Los tuits son infumables. “Humor negro” es una expresión que explica algunas barbaridades que todo el mundo dice o escucha en algún momento en el ámbito privado. Hay quien ríe y quien calla, pero resulta aceptable, dentro de los límites de la sensibilidad de cada cual, en tanto que entendemos que el humor es transgresión y siempre que esta se produzca en la intimidad o, esta es la única salvedad tolerada en la esfera pública, si quien dice la barbaridad es un profesional del mundo del espectáculo. Youtube está lleno de vídeos, a su vez llenos de visitas, con este tipo de humor. Lo intolerable es que sea un representante, recién electo por la ciudadanía, quien hace los chistes infumables. Hasta aquí debe estar de acuerdo hasta el propio Zapata.
Sucede que el caso de los tuits abre varios interrogantes en el corazón de un proceso de cambio político que tiene interés abordar y puede sentar un precedente. No hay nadie que, en el desarrollo de una vida corriente, no haya actuado en alguna ocasión de tal forma que, sometida esa actuación al foco de la luz pública y los titulares de prensa, no sea susceptible de escándalo. El tipo de interacción y de relaciones sociales que establecen las redes sociales como Twitter o Facebook son, además, un campo de minas: cuando la gente de mi generación quiera escribir biografías no tendrá que acudir a ficheros, sino a timelines. O, como decía Juan Carlos Monedero: “Las redes sociales nos convierten a todos en bocazas”. Y lo hacen porque producen interacciones entre pocos individuos, a menudo con relaciones personales fuera de esas redes, que son potencialmente masivas, que pueden convertirse en un titular de prensa cuando sus protagonistas abandonan la tranquilidad del anonimato y, por ejemplo, se presentan a unas elecciones con éxito.
La cuestión, lo estudiábamos en clases de Lengua desde pequeños, es que la comunicación se compone de varios elementos. El mensaje es crucial, pero hay algunos más: quién emite, quién recibe o cual es el contexto en que se inscribe. En el caso de los desafortunadísimos tuits de Zapata, algunos de estos elementos trascienden el mensaje y, además, han cambiado. El contexto en el que se producen no es el de una persona que manifiesta sus opiniones: son mensajes entrecomillados y que aludían a un debate público sobre los límites del humor. Su posición al respecto es discutible: muchos situaríamos las fronteras de aquello sobre lo que se pueden hacer bromas mucho más acá que él. Pero es una posición que se puede comprender. El segundo elemento tiene que ver con el emisor: Guillermo Zapata, hoy concejal de Madrid y una de las caras visibles de Ahora Madrid, era una persona dedicada al mundo del espectáculo en 2011, cuando escribió los tuits. Zapata era guionista. Se dedicaba a escribir y a hacer humor.
La posición de Zapata ha cambiado porque el tiempo político ha cambiado. Llevamos tiempo pidiendo un tiempo nuevo en la política donde, quienes no son políticos profesionales, puedan entrar en las instituciones para que sea la gente común quien recupere el protagonismo en democracia. Sucede que la gente común a menudo dice y hace cosas, en su vida común, que no son sostenibles en la esfera pública. El caso de los tuits de Zapata le invalidaría para la vida pública si esos tweets expresaran sus convicciones, pero cualquiera sabe que no lo hacen, que forman parte de una desafortunadísima broma utilizada en portadas y medios de comunicación como ariete. Sin contexto, el mensaje produce espanto. Contextualizado representa un error que pone en jaque a Zapata, pero plantea un interrogante que no se resuelve fácil: Zapata debe dimitir e irse por un error cometido hace cuatro años y lo que cuenta es el texto o comprendemos el cambio de emisor y contexto.
Hay otro elemento para el análisis: solemos decir que el proceso de cambio en España está protagonizado por gente corriente haciendo cosas extraordinarias. No es el caso. Zapata lleva años haciendo cosas extraordinarias: ha formado parte del alma de procesos sociales desde hace años y es un referente para una generación entera. Últimamente se pone en valor el papel de la gente de Juventud Sin Futuro en ese cambio. Pues bien, hemos aprendido en y de procesos de los que Zapata ha sido una pieza clave. Como lo ha sido primero en Ganemos Madrid y después en Ahora Madrid. No es una persona corriente, sino una persona absolutamente extraordinaria, un luchador brillante e imprescindible para buena parte de las cosas hermosas que le vienen pasando a Madrid desde mayo del 2011.
La decisión sobre su futuro está tomada, pero a Guillermo Zapata no le pueden manchar el nombre unos tuits desafortunados. Y, suceda lo que suceda desde ahora, a Ahora Madrid no le debe marcar la agenda de gobierno una ofensiva de este tipo. Van a venir muchas más porque, en el corazón del caso de los tuits, no está el texto que encierran sino una contienda política de calado.
Si la nueva política consiste en que las portadas marquen la agenda y las decisiones o consiste en tratar de ir más allá de los titulares y explicar lo que sucede es discutible. Para muchos lo primero resultaría decepcionante.