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Y la yaya los puso a bailar

David Cánovas, más conocido como TheGrefg. EFE/Foto cedida
1 de marzo de 2024 22:36 h

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A un lado del ring hay una señora andorrana de 80 años con un contrato de alquiler vigente desde 1989; al otro, un youtuber de 26 con una empresa llamada Grefito que ha conseguido echar a todos sus vecinos excepto a ella. Podría decirse, sin utilizar preámbulos tan literarios, que uno de los temas de la semana ha sido el varapalo judicial a Thegrefg por el pleito con su inquilina. Dejó de renovar los contratos de alquiler, pero el suyo, anterior a la legislación vigente, la mantenía en la vivienda. Tela con el nombre, por cierto. Si quieres ser BlackRock, llámate como BlackRock, porque si no corres el riesgo de quedar como un merluzo. Él trató de sabotear el inmueble e interpuso una demanda de desahucio por “uso abusivo” de la vivienda. Y la yaya los puso a bailar. El realismo socialista hoy en día tendría tintes de realismo mágico. Si Gorki hubiera escrito ‘La Madre’ en estos tiempos locos, la revolución se habría fraguado en una sala de Discord contra unos zares digitales que retransmiten en directo como el Gran Hermano de Orwell pero entendiéndolo mal, como hace todo esta gente. Digo zares por la referencia a Gorki, pero la realidad es que este señor con nombre de gargajo tiene más de Gil que de Romanov. Por suerte para él.

Aunque el tufo a mercadillo medieval de la plaza de la iglesia, a incienso y a cabra se haya sustituido por el de un food truck de hamburguesas o postres y movidas hidrogenadas junto a un Corte Inglés, el feudalismo nunca llegó a terminar del todo. Se decapitó al rey y se burocratizó la opresión y se reinventó la explotación, se añadieron eslabones al organigrama, pero, en general, todo está como siempre ha estado.

A día de hoy los terratenientes ya no son ese señorito hortera que sale a caballo a cazar a bufonazos de posta lobera, o al menos ya no lo son exclusivamente. Los nuevos dueños del suelo cobran su diezmo en forma de suscripción a Amazon Prime y se sienten con la legitimidad celestial de actuar guiados por su voluntad, porque, ¿quiénes se creerán que son las leyes y las gentes que las promulgan para interferir en el buen hacer de estos dioses hechos carne?

Son youtubers, en algunos casos, pero también son los hijos del que caza a caballo, el pijo de la marca de gafas de sol, el estudiante de la privada que va a clase en un AMG o el que ha heredado diez pisos de sus padres. Los nombres, los apellidos y los orígenes cambian, pero los estamentos y su función en el sistema o su rol depredador en la cadena trófica en la que los seres humanos hemos convertido la experiencia de vivir en sociedad no ha cambiado un ápice. Ya no hay obispos (bueno, sí), pero hay cofrades.

El individualismo es el nuevo derecho divino. Pocas veces la palabra libertad tuvo un significado negativo; siempre sugirió un mundo entre iguales, no entre ecuánimes; siempre quiso romper yugos. Libertad para esclavizarlos a todos, para moldear o hacer trizas el mundo a tu antojo, un privilegio para el que pueda pagarlo o sepa cómo hacerlo, pero todo es posible. Milei en Argentina ha sido uno de los primeros tumores visibles de este cáncer que, aviso desde ya, es el enemigo número uno de la humanidad en este momento, pero las pulsiones libertarias son muy sencillas de propagar y es probable que en los próximos años se hagan fuertes más movimientos anarcocapitalistas por todo el mundo.

Da igual en qué forma se difunda el mensaje: la aburrida y abusiva burocracia que pone impedimentos para cumplir tus sueños, la ruptura de la imaginaria censura woke o esas volteretas argumentales que son capaces de dar Juan Ramón Rallo o Jesús Huerta de Soto para justificar que no está mal del todo el trabajo infantil y todas esas memeces. Hemos pasado del lassez faire al dejadme a mi aire, y el libertarismo ha quedado en manos de tarados que han sustituido la lucha colectiva y sindical por esas pequeñas y épicas batallas individuales y la guerra hobbesiana del uno contra el resto para ascender socialmente. Culpa en parte de esto la tienen las limitaciones de la socialdemocracia, ese sistema que te quita el servicio militar obligatorio pero te hace pagar por renovar el DNI. Cualquiera busca alternativas.

El problema está cuando la alternativa es la destrucción de la civilización. Cualquier paso en la desaparición del Estado que no tome la dirección del colectivismo se encamina sin remedio a la vuelta de las monarquías absolutas, al poder desmedido de grandes empresas, propietarios y corporaciones, a los ejércitos privados, cuerpos policiales, la justicia. Da que pensar esto último, pero de momento, mientras la justicia siga dando la razón a las yayas, los mantendremos a raya.

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