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Derribo y muerte de Segovia: otra vez Pagola
Los buitres del ladrillo revolotean sobre un nuevo cadáver urbano en la ciudad del Acueducto ante la complicidad de las autoridades y la indiferencia de los segovianos. Ayer fue Villa Estrella y ahora le toca el turno al bloque de viviendas proyectado por el arquitecto Pagola antes de 1943.
He vivido dos décadas largas en Segovia, quizá mis mejores años como docente, y comprobado con dolor y rabia cómo una ciudad tan bella y distintiva se entregaba a la banalidad de las franquicias comerciales, al falso negocio de los alojamientos turísticos, a la fealdad de las promociones de vivienda a costa de un Patrimonio Cultural valioso que al ciudadano medio le trae sin cuidado y que, consecuentemente, importa menos que cero a sus representantes políticos.
Quizá algún lector recuerde mi protesta contra el derribo de Villa Estrella, obra temprana del arquitecto racionalista Silvestre Manuel Pagola Birebén. Ahora me impongo el deber moral de hacer lo mismo en defensa de otro de sus edificios que ya está condenado a desaparecer, situado en una esquina de la calle Obispo Quesada, cerca de la vieja estación, y para lo mismo de siempre: construir en su lugar una promoción anodina de viviendas como las que tanto afean nuestras ciudades, en un país donde tales adefesios abundan. Somos tan idiotas que cambiamos un valor estético de interés colectivo, en este caso arquitectónico, por una mierda pinchá en un palo que sólo beneficiará a sus promotores causando una pérdida irreparable a la ciudad.
Los motivos para conservar esta obra de Pagola son los mismos que expuse en mi defensa de Villa Estrella y también siguen vigentes las alternativas, así que bastaría con que el lector interesado recuperase aquel escrito. No me voy a extender más en ello porque no parece que las autoridades segovianas hayan aprendido nada desde entonces ni que sirvan aquí los argumentos, sólo la extraña “legalidad” del pelotazo al servicio del buitrerío inmobiliario, el afán de lucro y, aún peor, la indiferencia culpable de los segovianos, particularmente la de aquellos que todavía retienen un mínimo de cultura y sensibilidad, pero que ni siquiera protestan ante esta nueva operación contra el patrimonio de la ciudad en la que viven.
Los buitres del dinero y la especulación se ciernen de nuevo sobre una obra valiosa que no debería dejarse expuesta como carroña, porque objetivamente no lo es. En los ecosistemas naturales, los carroñeros cumplen su función haciendo desaparecer los despojos, y les va bastante bien alimentándose de lo muerto para que la vida continúe. En el medio antrópico y cultural de la ciudad debería ocurrir lo mismo, siempre que se sepa distinguir lo vivo de lo inerte, lo valioso de lo prescindible, la buena arquitectura de la ruina o de la exasperante vulgaridad hodierna. Ninguna obra de Pagola es banal, inerte o prescindible, sino muestra de creación, modernidad, composición en el medio urbano donde se inserta, solución arquitectónica y diversidad patrimonial; por tanto, buena y bella, valiosa y viva, nunca cadáver o despojo, nunca solar edificable. Proteger la obra de Pagola era el primer deber de las autoridades locales y regionales con competencias en materia de Urbanismo y Patrimonio Cultural después del vergonzoso derribo de Villa Estrella, pero no hicieron nada: demasiados intereses y amancebamientos entre los unos y los otros.
Pero un ingenuo nunca se rinde, así que ahí va la tarea para mañana mismo: todavía se está a tiempo de revertir este y futuros derribos incluyendo de forma exprés y preventiva la totalidad de las obras de Pagola, junto con la de otros autores como Fernández Shaw, Carrasco-Muñoz, etc., en el necesario catálogo de bienes protegidos de la ciudad, algo muy sencillo de promover y de aprobar en pleno si se quiere: hablen los munícipes con el Colegio de Arquitectos de Segovia y con expertos en arquitectura racionalista, acuerden con ellos lo mollar y los detalles, hagan algo decente por una vez.
Al principio de este escrito apelaba a todos esos segovianos cultos y sensibles incapaces de sacudirse la indiferencia. Termino dirigiéndome al máximo responsable de la política municipal, el alcalde José Mazarías, con quien he compartido muchos buenos años de docencia y a quien tengo por persona inteligente, culta y sensible: es el momento de comportarse como tal y demostrarlo.
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