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Teatrillos sentimentales no, gracias

Daumier, 1848

Begoña Huertas

En la localidad de Fayón se recrea cada año la histórica Batalla del Ebro, en la que el día 25 de julio de 1938 se enfrentaron el bando republicano y las tropas franquistas en el que fue el último enfrentamiento de la Guerra Civil en suelo aragonés, un combate violento que dejó más de mil muertos. Los organizadores hablan de revivir ese momento bélico sin resentimientos (¿?), y al margen de la política (¡!). La puesta en escena se realiza con todo lujo de detalles hasta que el bando “nacional” proclama su victoria frente a un nutrido grupo de espectadores-turistas, como en un teatrillo al aire libre. Para algunos es un negocio. Como dice el alcalde, es bueno para la hostelería. (Pero ¿se imaginan a los argentinos jugando a los desaparecidos?, ¿y a los alemanes recreando para disfrute del público la vida y muerte en un campo de concentración?)

Las personas que representan a los combatientes afirman que para ellos es una manera de experimentar nuevas sensaciones: “Sentirnos en la piel de aquellos que lucharon por unos ideales que tanto a un bando o al otro les parecieron justos”. “Que no te cuenten la historia, vívela” parece ser el reclamo de este fenómeno llamado “recreacionismo”, una manera de apelar a las emociones y dejarse de cualquier otra consideración. Lo que importa es la adrenalina como en una atracción de feria.

La supremacía de lo emocional sobre el razonamiento es algo con lo que llevamos conviviendo desde hace ya demasiado tiempo. Ese rechazo de la capacidad de raciocinio o su necesaria subordinación a “lo que no puede explicarse” podría justificar cualquier cosa. Nuestra época posmoderna -que por cierto parece no terminar nunca- propicia la visión fragmentada, ambigua, caleidoscópica, el pastiche y la realidad de la falsa realidad. Una echa de menos la confianza en la razón, los valores universales y el progreso de aquellos modernos de principios del siglo XX.

En el panorama político español estamos atascados en una singular performance donde el discurso puede significar tanto una cosa como la contraria. Los candidatos aparecen, ponen en escena pequeños actos para movilizar opiniones y vuelven a desaparecer, dejando tras su paso tan sólo una impresión. Déjense de impresiones. No apelen a mis sentimientos, no estoy eligiendo novio. (Y en este sentido aprovecho para confesar, entre paréntesis, mi desagrado al logo-corazón de Unidos Podemos, y toda esa palabrería amorosa a la que desgraciadamente recurrió en la campaña pre-electoral Pablo Iglesias.)

Cuando Mariano Rajoy continúa sin dimitir y además el PP sigue siendo el partido más votado, lo que está funcionando sin duda es casi toda la gama de emociones desde la desconfianza al terror. El pensamiento lógico está desaparecido en combate. Muchos votantes de izquierda seguramente se abstuvieron por motivos tan poco razonables como la antipatía hacia un político determinado, o resentimientos, hartazgos, rabia. De nuevo toda la escala emocional.

En ese batiburrillo de juegos de palabras y gestos ambivalentes nos perdemos, prestando atención sólo a los gritos. Lo que queda es tan sólo un feeling, un algo intuitivo formado en cualquier lugar excepto en el cerebro racional. Así, desaparecen categorías como derechas e izquierdas, y no hay ni arriba ni abajo y hasta casi no hay ni real ni imaginario. Todo es retórica y simulación. La consecuencia: perder de vista el referente real, los problemas que tenemos para vivir día tras día.

En esa recreación de la batalla del Ebro no niegan la Guerra Civil, pero la recrean como espectáculo despojándola de toda consideración política, o sea, en total ausencia de una versión coherente de la historia. A veces me parece que las negociaciones entre PP, Ciudadanos y PSOE también responden a una recreación de lo que debería tener lugar en realidad. Después de todo, igual el objetivo es el mismo en uno y otro caso: hacer negocio manejando emociones y evitar el análisis en profundidad.

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