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Se acabó. La censura necesaria
En una webinar reciente el psicólogo Bruno Moioli respondía a la pregunta “¿qué harás cuando acabe el confinamiento?” diciendo que él ya está en el día después, pensando en todo lo que cambiará y en cómo le afecta a su rutina diaria.
Estoy de acuerdo con la postura. Dos cosas van a cambiar radicalmente: los horarios cotidianos, que vendrán marcados por el teletrabajo, y las formas de relacionarnos.
Los horarios cotidianos se empezaron a alterar en 1980 con la industrialización masiva de la sociedad, coincidiendo con el inicio de este ciclo neoliberal que ahora concluye, de la mano de Tatcher en Inglaterra y Reagan en los USA.
Estamos claramente en el punto álgido, en el cenit y/o azimut de un cambio de ciclo. El desarrollismo desbordado llevó a querer duplicar beneficios duplicando el ciclo económico: un ciclo productivista de día y un ciclo consumista de noche. La sociedad del espectáculo y el neón, desplazando y comprimiendo la producción industrial progresivamente robotizada. Desplegando la mentalidad del “dejar hacer” extremo: cualquier excentricidad es adecuada si se puede convertir en espectáculo monetizable. El correlato ideológico ha sido la permisividad acrítica: si da pelas, es bueno.
Ha llegado el momento de entender que la libertad sin límites preconizada por el neoliberalismo ya no va más allá. Que hay bienes superiores al dinero. Que dos de los principios de la Revolución Francesa, libertad e igualdad, pueden ser contradictorios. De hecho han venido a ser los sendos ejes de lo que entendemos por derechas e izquierdas. Que si los queremos conservar, y queremos, han de estar ponderados entre sí y con el tercer principio, el de la fraternidad.
Internet vino a establecer el modelo comunicativo de los nuevos tiempos. Diseñada para que no se interrumpa, permite el acceso anónimo. Pero el trazo, aunque anónimo, permanece. De forma que cualquier conexión es trazable, abriendo la puerta a una gran herramienta apenas esbozada en sus desarrollos: la transparencia. El anonimato tiene sus áreas de aplicación, pero en los foros públicos no es de recibo. O te identificas o te identifican. Y cualquier grupo, cualquier foro, como cualquier sociedad, tiene la posibilidad y la obligación de establecer las normas de uso y obligar a cumplirlas o expulsar (bloquear) a quien las incumpla.
Las redes sociales han venido a recordarnos la estructura tribal de la sociedad. La aldea global macluhiana. Aldea que prolonga las relaciones de clases y de grupos. Ya no estamos atados a responder determinísticamente a las exigencias del grupo en que nacemos. Podemos cambiar de ciudad, de trabajo, de grupo de referencia. Pero no podemos obviar las reglas internas del grupo al que pertenezcamos. Podemos cambiar de grupo de Whatsapp, pero o nos sujetamos a las normas del grupo elegido, o nos expulsarán.
Y no es censura, es higiene.
Ya sabemos que el espíritu neoliberal va a acusar: censura, no me dejas expresarme y yo, que soy muy mío, digo lo que quiero donde quiero y cuando quiero.
Y no, se acabó, en mi casa no dices lo que quieres: o te comportas o te vas.
Es higiene y ya sabemos gracias a la crisis del coronavirus que la salud es un bien que está por encima de la economía.
En una webinar reciente el psicólogo Bruno Moioli respondía a la pregunta “¿qué harás cuando acabe el confinamiento?” diciendo que él ya está en el día después, pensando en todo lo que cambiará y en cómo le afecta a su rutina diaria.
Estoy de acuerdo con la postura. Dos cosas van a cambiar radicalmente: los horarios cotidianos, que vendrán marcados por el teletrabajo, y las formas de relacionarnos.