, que para más inri es juez. No se trata de que no pudieran cesarlo, sino de cómo lo hacen. Dentro de las batallas políticas libradas en los tribunales, esta es dudosamente ideológica, ya que el tribunal estaba formado por dos jueces muy conservadores —Requero y Díaz-Picazo—, por dos magistradas progresistas —Teso y Pico— y por un quinto magistrado que no podríamos encasillar claramente en ningún bloque —Lucas—. Dice la sentencia que mantienen en su integridad la jurisprudencia asentada sobre la justificación de los ceses discrecionales, pero que en el caso llevado a cabo con Pérez de los Cobos la razón alegada es confusa, no justifica que exista una inidoneidad sobrevenida, es contraria a la función de Policía Judicial “tal y cómo se redacta” y para colmo en el recurso de alzada “se intentó enderezar” para arreglar lo mal hecho.
Esa bala de plata que la derecha mediática pensaba que tumbaría al ministro en septiembre del año pasado, cuando falló la Audiencia Nacional, ha quedado desvirtuada en año electoral. El caso Pérez de los Cobos no funciona ya sino para los muy cafeteros, aunque no deja de ser importante por esa pugna entre el poder del Ejecutivo y el del Judicial. Ahora el Gobierno tiene que cumplir la sentencia y reintegrar a Pérez de los Cobos al frente de la Comandancia de Madrid. ¿Significa eso que tenga que comerse con papas al jefe desleal que jugó claramente a deslegitimar y erosionar espuriamente su legitimidad? Lo lógico es que no. Así que todo apunta a que ejecutarán la sentencia y luego volverán a cesarle por pérdida de confianza con una motivación precisa y ajustada para pasar los filtros de la jurisprudencia establecida. Vamos, lo que debió hacerse desde el principio si no hubiera mediado la torpeza, la incapacidad y el atolondramiento, probablemente propiciado por el tembleque que le entraría en el cuerpo al ministro cuando vio en la prensa tamaño misil contra su presidente sin que él se hubiera coscado de nada.
La bala de plata que la derecha anhelaba no va a matar al ministro ni a Sánchez ni va a resucitar a Pérez de los Cobos. Una restitución y un nuevo cese lo abocarían a un nuevo procedimiento judicial. El que lleva el plomo en las alas es Pequeño Marlaska, como han dado en llamarle en la carrera judicial desde hace un tiempo. A estas alturas, Sánchez tiene que tener claro que se equivocó al nombrarlo y sus tradicionales valedores, el PP y los medios conservadores, lo odian con todas sus fuerzas. Apliquen la falsa frase de Lincoln que es tan cierta que debería haberla pronunciado: “Puedes engañar a todas las personas una parte del tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.
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