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Asalto del Capitolio: el mejor final posible
Imaginemos que el asalto al Capitolio no hubiese ocurrido. Trump seguiría esparciendo, desde su cuenta de Twitter, mentiras y basura, enfangándolo todo. Seguiría hoy, mañana, pasado, el 20 de enero, el mes próximo, el año que viene, no pararía nunca de mentir, de intervenir en política y de inocular odio en la sociedad. Un peligro mundial que nadie sabría cómo detener.
El asalto del Capitolio, de un papirotazo, ha terminado con él y con toda la chusma que lo rodeaba. El Partido Republicano, que tanto lo ha consentido, no tendrá más remedio que repudiarlo y volver a buscar candidatos aceptables en términos democráticos, a pesar de que quedará en su seno un reducto que añorará al personaje. Ocurre en todos sitios.
Todo ha sido lamentable. Lo peor es que ha habido cinco muertos, cinco vidas que se han perdido estúpidamente. También muy grave la infamia, la imagen insoportable que queda de un país que teníamos como modelo de democracia y que ha sido más propia de un país del tercer mundo. Todo retransmitido en directo por todas las televisiones del mundo, para incredulidad de esos periodistas americanos atrapados en su superioridad.
Todo lamentable, pero la mejor manera de acabar con el peligroso bufón. Aquella sociedad seguro que sabrá reaccionar.
Y para el resto del mundo una lección para todos los que juegan con el populismo. Sobre todo para los que los apoyan, consienten o utilizan, más que para los propios populistas, que estos lo único que entienden es de papirotazos.
Imaginemos que el asalto al Capitolio no hubiese ocurrido. Trump seguiría esparciendo, desde su cuenta de Twitter, mentiras y basura, enfangándolo todo. Seguiría hoy, mañana, pasado, el 20 de enero, el mes próximo, el año que viene, no pararía nunca de mentir, de intervenir en política y de inocular odio en la sociedad. Un peligro mundial que nadie sabría cómo detener.
El asalto del Capitolio, de un papirotazo, ha terminado con él y con toda la chusma que lo rodeaba. El Partido Republicano, que tanto lo ha consentido, no tendrá más remedio que repudiarlo y volver a buscar candidatos aceptables en términos democráticos, a pesar de que quedará en su seno un reducto que añorará al personaje. Ocurre en todos sitios.