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Carta a Pedro Sánchez
Hace aproximadamente un mes que mi hija de seis años escucha a Rozalén para aprenderse una canción que ensayan en la coral de la que forma parte. El caso es que ha descubierto a esta artista y le gusta. Y entre una de esas canciones que escuchamos aleatoriamente, aparece la canción de Justo, que habla de un muchacho de pueblo, instruido, alegre y joven, de la Quinta del Biberón, que fue llamado a la guerra y no volvió.
A mi hija de seis años, lo del biberón, por aquello de la edad, no le llamó la atención pero sí el hecho de que no volviera. Y el sábado, un día antes de las votaciones, en un trayecto en coche de apenas veinte minutos, me preguntó el motivo. Tuve el tiempo suficiente para explicarle la historia de Justo, y la de su propio bisabuelo, de la misma quinta, que cayó en el bando nacional pero sí que volvió. Y también la del otro, de Rafael, que estuvo en el bando republicano, en la Batalla del Ebro.
Obviamente yo explico las cosas como son o como fueron, le expliqué la Guerra civil, le conté que había dos bandos: el de los buenos y el de los malos. Los buenos luchaban por la libertad, por los derechos, por la igualdad y la fraternidad de los pueblos. Los malos, negaban todas esas libertades, privaban a las mujeres de sus derechos y consideraban que la riqueza sólo era de unos pocos y que los pobres estaban condenados a serlo de por vida.
La cara de asombro y la rotundidad con la que profirió una condena a esos hechos es la que debería de tener gran parte de la población que no gozó de esos privilegios por linaje.
Lo siguiente que me preguntó es cómo acabó la guerra, le dije que ganaron los malos, que murió mucha gente, gente buena de los dos bandos que se tuvieron que matar sin conocerse. Que cualquier guerra es mala, por el simple hecho de que deja víctimas. Y que la vida no es justa muchas veces.
La otra pregunta fue que si ese hombre malo que ganó tenía mujer. Le dije que sí. En su mentalidad no cabe que una mujer pueda estar con un hombre que se sienta superior por una mera cuestión de género.
Finalmente, me preguntó cuándo pasaron los hechos. Mi hija, sensible por naturaleza, necesitaba buscar el alivio aunque fuera por distancia temporal. Así que le dije que hace años. Respiró profundamente y me dijo: “menos mal que no me ha pasado a mí, y que ya no pasa”. En ese momento, cuando el trayecto había llegado a su fin, tuve que explicarle que lamentablemente había gente que continuaba pensando así, como el malo de la guerra, porque la historia se ha dejado de explicar, de conocer, de transmitir. Y es importante conocerla para intentar que hechos como estos no se vuelvan a repetir.
A día de hoy no le he podido decir el nombre del malo ya que, por los resultados, se ve que no es tan malo. Porque en esta sociedad no se han hecho los deberes como corresponde y todo se sigue callando, la historia se ha soterrado porque se vive de réditos. Porque los de antes ahora se erigen en nombre de la democracia y porque se pone el foco de atención en el lugar en el que se entierra al malo y no en lo que hizo. Porque sigue habiendo muchos intereses y mucha gente influyente al calor del franquismo y todo amparado en la democracia.
El domingo estuve de presidenta en una de las numerosas mesas electorales. Los resultados son más que conocidos y están ya muy analizados. La suerte, o la mala suerte, ya está echada, no de ahora sino de hace unas elecciones a esta parte. Yo nunca voté al PSOE, ni siquiera en los momentos en que se pedía el voto útil para echar al PP de Aznar del Gobierno. Años difíciles para la democracia y también para la gente que luchó por tener y conseguir todo lo que día a día democráticamente se nos está robando. Yo nunca voté por miedo, siempre he votado por principios y eso es lo que estoy intentando transmitir. Pero es ahora, Pedro Sánchez, cuando ante este nulo entendimiento entre las fuerzas supuestamente de izquierdas, ante este juego de Risk mal entendido en el que en ningún caso se está pensando en la ciudadanía sino en estrategias políticas que poco tienen que ver con la dignidad y la vida de los ciudadanos de a pie, que me pregunto cómo le voy a poder explicar a mi hija que los malos cada vez tienen más fuerza. Es más, me pregunto cómo se lo vas a trasladar tú a las tuyas. Si les dirás que en el juego a veces se gana y a veces se pierde, y que la partida te ha salido mal, porque por el camino también vas dejando víctimas, víctimas que lucharon para que tú y tus hijas tuvieran y disfrutaran de libertades y derechos que ahora penden de un hilo. La realidad es que no es un juego sino responsabilidad política.
La canción que canta mi hija no es la de Justo, es la de La puerta violeta, que trata de la violencia machista. Sé que la siguiente pregunta estará relacionada con esa letra y con esa canción y, francamente, con el panorama político que habéis generado, con VOX como tercera fuerza política del país, no sé qué respuestas le voy a poder dar.
Hace aproximadamente un mes que mi hija de seis años escucha a Rozalén para aprenderse una canción que ensayan en la coral de la que forma parte. El caso es que ha descubierto a esta artista y le gusta. Y entre una de esas canciones que escuchamos aleatoriamente, aparece la canción de Justo, que habla de un muchacho de pueblo, instruido, alegre y joven, de la Quinta del Biberón, que fue llamado a la guerra y no volvió.
A mi hija de seis años, lo del biberón, por aquello de la edad, no le llamó la atención pero sí el hecho de que no volviera. Y el sábado, un día antes de las votaciones, en un trayecto en coche de apenas veinte minutos, me preguntó el motivo. Tuve el tiempo suficiente para explicarle la historia de Justo, y la de su propio bisabuelo, de la misma quinta, que cayó en el bando nacional pero sí que volvió. Y también la del otro, de Rafael, que estuvo en el bando republicano, en la Batalla del Ebro.