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Ahora toca devolverme mi carné del PSOE

José Luis Úriz Iglesias

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Vuelvo a infringir la norma básica de no escribir en primera persona, pero debo hacerlo para dar a conocer mi doloroso e injusto testimonio en el seno de un partido de la izquierda. Ingresé en el PSOE, más concretamente en el PSN, en 1990, después de una larga militancia en el PCE una parte de ella durante la lucha anti franquista.

Curiosamente ya venía predestinado al haber nacido precisamente en la calle Ferraz 70, su actual sede. Lo hice como ya he comentado en alguna ocasión por dos razones: porque consideraba que podía y debía ser “la casa común de la izquierda”, y porque siguiendo a los clásicos, entendía que la finalidad de esa izquierda era transformar la sociedad. Al ser el PSOE el partido mayoritario, debía trabajar en su seno para transformarlo en esa dirección.

No fueron fáciles los primeros años, porque un sector de quienes por entonces dirigían el PSN me consideraron como un infiltrado comunista, más aún al haber continuado mi militancia en CCOO, ya que me parecía excesivo dos cambios, de partido y de sindicato.

Mantener la lealtad a mis principios, a mis ideas, contrastaba con una cultura de lealtad al líder. Resultó especialmente difícil por tener que ejercer labores institucionales. Dos legislaturas en el Parlamento de Navarra y tres como concejal del Ayuntamiento de Villava-Atarrabia, en un tiempo especialmente convulso al ser el pueblo de Navarra en el que con más dureza sufrimos el acoso del mundo de ETA.

Así once años con dos escoltas producto de dos intentos de atentado, tensiones, amenazas, pintadas, concentraciones, incluso presiones a mi hijo en su instituto. Aguantamos firmes sin dar un paso atrás, quizás por el espíritu heredado de mi militancia comunista en momentos incluso más difíciles. Resultaba curioso pasar del terror impuesto por el franquismo al del mundo etarra, de las torturas sufridas en el primero por “Billy el niño” y su siniestra BPS, a las de ETA y su gente.

Pero a pesar de ello aprendí desde el principio a empatizar con mis enemigos, a intentar entender también su sufrimiento, las razones, en mi opinión equivocadas, de su lucha. Eso me llevó a tener contactos con sus dirigentes, a hacer incluso amistades que al conocerse por una parte de la cúpula del PSOE me llevaron a hacer de puente, de persona de comunicación y encuentros.

Entre ellos el más significativo; aquella comida en Leitza en la que participé junto a Alfredo Pérez Rubalcaba, más Enrique Curiel de una parte y Joseba Permach, Pernando Barrena y Patxi Zabaleta de la otra. De ahí los episodios de 1991, 1999, 2003, 2010 etc.

Siempre entendí que un día ETA desaparecería, que su final vendría a través de la presión policial, judicial, social, o de la colaboración internacional, pero que al final necesitaríamos la complicidad desde su interior que efectivamente vino a través de la iniciativa Bateragune impulsada por Arnaldo Otegi.

Curiosamente esos contactos, esa colaboración que utilizaron mis “mayores” me trajo incomprensión y tensión de la dirección del PSN, que culminó con mi expulsión en 2010. Fue a través de dos acusaciones falsas, que había dedicado el cohete de inicio de las fiestas de mi pueblo a Otegi y que había invitado a dicho acto a Pernando Barrena.

Demostré con pruebas fehacientes, grabaciones de radio y TV, documentos sonoros y visuales, lo que dije aquel día delante de cientos de personas. Que no fue dedicar ese cohete a Arnaldo Otegi y al mismo tiempo con documentos del Secretario del Ayuntamiento y del Jefe de Protocolo atestiguando que entre mis invitados no figuraba Barrena. Incluso el portavoz municipal de EH certificó que había acudido invitado por su grupo.

Lo que ante la justicia ordinaria habría servido en este caso no, y me encontré sin mi carnet del PSOE, aunque al haberme desplazado a Catalunya el PSC sí me acogería a las pocas semanas en su seno. Incluso como miembro del mismo participé sin ningún problema en todo tipo de actos del PSOE, incluidos Congresos, jornadas y primarias. Posteriormente mí vuelta a Navarra y algún ardid torticero, me volvieron a dejar huérfano de militancia socialista.

Continué así como socialista sin carnet la defensa de mis ideas. La necesidad de impulsar la unidad de la izquierda, dar un giro en ese sentido al PSOE, entender que al no existir ETA ya no tenía sentido la política de aislamiento de la izquierda abertzale. O que era necesario buscar nuevas soluciones a viejos problemas para eliminar las tensiones centro-periferia, o incluso que debíamos impulsar una II Transición y la transformación de nuestro país en un Estado Federal Plurinacional.

Curiosamente las mismas ideas que ahora defiende y está dispuesto a poner en práctica el SG del PSOE Pedro Sánchez. ¿Entonces qué problema hay en estos instantes para que no milite en este partido? Me preguntaba justo el día 7 de enero viendo el triunfo de su investidura. ¿No resulta evidente que tenga de nuevo mi carné, si ahora Pedro Sánchez y el PSOE coinciden con mis ideas defendidas durante 30 años?

Por esas razones al día siguiente me dirigí raudo y veloz a volver a solicitar por tercera vez (la última, sin respuesta, fue el día que Sánchez venció en unas primarias en cuyo proceso contó con mi absoluta colaboración y ayuda) mi militancia, mi carnet del PSN-PSOE, a la sede pamplonesa del Paseo Sarasate.

Ahora solo queda esperar a recuperar un carné que jamás me debió ser arrebatado. Ojalá Pedro Sánchez lea estas líneas y lo entienda también así. Porque ahora ya vivimos un nuevo tiempo con más luces y menos sombras, con menos desencuentros y más coincidencias.

Veremos.

Vuelvo a infringir la norma básica de no escribir en primera persona, pero debo hacerlo para dar a conocer mi doloroso e injusto testimonio en el seno de un partido de la izquierda. Ingresé en el PSOE, más concretamente en el PSN, en 1990, después de una larga militancia en el PCE una parte de ella durante la lucha anti franquista.

Curiosamente ya venía predestinado al haber nacido precisamente en la calle Ferraz 70, su actual sede. Lo hice como ya he comentado en alguna ocasión por dos razones: porque consideraba que podía y debía ser “la casa común de la izquierda”, y porque siguiendo a los clásicos, entendía que la finalidad de esa izquierda era transformar la sociedad. Al ser el PSOE el partido mayoritario, debía trabajar en su seno para transformarlo en esa dirección.