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Casualidades
Creo que fue Ernesto Sábato (y ahora no me voy a levantar a mirarlo) quien escribió que no hay casualidades sino destinos, que no se encuentra sino lo que se busca.
Casado fue a misa en Granada, como suele hacer los domingos y fiestas de guardar, según ha confesado. La casualidad quiso que, como el domingo debía dedicarse a tareas políticas, tuviera que adelantar la piadosa práctica a la víspera, sábado 20N. De las más de veinte mil iglesias que hay en España, la terca casualidad quiso que acudiera a una de las siete en las que se rogaba en oración por el alma de Francisco Franco, organizada por la Fundación que lleva el nombre del dictador, ese “cristiano ejemplar”. No se percató del escudo gallináceo sobre la rojigualda que presidía el acto ni de la corona ad hoc ni de que al final se entonara el Cara al sol (Casado alega que era de noche y, aunque lo ignoren los adalides de las energías alternativas, a esas horas no hay sol). La suma de tal número de coincidencias hace difícil creer que su asistencia fuera fruto del azar. A los tres príncipes de Serendip la casualidad los salvó y aprendieron a ser mucho más prudentes a la hora de manifestar su inteligencia ante los demás. No es el caso, el baranda “en el alambre” de la derecha sabía a lo que iba, nada de serendipia. Solo queda la duda de si acudió a rezar ‘por’ Franco o ‘a’ Franco. Cuando alguien pretende pasar por inteligente y tomar al resto por idiotas, generalmente termina demostrando lo contrario.
Miles de policías y guardias civiles, en pleno ejercicio de libertad de expresión y falta de neutralidad política, se manifestaron, casualmente, junto a la extrema derecha contra la derogación de la ley Mordaza. La norma, aprobada en época de M. Rajoy, es un ataque a las libertades y derechos fundamentales; ha sido fuertemente criticada por organismos democráticos internacionales y por el Tribunal Constitucional español, nada sospechoso de socialcomunista. Es “Vox” populi que JUSAPOL (así como JUPOL y JUCIL) es una formación que disimula muy mal la ideología ultraderechista bajo los uniformes; se le ve el plumero. Aseguran que los cambios en la ley comprometen su seguridad y la de sus familias. No me he enterado de que los españoles se han dedicado en los últimos tiempos a atacarlos. El decálogo reivindicativo fue contestado en este diario por Pedro Águeda, en un artículo que demostraba que las reformas contradicen las afirmaciones de los agentes. El motivo de las protestas es otro. El objetivo es atacar al gobierno de izquierdas, considerado por el facherío patrio como “ilegítimo”, despreciando la democracia. Los antidisturbios, esta vez, no estaban enfrente, sino mezclados entre los que disturbaron con bengalas de humo verde en la cabecera de la marcha cuando pasaban junto al Congreso, o entre los que increparon al grito de “¡cobardes!” a un grupo de personas con caretas blancas y una pancarta contra la ley Mordaza. Un valiente manifestante intentó arrancarles de las manos la pancarta; otro, agredió a uno de ellos.
No recuerdo que se hayan manifestado públicamente denunciando a los Billy el Niño que en España han sido, incluso en democracia, ni a los chiringuitos policiales o la policía patriótica, por ejemplo. Estos casos sí que dañan la imagen de los cuerpos de seguridad. Los policías honestos deberían ser los primeros en denunciar cualquier atisbo de abuso que observen. Y los jefes y políticos al mando, no mirar hacia otro lado.
La ultraderecha va introduciendo en la ciudadanía la mentalidad reaccionaria que les caracteriza; también, en algunos sectores judiciales y policiales, con el miedo añadido que produce que unos dispongan de mazo y otros de pistola. La autocensura se está acomodando entre nosotros. Mediante la repetida táctica de bulos y bronca, el fascismo, en fase de blanqueo nacional, consiguió que Movistar+ prohibiera chistes sobre Vox. La derecha reaccionaria española (o sea, toda) le ríe las gracias. Si la extrema derecha llega al poder no será por casualidad; lo peor es que lo haga con la ayuda de la inacción irresponsable de los demócratas, que tenemos la obligación de responder de forma rotunda y continuada a sus métodos y fines.
La vida es hermosa, vivirla no es una casualidad (Einstein). Almudena Grandes lo hizo con la fuerza arrolladora de la literatura. Nos dejó el corazón helado cuando conocimos su muerte; en un instante, los pacientes de la doctora Grandes, a los que curaba con palabras frente al olvido, quedamos paralizados. Siempre nos quedarán los libros y el compromiso político que nunca abandonó.
En la despedida, a los familiares y amigos los abrigaba una multitud que coreó “sin memoria no hay democracia”, que leyó párrafos de sus obras al azar, convocados por redes sociales para rendirle un último homenaje. Entre tanto, Almeida saltaba de piedra en piedra sobre el agua y Ayuso inauguraba un Belén, se les supone que preparando el villancico “pero mira cómo saltan los tontos en el río”. Es difícil concluir si es mayor la vileza o la ignorancia de estos dos personajes.
A quienes no tuvimos la suerte de conocerla en persona nos queda Almudena y la alegría; y la literatura, que es eterna. Luis García Montero, para quien la ausencia de la amada es una forma de invierno, se despidió con un beso sobre el libro que depositó en la tumba. De fondo, dicen, sonaba “que todas las noches sean noches de boda y todas las lunas sean lunas de miel”, de Sabina. Emocionante. Mi admiración y respeto por ambos.
No creo en el destino, que todo esté escrito. Sin embargo, debemos esforzarnos en torcer los renglones de los que quieren escribir el futuro en nuestra contra, también en quebrar la línea recta de la inercia que sigue a la inacción.
Tampoco creo que todo sea puro azar. A pesar del título, nada de lo aquí contado ocurrió por casualidad.
Creo que fue Ernesto Sábato (y ahora no me voy a levantar a mirarlo) quien escribió que no hay casualidades sino destinos, que no se encuentra sino lo que se busca.
Casado fue a misa en Granada, como suele hacer los domingos y fiestas de guardar, según ha confesado. La casualidad quiso que, como el domingo debía dedicarse a tareas políticas, tuviera que adelantar la piadosa práctica a la víspera, sábado 20N. De las más de veinte mil iglesias que hay en España, la terca casualidad quiso que acudiera a una de las siete en las que se rogaba en oración por el alma de Francisco Franco, organizada por la Fundación que lleva el nombre del dictador, ese “cristiano ejemplar”. No se percató del escudo gallináceo sobre la rojigualda que presidía el acto ni de la corona ad hoc ni de que al final se entonara el Cara al sol (Casado alega que era de noche y, aunque lo ignoren los adalides de las energías alternativas, a esas horas no hay sol). La suma de tal número de coincidencias hace difícil creer que su asistencia fuera fruto del azar. A los tres príncipes de Serendip la casualidad los salvó y aprendieron a ser mucho más prudentes a la hora de manifestar su inteligencia ante los demás. No es el caso, el baranda “en el alambre” de la derecha sabía a lo que iba, nada de serendipia. Solo queda la duda de si acudió a rezar ‘por’ Franco o ‘a’ Franco. Cuando alguien pretende pasar por inteligente y tomar al resto por idiotas, generalmente termina demostrando lo contrario.