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Delator franquista en el callejero

Marcelino Cotilla Vaca

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Después de casi cuatro décadas, un día retomé el contacto con mi maestra de la infancia, doña Macarena García, a quien debo en parte mi propensión a no conformarme durante mucho tiempo con el horizonte que veo. Sin pensarlo ni quererlo, nuestras conversaciones fluyeron también hacia la historia de su abuelo materno.

La madre de doña Macarena pasó la infancia bajo el terror de que sus compañeros de escuela le robaran el bocadillo por ser la hija de la roja. “La roja”, abuela de mi maestra, doña Francisca Merchán Carrasco, quedó viuda con 34 años y cinco hijos a su cargo en agosto del 36. Don Baldomero Pardo Rey, su marido, era un buen hombre nacido con el siglo XX, concejal de Izquierda Republicana en el Ayuntamiento de Almendralejo. Fue un industrial solidario. Había ascendido a socio a su antiguo empleado, don Alfonso Iglesias Infante, a quien consideraba, además, un amigo del alma.

Estalla la guerra y a los pocos días avisan a Baldomero de que el general Yagüe viene por el sur, por el Cortijo del Cano, y que se vaya, que lo deje todo. Muchos no han podido hacerlo y han sido apresados con lo puesto o fusilados cuando huían por las calles.

Las atrocidades de los generales Yagüe y Queipo de Llano, y de sus comandantes Castejón y Asensio, ponen de rodillas en sólo diez días a la población, inicialmente leal a la República. Torturan, humillan, violan, destrozan y asesinan en masa como escarmiento.

Baldomero escapa por un pelo, sin tiempo para despedirse de los suyos. Logra salir hacia el noroeste, hacia Badajoz, cruzando el arroyo Harnina. A las afueras de la capital provincial se esconde en un cortijo abandonado. Sólo sabe de su paradero su supuesto amigo Alfonso. Pero a Alfonso le puede la codicia: su delación permite apresar a Baldomero, quien, a los pocos días, el 23 de agosto y junto a cientos de milicianos y, sobre todo, civiles como él (maestros, alcaldes, ediles), es fusilado en la Plaza de Toros de Badajoz. Jamás se recuperará su cadáver ni se sabrá de su paradero.

Alfonso seguirá con el negocio, apropiándose también de la parte de Baldomero y de sus tierras, dejando a su viuda y a sus cinco hijos en la miseria y bajo el estigma social. Alfonso convierte la sangre en vino, en perfecta transposición cristiana. Y en dinero, en mucho. Su amistad con los asesinos de Baldomero le permite desarrollar una floreciente actividad vitivinícola. En los años 40 se convertirá en propietario de la Plaza de Toros de Almendralejo bajo la que colocará enormes barricas. Fundará Viña Extremeña, bodegas que llegarán a exportar vino, con el tiempo, a 57 países y a albergar, incluso, una pinacoteca de incalculable valor en su interior. Yo mismo llegué a estrechar la mano del heredero, propietario de Viñexsa, don Alfonso Schlegel Iglesias, quien se jactaba de haber enviado cajas de vino a los marines norteamericanos del frente de Iraq. Lo del vino y la sangre en maridaje parecía una marca de familia.

El patriarca morirá en 1980. Años después, se le dedicará una calle en la localidad, bajo cuyo asfalto discurren aún hoy las aguas, secretas y malolientes en todos los sentidos, del arroyo Harnina, muy cerca de por donde Baldomero décadas atrás había pasado a hurtadillas abandonando su pueblo para siempre. El cronista oficial, Francisco Zarandieta, estudioso del famoso empresario, no desvela su faceta de delator. Como dijo Borges, la historia es una rama de la literatura fantástica, escrita por supuesto por los vencedores.

En este país no sólo se premió con nombres de calles a los genocidas como el General Yagüe, rótulos que la Ley de Memoria Democrática ya ha sustituido, sino también a sus colaboradores y delatores, como Alfonso Iglesias Infante y para cuyas víctimas, como doña Macarena y su familia, según el art. 3.3., la ley parece estar escrita pero aún no aplicada. Debemos recuperar la memoria histórica no sólo contra los que apretaron el gatillo, sino también contra los que colaboraron con ellos. Porque el caso de Baldomero es el símbolo de los muchos civiles asesinados en Almendralejo en aquellos días infames y que yacen en sus seis fosas comunes aún por abrir, y podría ser, por qué no, el de cualquiera de los 140.000 desaparecidos y asesinados bajo la dictadura franquista y la posdictadura hasta 1981.

Propongo que a la calle Alfonso Iglesias la rebauticen como calle Baldomero Pardo Rey, Concejal del Pueblo. Ese es su verdadero nombre. Porque todos y todas somos Baldomero y Francisca y la memoria de este país se lo merece.

Después de casi cuatro décadas, un día retomé el contacto con mi maestra de la infancia, doña Macarena García, a quien debo en parte mi propensión a no conformarme durante mucho tiempo con el horizonte que veo. Sin pensarlo ni quererlo, nuestras conversaciones fluyeron también hacia la historia de su abuelo materno.

La madre de doña Macarena pasó la infancia bajo el terror de que sus compañeros de escuela le robaran el bocadillo por ser la hija de la roja. “La roja”, abuela de mi maestra, doña Francisca Merchán Carrasco, quedó viuda con 34 años y cinco hijos a su cargo en agosto del 36. Don Baldomero Pardo Rey, su marido, era un buen hombre nacido con el siglo XX, concejal de Izquierda Republicana en el Ayuntamiento de Almendralejo. Fue un industrial solidario. Había ascendido a socio a su antiguo empleado, don Alfonso Iglesias Infante, a quien consideraba, además, un amigo del alma.