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Diversidad vs discapacidad: dos formas opuestas de educar y ver el mundo
¿Qué dirían ustedes si yo les dijera que “llevo con paciencia” a una persona negra, a una inmigrante o a una homosexual? ¿Dirían que soy tolerante? ¿Entonces por qué se sigue hablando de “tolerancia” al referirnos a la discapacidad? Porque “tolerar” implica “llevar con paciencia” en la acepción 1 de la RAE, aplicable a personas: la 2 se aplica a “algo”, la 3 es “resistir, soportar” (¿resistimos, soportamos?), la 4 se aplica a las ideas o creencias. La primera pregunta que me asalta es ¿tolerancia a qué?
Digámoslo con claridad: en el fondo, el “tolerante” se siente “más” que el otro. Con el otro tiene que ser “comprensivo” y “generoso”. Y siente, al llamar “discapacitado” al otro, que puede hacer “caridad” tratándolo como un ser humano.
Esa forma de ver el mundo impregna en el ámbito educativo los informes psicopedagógicos y es moneda habitual y mayoritaria en colegios e institutos. He escuchado a muchos compañeros docentes decir “Le subo un poco la nota al pobre, que bastante tiene ya” o “¡con lo bueno que es...!” Les falta capacidad: por eso son “discapacitados”. Pero nosotros somos magnánimos y las familias tienen que pedir derechos como si no los tuvieran por naturaleza, mendigar, pedir a ver si se puede.
¡Y que ellos no se atrevan, siendo tetrapléjicos, a querer convertirse en grandes científicos! Una figura como Stephen Hawking, quien junto a Einstein (otro “discapacitado” según esos parámetros) constituye la cúspide de la ciencia del siglo XX, sigue desconcertando.
Porque si el “discapacitado” es capaz de demostrar que incluso puede llegar a ser brillante, “molesta”. “Sí, es bueno, pero es un maleducado, un caprichoso, en casa lo miman demasiado”, llegan a decir para justificar lo que llaman “disrupción”. O que, por ejemplo, siendo un TDH no pretenda sacar más de un 7: “Para ser quien es, no está mal, ¿no? ¿Por qué protesta? ¿Cómo se atreve?”
El sistema educativo, pese a los cambios de leyes que insisten en los informes para alumnos con necesidades especiales de apoyo educativo (NEAE), pese a que se hable de “educación competencial” y monsergas, sigue siendo escriturario en detrimento de presentaciones orales, del dibujo, de la expresión oral, de la manualidad, del teatro, no hablemos del sentido del gusto o del olfato, que ni existen. Y, si existen, sirven “para redondear la nota”. Todo el alumnado tiene que hacer todo de la misma manera y, si no, es que les falta algo. Al alumno, no al profesor, claro.
Sin embargo, como dice Antonio A. Márquez no hay alumnos con NEAE, sino centros con necesidades especiales para atender a los alumnos. Hace años la excusa era la ratio, pero se les cayó con la pandemia: volverán a sacarla del armario pronto.
Porque hay otra forma de ver el mundo: saber que al alumno no le falta nada. Que es completo en su personalidad completa. Que me dará más de lo que yo espere si lo pongo en condiciones de que me lo dé. Y yo voy a exigírselo con la escucha atenta hacia sus necesidades reales, con los apoyos razonables (¡que no son privilegios ni caprichos!). Ellos los derechos los tienen, nadie tiene que dárselos, lo único que tenemos que hacer como docentes es no quitárselos, desarrollarlos, si es que confiamos en nuestra profesión.
Dice Néstor Calderón que “nuestra tarea es educar, no clasificar a la infancia. Lo uno es encomiable, lo otro deplorable”. Nuestros alumnos no son categorías, sino personas valiosas, como todas, en su individualidad.
Me gusta muchas veces proyectar ante ellos una lámina de “El Juicio Final” de Michelangelo Buonarroti, lo más detallada posible. Y preguntarles: ¿Creéis que podéis hacer esto?“ Todos se sonríen: ”No, claro“. ”Entonces -prosigo- quién es el discapacitado: ¿este pintor o vosotros?“ ”Bueno, nosotros“. ”Pues, mirad, a este pintor hoy lo llamaríamos discapacitado y quizás solo pudiera aprobar si siguiéramos el programa señalado por la Consejería… Hasta lo echarían de clase por su mal genio. No, chicos y chicas: ni él ni nosotros. Nadie es discapacitado. Todos somos diferentes y esa es la grandeza del mundo.“ Que no existe la discapacidad, sino la diversidad, que no es solo un cambio de palabra, sino de forma de mirar el mundo. Que la diversidad es consustancial a toda humanidad y necesaria para todo sentido democrático.
¿Qué dirían ustedes si yo les dijera que “llevo con paciencia” a una persona negra, a una inmigrante o a una homosexual? ¿Dirían que soy tolerante? ¿Entonces por qué se sigue hablando de “tolerancia” al referirnos a la discapacidad? Porque “tolerar” implica “llevar con paciencia” en la acepción 1 de la RAE, aplicable a personas: la 2 se aplica a “algo”, la 3 es “resistir, soportar” (¿resistimos, soportamos?), la 4 se aplica a las ideas o creencias. La primera pregunta que me asalta es ¿tolerancia a qué?
Digámoslo con claridad: en el fondo, el “tolerante” se siente “más” que el otro. Con el otro tiene que ser “comprensivo” y “generoso”. Y siente, al llamar “discapacitado” al otro, que puede hacer “caridad” tratándolo como un ser humano.