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Mis banderas
El 28 de junio de 2024 en Málaga fue la primera vez que asistí a un Orgullo Crítico. Por diferentes motivos no ideológicos si no logísticos, no había acudido antes. Me sorprendió, -desechando cualquier connotación positiva de la palabra-, la mínima parte de la población LGTBIQ+ que se manifestó allí. De todas las personas del colectivo que conozco personalmente o sitúo dentro en él con distancia, eché en falta la corporalización de muchos, sobre todo los que se dedican a reivindicar en redes sociales. Las luchas de la izquierda suelen ser interseccionales y, así como se acude al 25N sin ser exclusivamente una mujer maltratada o a manifestaciones en apoyo de Palestina sin ser palestino, observé que no existe reciprocidad.
Al final de la marcha, en la desembocadura en la Plaza de la Merced, aparecieron merodeando tres jóvenes ataviados con la bandera española, de apenas 18 años. Perdía el hilo de los manifiestos que se iban leyendo por estar ensimismada en ellos, tratando de adivinar el propósito de su presencia allí. Mantenían una postura relajada y distendida, charlando entre ellos sentados en un banco a falta de pipas. En un primer momento esa actitud me convenció de que eran parte de la marcha, de que se habían ataviado con esa bandera -y no con la del arcoíris- para reivindicar algo sobre lo que había reflexionado años atrás. En los primeros años del nacimiento de Vox, cuando aún eran una pandilla de pringados acomplejados y delirantes y así se reflejaba en el discurso de los ciudadanos, -incluso los de derechas-, pensaba mucho en el símbolo de la bandera roja y amarilla. En los días que solamente nos llegaba el tufo lejano del discurso de odio y fascismo que hoy apesta las calles y las redes.
En ese momento, pensábamos en esa ideología rancia como una chanza, daban miedo ya, pero sentíamos que íbamos a poder pararles, que estábamos dispuestos a no darles ni un metro de espacio en las instituciones. Se iba advirtiendo que la bandera española iba a formar parte de su propaganda fascista. En esos días, yo pensaba en que, si mis manías me permitieran llevar trozos de tela atados a las muñecas, me hubiera anudado una bandera del arco iris y otra de España. Eran esos días en los que aún estábamos a tiempo de evitar que convirtieran la bandera de mi país en un símbolo fascista y en mi mente flotaba la idea de que era posible. Hoy, y desde hace ya años atrás, es difícil no sentir aversión hacia la tela rojigualda si tienes un pensamiento progresista. Hoy, y desde hace ya años atrás, han conseguido vincular su retórica fascista con los colores de España. Hoy, y desde hace ya años atrás, se han apropiado de mi bandera. Hoy se me tacharía de facha, y con razón, si decidiera poner en mi muñeca una bandera de mi país junto con una bandera arcoíris. Pero es así como me siento. Orgullosa de pertenecer al colectivo LGTBIQ+ y orgullosa de ser española. Centrando el objetivo en coyunturas únicamente positivas (obviando solo por este momento todas las luchas y progresiones que siguen siendo necesarias) siento orgullo por haber nacido en uno de los primeros países europeos en legalizar el matrimonio igualitario; estoy orgullosa de que España sea el cuarto país en un ranking mundial en los avances de derechos LGTBIQ+; estoy orgullosa de que, al menos en este último año, se haya puesto sobre la mesa gubernamental los derechos de las personas trans, estoy orgullosa de que en la ley educativa se incluyan la diversidad y la igualdad como objetivos fundamentales a exigir en las aulas adolescentes. Estoy orgullosa de que estas prácticas me permitan besar a mi novia en la calle a plena luz del día, cenar en un restaurante cogidas de las manos encima de la mesa.
Estoy orgullosa que fueran pioneros en el mundo espacios españoles como el pasaje Begoña, como Chueca; entristecida de que hoy hayamos permitido que nos hayan arrebatado estos espacios. Y me responsabilizo, y nos responsabilizo, de que se nos haya pasado de largo que nos han robado un símbolo que ahora está manchado de fascismo y de partidos de fútbol.
Ayer, cuando los tres jóvenes ataviados con la bandera de España quisieron hablar en el megáfono del Orgullo Crítico y no se les permitió, recordé a esa Isabel ingenua de hace diez años que confiaba a ciegas en que esta ideología fascista era pasajera. Recordé que hubo un tiempo en el que guardaba la esperanza de que mantenerse orgullosa de ser lesbiana y ser española no iba a convertirse en una contradicción.
El 28 de junio de 2024 en Málaga fue la primera vez que asistí a un Orgullo Crítico. Por diferentes motivos no ideológicos si no logísticos, no había acudido antes. Me sorprendió, -desechando cualquier connotación positiva de la palabra-, la mínima parte de la población LGTBIQ+ que se manifestó allí. De todas las personas del colectivo que conozco personalmente o sitúo dentro en él con distancia, eché en falta la corporalización de muchos, sobre todo los que se dedican a reivindicar en redes sociales. Las luchas de la izquierda suelen ser interseccionales y, así como se acude al 25N sin ser exclusivamente una mujer maltratada o a manifestaciones en apoyo de Palestina sin ser palestino, observé que no existe reciprocidad.
Al final de la marcha, en la desembocadura en la Plaza de la Merced, aparecieron merodeando tres jóvenes ataviados con la bandera española, de apenas 18 años. Perdía el hilo de los manifiestos que se iban leyendo por estar ensimismada en ellos, tratando de adivinar el propósito de su presencia allí. Mantenían una postura relajada y distendida, charlando entre ellos sentados en un banco a falta de pipas. En un primer momento esa actitud me convenció de que eran parte de la marcha, de que se habían ataviado con esa bandera -y no con la del arcoíris- para reivindicar algo sobre lo que había reflexionado años atrás. En los primeros años del nacimiento de Vox, cuando aún eran una pandilla de pringados acomplejados y delirantes y así se reflejaba en el discurso de los ciudadanos, -incluso los de derechas-, pensaba mucho en el símbolo de la bandera roja y amarilla. En los días que solamente nos llegaba el tufo lejano del discurso de odio y fascismo que hoy apesta las calles y las redes.