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El engaño del anarcocapitalismo: un oxímoron que nos aleja de la verdadera libertad

David Gálvez

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Últimamente leo mucho el término “anarcocapitalista” escrito por grandes profesionales en eldiario.es. Os dejo mi visión de ello con este artículo que enlaza con una experiencia personal real:

Como casi todos los atardeceres de este septiembre, leí “El Amanecer de Todo” en algún banco del centro de Sevilla y observaba el ir y venir de la gente. Entre párrafo y párrafo, no pude evitar escuchar a un grupo de jóvenes desencantados que miraban sus móviles mientras hablaban de unos políticos que se hacían llamar anarcocapitalistas. El término, si bien me era familiar desde hace unos meses, me seguía resultando tan contradictorio que no pude evitar levantar la vista del libro y esbozar una sonrisa amarga. ¿Cómo era posible combinar dos conceptos tan opuestos? ¿Era una jodida broma?

Pensé en las viejas lecturas sobre anarquismo que había devorado cuando tenía la edad de esos muchachos y que sigo devorando ahora desde ángulos más narrativos. El anarquismo, ese rechazo visceral a toda forma de autoridad impuesta por la fuerza, no se limita a abolir el Estado; busca desmantelar todas las jerarquías que nos oprimen, ya sean sociales, culturales o económicas. Se funda en el apoyo mutuo, en la solidaridad entre iguales, en la construcción de una sociedad libre y justa. No es un sueño utópico sin fundamentos de juventud; había sido puesto en práctica en múltiples ocasiones a lo largo de nuestra historia turbulenta como especie, al igual que casi toda forma de organización humana que se nos pueda ocurrir.

Pero el capitalismo... Un sistema voraz donde los medios de producción están en manos privadas, donde los recursos y los negocios pertenecen a unos pocos. Un sistema que promueve la acumulación de riqueza y la competencia despiadada. Donde hombres y mujeres venden su fuerza de trabajo día tras día, alimentando una máquina que nunca se sacia. Una estructura que, por su propia naturaleza, por esa relación inherente entre quienes poseen el capital y quienes poseen el trabajo, engendra jerarquías, desigualdades y concentra el poder.

Los autodenominados anarcocapitalistas proclaman que en el libre mercado todas las relaciones son igualitarias, que la libertad económica es la máxima expresión de la libertad individual. Pero olvidan, o quieren que olvidemos, que la propiedad privada de los medios de producción excluye a la mayoría. Esa exclusión es una forma de coerción, una barrera que se defiende con uñas y dientes, a veces con leyes, otras veces con violencia. No importa si la autoridad viene del Estado o de individuos; sigue siendo una imposición que perpetúa la dominación y la explotación.

No podía volver al libro. Me pregunté cuántos gatos morirían cada vez que alguien escribía “anarcocapitalismo” en algún artículo de diarios serios que intentan informar con objetividad. Quizás era solo una expresión, pero reflejaba el absurdo de intentar unir agua y aceite, de querer vestir al lobo con piel de tigre.

Es hora de llamar a las cosas por su nombre. De dejar de utilizar términos que sólo confunden y desorientan. El anarquismo busca una sociedad libre e igualitaria, sin opresores ni oprimidos. El capitalismo, por el contrario, sostiene un sistema que se alimenta de la dicotomía entre propietarios y trabajadores, que necesita de la desigualdad para sobrevivir. Pretender fusionarlos es no entender ninguno de los dos, o peor aún, es un intento deliberado de engaño. Por favor, periodistas de eldiario.es, no lo hagáis más. Al final, la claridad y la coherencia en el lenguaje son pasos esenciales para acercarnos a esa libertad que tanto anhelamos.

Últimamente leo mucho el término “anarcocapitalista” escrito por grandes profesionales en eldiario.es. Os dejo mi visión de ello con este artículo que enlaza con una experiencia personal real:

Como casi todos los atardeceres de este septiembre, leí “El Amanecer de Todo” en algún banco del centro de Sevilla y observaba el ir y venir de la gente. Entre párrafo y párrafo, no pude evitar escuchar a un grupo de jóvenes desencantados que miraban sus móviles mientras hablaban de unos políticos que se hacían llamar anarcocapitalistas. El término, si bien me era familiar desde hace unos meses, me seguía resultando tan contradictorio que no pude evitar levantar la vista del libro y esbozar una sonrisa amarga. ¿Cómo era posible combinar dos conceptos tan opuestos? ¿Era una jodida broma?