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El desastre de la educación

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Es una evidencia, al menos para mí y muchos otros, el desastre que supone la educación en España. Meto en ello a la enseñanza pública y concertada y saco los colegios de élite, inaccesibles para la mayoría de los mortales. De los otros, sálvese quien pueda, aunque un centro por sí solo es difícil que escape a las disposiciones gubernamentales que cada vez agobian más burocráticamente y que navegan de manera errática, acosadas por la imposibilidad de un pacto educativo universal de mínimos suscrito y respetado por todas las sensibilidades político-religioso-territoriales; pacto que tiene que tener como fondo innegociable una auténtica igualdad de oportunidades y que se ha demostrado imposible de conseguir en tanto que algunas fuerzas políticas irán, enarbolando la bandera de la libertad, a chocar frontalmente y con la virulencia que fuera necesaria, contra todo aquello que presuponga el libre acceso a los estándares educativos más altos que sean posibles a todos los ciudadanos, independientemente de su condición económica y social. Y eso sucede cuando el partido gobernante representa tan solo una tímida opción progresista que en modo alguno ha conseguido –o no ha intentado- hacer una auténtica reforma educativa en el Estado. Se lo impiden, como ya digo, los partidos inmovilistas, su propia tibia naturaleza y una masa desinformada que no percibe que el futuro de sus hijos/as está en una educación plena de igualdad de oportunidades.

El fiasco que supuso la educación bilingüe, abordada por la administración sin los recursos humanos apropiados, en una acción más propagandística que eficaz, que ha devenido en caricatura y que no ha llevado en absoluto a mejorar la enseñanza de idiomas en nuestros centros públicos. Pero eso cuesta dinero.

El boom de la inversión en tecnología que adolece de falta de capacidad material y de recursos para mantenimiento y carece de personal cualificado para ello dejándolo a la buena voluntad de los docentes, si es que existen en los centros, capacitados para llevarlo a cabo. Pero eso cuesta dinero.

La poca diversificación curricular que atiende casi exclusivamente a las materias consideradas troncales con unos objetivos y contenidos bajo mínimos y que considera muchos aspectos de la formación integral como casi prescindibles y meramente testimoniales, encuadrándolas en asignaturas llamadas “Marías” susceptibles de ser impartidas por docentes no especializados para ello para completar sus horas lectivas, en lugar de incluirlas en el currículo y dotarlas de carácter de obligatorio-optativas-rotatorias en jornadas vespertinas e impartidas por profesionales especializados y bien pagados, y no por aprendices mal pagados en actividades extraescolares que hacen la función de guardería. Las ratios de alumnos por profesor, increíblemente elevadas, que dificultan el desarrollo de las actividades diarias y la educación personalizada. Pero eso cuesta dinero.

La falta de exigencia en la cualificación de los educadores y en su formación permanente: la primera es relegando la carrera docente a carrera refugio para quienes no obtienen la calificación necesaria para optar a otras profesiones en el caso de la educación infantil y primaria, y con exiguas exigencias de capacidad docente en el caso de la secundaria y bachillerato (no digamos en la Universidad), cuando la profesión que tiene en sus manos la educación de quienes regirán los destinos del país debería ser la más exigente de todas con sus aspirantes. La segunda es dejar a la libre voluntad de los docentes su formación permanente, que solo será realizada por quienes estén motivados para ello en sus horas de asueto, y casi nunca en jornadas obligatorias pagadas por la administración realizadas dentro de su horario laboral o en años sabáticos bien aprovechados. Todo ello acompañado de una retribución social y económica acorde y un nivel de exigencia máximo con el profesorado. Pero eso cuesta dinero.

A todos los responsables políticos tanto estatales como autonómicos de cualquier sensibilidad se les llena la boca al afirmar que la educación es la inversión de futuro sin reflejarlo convenientemente en las asignaciones presupuestarias correspondientes, dándose el caso de que el porcentaje del PIB destinado a educación en España –y por ende en nuestras comunidades- es de los más pobres –el quinto más bajo de la UE- de Europa (independientemente del signo político del administrador de turno) Pero eso cuesta dinero.

La desorientación generada en las relaciones entre los miembros de la comunidad educativa, padres y madres, profesorado, alumnado y personal, tras los años de la dictadura, que ha desembocado en un cambio pendular de posición en cuanto a que la intransigencia de la escuela franquista ha dado lugar a una falsa idea de libertad de expresión y acción, sobre todo por parte del alumnado, apoyado por unos padres/madres tan mal educados como sus vástagos –repito: sálvese quien pueda- , que tienden a anular la autoridad del profesorado, y con una administración que apoya más a los primeros que a los últimos (son votos), quienes deben dedicar más esfuerzo a implantar la convivencia pacífica y a plasmar su actividad en interminables labores burocráticas para que todo quede bien en los papeles, que a poder dedicarse a impartir correcta y convenientemente las áreas de su competencia. Y eso no cuesta tanto dinero.

Los resultados están ahí: los reportes de los distintos medidores de nivel educativo por parte de los diversos organismos internacionales sitúan a España en lugares mucho más bajos que otros países que por su situación económica, social y política deberían encontrarse en niveles inferiores al nuestro; todo ello salvando las excepciones individuales. Pero por desgracia, mi impresión es que nunca saldremos de esto mientras sigamos haciendo bandera de la crispación y de la falta de consenso y entendimiento, características ambas, fruto precisamente del bajo nivel educativo de nuestro país.

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