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Del barrio al centro con el refranero
Hay lugares que frecuentamos en nuestra vida diaria, establecimientos sencillos en los que surgen conversaciones a veces intrascendentes, a veces no tanto.
Hace poco, Fernando, el kiosquero, mientras recargaba mi tarjeta para el autobús, y con esa locuacidad que le caracteriza, amenizaba mi espera con su charla. Así, entre generalidades, me mostró su malestar por cómo andaban los precios de los productos básicos, y mientras me extendía el cambio, terminó con una sentencia: Los ricos también se están empobreciendo. Debió de notar que arqueaba las cejas más de lo habitual, por lo que añadió: Cuando llueve, llueve para todos. Y sonrió satisfecho porque de una pasada, y en menos que canta un gallo, me había despachado ilustrándome con sus dos ciencias favoritas: La economía y la meteorología.
La verdad es que andaba yo con prisas no fuera a perder el bus así que le di las gracias y callé lo que ya me palpitaba en la lengua: Sí, pero no todos se mojan.
Precisamente esa mañana había estado leyendo que los grandes bancos españoles iban a cerrar 2022 con unos beneficios de campeonato. El Santander, con el mayor de su historia, Sabadell duplicando sus ganancias y BBVA ya en septiembre, había ganado más que en todo 2021, pero que no pueden permitirse pagar un impuesto que hoy por hoy sería de lo más solidario con este país. Vamos, que cuanto más tienen, más quieren.
¡Pobrecitos¡ Menos mal que aquí estamos todos los demás para arrimar el hombro, pensé yo para mis adentros, mientras, pies para que os quiero, llegué jadeante a la parada. La carrera no me hizo perder el hilo del refranero que parecía arrastrar desde la conversación con Fernando. Al contrario, me puse a pensar que eso de que la avaricia rompe el saco o que las mentiras tienen las patas cortas, más que sabiduría popular, sonaba, hoy por hoy, a regodeo. ´
Las mentiras tendrán las patas cortas, pero son muchas, demasiadas, y al igual que las cochinitas, tienen la peculiaridad de que se enroscan sobre sí mismas escondiendo sus extremidades. Vamos, que se hacen una bola y no hay manera de saber dónde empiezan y dónde acaban. Actualmente, la mentira es una plaga.
En esas iba yo cuando recordé la fábula del Rey Midas, el que deseó con todas sus ganas que todo lo que rozase se convirtiera en oro. Todo le fue bien hasta que tuvo sed y hambre y no podía llevarse la fruta ni el agua a la boca, porque al roce mismo de sus dedos ¡zas! El precioso líquido y la rica manzana se convertían en piezas dignas de estar en cualquier paraíso fiscal. Oro puro.
Hoy en día, la moraleja de este cuento es una banalidad para aquellos y aquellas que destinan algunos años de su vida, gracias al beneficio que da el poder en alguna concejalía o alcaldía, a enriquecerse ilícitamente. Lo que me produce indignación, impotencia y mucha tristeza. Yo viví los comienzos del proceso democrático en este país, en plena juventud y cargada de esperanza. Nos costó mucho, todos dejamos algo en ese camino, y para algunas, esa pérdida fue la inocencia. Creía y creo en las instituciones democráticas. El que haya personas que se aprovechen de eso para su lucro personal me parece intolerable.
Como el viaje lleva su tiempo, del rey Midas pasé a recordar una frase atribuida al jefe indio Noah Sealth: Sólo cuando se haya cortado el último árbol, sólo cuando se haya envenenado el último río, sólo cuando se haya atrapado el último pez, el hombre blanco se dará cuenta de que el dinero no se come.
Demasiado tarde ¿No os parece? ¡A buenas horas, mangas verdes!
Como diría mi abuela: Guarda tu hogar y tu hogar te guardará. Lo que me hizo pensar, aquí, entre nosotros, que puede que esas gentes, los poderosos no sean de este planeta por cómo lo están esquilmando. Hace poco, la imagen de los seguidores de Bolsonaro, haciendo señales con sus móviles pidiendo ayuda extraterrestre, me hubiera hecho reír si no fuera por lo patético de la misma.
Y termino, porque llegué a mi destino no sin acordarme del Quijote y su advertencia: “Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito, pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja”.
Hay lugares que frecuentamos en nuestra vida diaria, establecimientos sencillos en los que surgen conversaciones a veces intrascendentes, a veces no tanto.
Hace poco, Fernando, el kiosquero, mientras recargaba mi tarjeta para el autobús, y con esa locuacidad que le caracteriza, amenizaba mi espera con su charla. Así, entre generalidades, me mostró su malestar por cómo andaban los precios de los productos básicos, y mientras me extendía el cambio, terminó con una sentencia: Los ricos también se están empobreciendo. Debió de notar que arqueaba las cejas más de lo habitual, por lo que añadió: Cuando llueve, llueve para todos. Y sonrió satisfecho porque de una pasada, y en menos que canta un gallo, me había despachado ilustrándome con sus dos ciencias favoritas: La economía y la meteorología.