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En defensa de la energía nuclear
Se vuelve a hablar de la energía nuclear. La guerra de Ucrania ha reabierto el debate sobre el futuro de la nuclear en Europa, con Bélgica posponiendo el cierre de sus centrales y Alemania manteniendo el cierre de las suyas (con la insólita consecuencia de que Los Verdes apoyando la reapertura de centrales de carbón). En España la ministra Ribera ha solicitado informes sobre la viabilidad de las centrales españolas, como también ha hecho con la térmica de As Pontes. Al mismo tiempo, la batalla en torno a la central de Zaporiyia vuelve a poner en cuestión los riesgos imprevisibles de esta fuente de energía.
La energía nuclear tiene mala fama, eso es indiscutible. Nagasaki, Chernóbil o Springfield han provocado temor a esta fuente de energía. A la energía hidráulica, causante de decenas de miles de víctimas, le tenemos respeto. A la nuclear, responsable de muchos menos, le tenemos miedo. El que sus riesgos se manifiesten a través de un asesino invisible pesa y mucho.
Pero ¿es merecida esta fama? En mi opinión, no.
Empezaré hablando de Chernóbil. ¿Por qué? Porque las discusiones sobre la nuclear siempre, siempre, siempre derivan en la catástrofe de Chernóbil, así que prefiero comenzar abordando el asunto. El accidente de Chernóbil fue un absoluto desastre, resultado de un experimento fallido en un reactor tipo RBMK soviético. Esto es importante, porque aparte de los riesgos innecesarios y la negligencia soviéticas, los reactores RBMK (de los que quedan 12, todos en Rusia) son intrínsecamente inestables, como se explica brillantemente en el último episodio de la miniserie de la HBO. Si se evapora el agua del reactor, la actividad de éste aumenta. En los reactores que hay en el resto del mundo, sobre todo los de agua a presión, PWR (6 en España) y los de agua en ebullición, BWR (1 en España, en Cofrentes), cuando se evapora el agua se reduce su actividad. El núcleo se derrite por el calor, pero la reacción nuclear se detiene. Un accidente como el de Chernóbil no puede ocurrir en España.
Como resultado de los accidentes en Chernóbil y en Fukushima se produjeron explosiones en los reactores. Sin embargo, las explosiones fueron o por la presión del vapor de agua, que se llevó por delante la cubierta del reactor, o por combustión del hidrógeno liberado. En un reactor no se puede producir una explosión nuclear.
En Chernóbil se produjo un alto número de víctimas, difícil de cuantificar. En los informes de la OMS se cifra el exceso de muertes varios miles de personas, alrededor de 5000, si bien las cifras han sido discutidas tanto al alza como a la baja. Este número es prácticamente el total de los fallecidos por accidentes en centrales nucleares a lo largo de la historia. ¿Y Fukushima? Contra lo que pueda parecer, Fukushima es un gran ejemplo de lo segura que puede ser la energía nuclear. El número de fallecidos por radiación en el accidente nuclear de Fukushima, ya sean trabajadores o población civil, es uno o ninguno.
Fukushima era una central nuclear con 6 reactores de tipo BWR, como el de Cofrentes. ¿Podría pasar en Cofrentes lo mismo que en Fukushima? Evidentemente no. Un tsunami nunca podría alcanzar los 437m de altitud. Por supuesto, podrían darse otros tipos de accidentes. Al final, como volar en avión, esto es un balance de riesgos. Si se hace el cálculo en fallecimientos por kWh generado, la nuclear se sitúa incluso por debajo de la eólica (que mata en accidentes laborales), muy por debajo de la hidráulica (hasta 250000 muertos en el colapso de la presa de Banqiao) y, por supuesto, el carbón, con sus emisiones de partículas al aire, o los combustibles fósiles en general, con su efecto sobre el cambio climático. Pensemos que, en Francia, con 56 reactores operativos, o en los más de 100 reactores por toda Europa, excluida la antigua Unión Soviética, nunca ha habido un accidente nuclear catastrófico. Las centrales nucleares son extremadamente seguras, aunque la seguridad perfecta no existe.
A menudo se asocia también el uso civil de la energía nuclear con intereses militares, pero estos tienen muy poco que ver. Aparte de la existencia del Tratado de No Proliferación Nuclear, del que España es firmante, las centrales nucleares son operadas por empresas privadas sin vinculación con el ejército. Para la proliferación nuclear se precisan otras tecnologías (enriquecimiento, minería de plutonio, sistemas de lanzamiento…), que no están al alcance de la mayoría. El uso civil de la energía nuclear ni incrementa ni disminuye la probabilidad de un conflicto. Sí es cierto, como vemos en Ucrania, que introduce riesgos antes desconocidos.
Vamos con los elementos positivos de la energía nuclear, que los hay.
La energía nuclear es una de baja emisiones de CO2. No nulas, porque eso no es posible, pero con una producción que se sitúa, según el último informe de las Naciones Unidas, en los 6g equivalentes de CO2 por cada kWh generado. Esta cifra la sitúa a la par de la eólica y la solar fotovoltaica y muy por debajo del gas (400g) y del carbón (800g). Del conjunto de emisiones de CO2 de la nuclear, la mitad se produce en la construcción de la central y los materiales que la componen y solo la cuarta parte durante su funcionamiento. Esas torres de refrigeración (que no chimeneas), que simbolizan a las centrales, solo emiten nubes de agua, no CO2 ni gases tóxicos.
El mismo informe muestra que la nuclear también es una fuente de energía baja en otros aspectos del impacto ambiental (uso de terreno, toxicidad, emisión de partículas...). Podrá parecer extraño que se diga que la energía nuclear no es tóxica, pero hay que entender que lo que importa es su efecto sobre las personas y el medio ambiente, no lo que ocurra dentro del reactor o en unos residuos blindados.
Las centrales nucleares producen energía eléctrica de una forma continuada, con una alta densidad tanto en uso de terreno como en consumo de combustible. La producción es constante en el tiempo, haga sol o sea de noche, haga viento o reine la calma, llueva o estemos en sequía. La disponibilidad (% del tiempo operativo) de una central nuclear española es algo superior al 85%. Cada reactor solo realiza paradas para recarga de combustible, cada año y medio o así. Por comparación, la disponibilidad de la energía solar es alrededor del 25% y la eólica superior al 30%, con una mayor aleatoriedad.
Esta alta disponibilidad hace que la nuclear sea una fuente ideal para garantizar el mínimo de consumo. Incluso en las horas de menor demanda, en España se consumen al menos 20GW de potencia. Dada la menor disponibilidad de las renovables, pudiera ocurrir que solo con ellas no se garantizara ese mínimo. Las nucleares le dan solidez al sistema.
La estabilidad de la nuclear, que nos genera confianza, también tiene su aspecto negativo. Las nucleares son rígidas. Si se hace una parada, se produce una acumulación de xenón, que impide el rearranque inmediato de la central. Hay que esperar al menos un día. Tampoco es sencillo bajar la potencia a la mitad y que el sistema se mantenga operativo. Los nuevos diseños, especialmente los llamados SMR, poseen una mayor flexibilidad que permitirá el uso de las nucleares en situaciones de demanda variable. Por ahora, en España, cuando hay un pico de consumo y las renovables no lo pueden cubrir no hay más remedio que tirar del gas natural.
En cuanto al consumo de combustible de la nuclear, este es pequeño, del orden de 50Tm por reactor al año (una central de carbón consume 10000Tm al día, que se transforman en ceniza y humo). El uranio no es un combustible fósil, pero sí no renovable. El que hay es el que hay. Pero ¿cuánto hay? No se sabe exactamente, porque no se han buscado todos los yacimientos posibles, al disponerse, por ahora, de recursos suficientes. El uranio es relativamente abundante: en una hectárea de terreno, en una capa de 30cm de espesor, hay más de 10kg de uranio, del cual el 0.7% es uranio 235 (U-235), que es el que experimenta las fisiones. Hay yacimientos en Australia, Canadá y otros países, lo que hace que el suministro esté garantizado a corto y medio plazo. Hay estimaciones de que queda uranio solo para 100 años, pero ese dato es discutible. En parte porque no se sabe cuánto hay realmente y en parte porque solo considera la tecnología actual, que usa U-235. Existen centrales nucleares reproductoras que permitirían utilizar el U238, que supone 100 veces más que el U-235. También existen centrales nucleares que usan torio, del cual hay el triple que uranio. Por comparación, la duración estimada de las reservas de uranio es mayor que la de litio y la de tierras raras, que son materiales esenciales en la fabricación de baterías eléctricas, imprescindibles para un sistema basado exclusivamente en renovables.
Este dato del consumo de uranio nos lleva al otro aspecto polémico de la industria nuclear: los residuos. Ay, los residuos. Una vez fisionado el U-235 (que supone solo un 3% del uranio que hay en las centrales), lo que se generan en su lugar son productos de fisión y elementos transuránicos altamente radiactivos. Esa radiactividad decae exponencialmente en el tiempo. Los primeros años los residuos son muy peligrosos, pero a medida que pasan los años, décadas y siglos, la radiación se reduce hasta caer por debajo de la ambiental. No pensemos que en 300 años los residuos serán igual de peligrosos que recién salidos de la central.
El proceso que se sigue actualmente con los residuos es el siguiente: tal como salen del reactor se guardan en las piscinas de la central unos años para que decaigan los productos de mayor actividad. El agua hace de blindaje suficiente para que los operarios puedan trabajar en las proximidades. Cuando las piscinas están casi llenas, las varillas de combustible se dispersan en grandes bloques de hormigón y acero y se guardan en un almacén temporal individualizado (ATI) en la propia central. Un ATI es una gran nave industrial o un espacio al aire libre. La dispersión y los blindajes consiguen que los contenedores emitan muy poca radiación. El ATC de Villar de Cañas es un proyecto de un almacén temporal centralizado, de manera que todos los residuos de todas las centrales estén en el mismo sitio, en lugar de en 7 distintos, lo que facilita la custodia y el control. Tanto los ATIs como el ATC son temporales. Para darle una solución definitiva a los residuos lo que se plantea es el almacenamiento geológico profundo (AGP), como el que se construye en Onkalo (Finlandia). La idea es simple: construir una mina artificial de uranio. En una zona geológicamente estable se hacen pozos, se depositan los contenedores y se cubren con bentonita y rocas, de manera que la radiactividad que emitan los residuos al exterior del AGP esté por debajo de la ambiental. Un AGP no requiere cuidados más allá de la vigilancia. Por ello, aunque los residuos constituyen un problema serio, existe una estrategia clara sobre su futuro. Pensemos en otras tecnologías, ¿qué se hará con todas las placas solares fotovoltaicas o con las baterías una vez que finalice su vida útil? ¿Se sabe ya cómo y dónde se van a almacenar o reciclar esos miles de toneladas para que no dañen al medio ambiente?
Y, por último, llegamos a lo que más nos afecta directamente. ¿Cuánto cuesta la energía nuclear? ¿es competitiva frente a otras fuentes de energía? Sobre esto no hay acuerdo, sobre todo porque no está claro qué hay que contabilizar como coste en la energía nuclear. En particular está el desmantelamiento que en España lo lleva a cabo Enresa, una empresa pública sostenida con impuestos. Para financiar el desmantelamiento, las empresas eléctricas pagan, desde 2013, un impuesto del 7% por lo que al menos parte de su coste ya está siendo incluido. Cuanto más tiempo estén operativas las centrales, mayor será la parte del desmantelamiento ya abonada.
Una estimación del coste nivelado de la electricidad establece una distinción crucial. No es lo mismo el coste de la energía nuclear de nueva construcción que el de la preexistente. Los principales costes de la nuclear son de capital. Desde que se decide construir una central hasta que entra en funcionamiento pueden pasar unos 10 años durante los cuales hay que pagar obras a base de sustanciosos créditos e intereses sin beneficios, y que luego hay que amortizar. Por ello, al menos en España, en ausencia de apoyo público legal y económico, construir nuevas centrales es inviable.
En cambio, las centrales nucleares ya operativas, que ya están amortizadas, generan electricidad a bajo coste. El Consejo de Seguridad Nuclear vela porque las centrales cumplan los estándares que garanticen el mínimo riesgo. Mientras estos exigentes criterios sean satisfechos, no hay límite temporal de operación. En Estados Unidos hay centrales de 60 años y alguna que podría llegar a los 80. Por ello, no hay necesidad de cerrar las centrales solo porque tienen 40 años.
En resumen, disponemos en España de un sistema que genera el 20% de la electricidad que consumimos, lo hace de manera estable y eficiente, sin producir CO2 y a un coste por kwh de los más bajos de la actualidad. Prescindir de estos kwh baratos por motivos ideológicos sería un error que pagaríamos muy caro, literalmente
Considero además que este debate no debe enmarcarse en un apriorismo izquierda-derecha. Se puede ser de derechas, como Angela Merkel, y promover el cierre de las nucleares, o ser de izquierdas, como el Partido Comunista Francés o Los Verdes de Finlandia, y ser pronuclear. No es ese el debate. O no debería serlo.
Se vuelve a hablar de la energía nuclear. La guerra de Ucrania ha reabierto el debate sobre el futuro de la nuclear en Europa, con Bélgica posponiendo el cierre de sus centrales y Alemania manteniendo el cierre de las suyas (con la insólita consecuencia de que Los Verdes apoyando la reapertura de centrales de carbón). En España la ministra Ribera ha solicitado informes sobre la viabilidad de las centrales españolas, como también ha hecho con la térmica de As Pontes. Al mismo tiempo, la batalla en torno a la central de Zaporiyia vuelve a poner en cuestión los riesgos imprevisibles de esta fuente de energía.
La energía nuclear tiene mala fama, eso es indiscutible. Nagasaki, Chernóbil o Springfield han provocado temor a esta fuente de energía. A la energía hidráulica, causante de decenas de miles de víctimas, le tenemos respeto. A la nuclear, responsable de muchos menos, le tenemos miedo. El que sus riesgos se manifiesten a través de un asesino invisible pesa y mucho.