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En España es divertido investigar
Cuando vives la experiencia de participar en un proyecto nuevo de investigación pasas por varias etapas.
La primera suele ser de recelo y desconfianza. Nos sabes de qué va. No sabes con quién vas. No sabes cómo abordarlo, ni cómo resolverlo.
La segunda es más de implicación. Te reúnes. Comentas aspectos generales y aspectos concretos. Empiezas a tomas decisiones o a participar en las decisiones que otras personas toman.
La tercera es de inmersión. Tienes los problemas a resolver todo el día en la cabeza y te resulta muy estimulante abordarlos desde diferentes visiones y tratar de encontrar soluciones para resolverlos. Cuando consigues resolver uno, inmediatamente te asalta la necesidad de resolver el siguiente. Y así continuas hasta que consigues resolver todos o hasta que el plazo de resolución se acaba y toca presentar los resultados.
La cuarta es de nervios. Hay un jurado, un tribunal, una comisión o alguien que va a valorar el trabajo que se ha realizado. Meses o años de duro esfuerzo se tienen que resumir en pocos minutos y hay que ser claro, directo y acertar en la exposición de los resultados obtenidos.
La quinta suele ser de decepción - la mayoría de las veces, aunque no siempre -. Cuando se reconoce, con una mezcla difícil de entender de humildad y satisfacción, que se ha llegado a lo máximo que se podía conseguir, aunque no se ha conseguido lo máximo. Se produce un bajón enorme y la cabeza se queda como vacía, esperando que alguien la llene con alguna buena noticia a la que agarrarse.
Pero como estamos en España y aquí decimos aquello de que no hay quinto malo, viene la sexta etapa, que nos hace sonreír o reír sin ninguna contención. Hacer bromas, chistes o comentarios graciosos. Autosatisfacernos con los resultados conseguidos. Pensamos entonces que no se podía haber hecho mejor. Es momento de recordar que no teníamos ningún presupuesto al empezar. Que empezamos este trabajo porque queríamos divertirnos. Es entonces cuando pensamos que hemos tenido y tenemos unos colaboradores magníficos, que al principio eran un poco reacios a colaborar y a aceptar que no iban a ser los directores o las directoras de un proyecto de investigación tan original, tan bonito, tan interesante, tan internacional, tan … Es ahora cuando revisamos los apoyos conseguidos. La ayuda que recibimos para el viaje, necesario en muchos casos para presentar los resultados, que, cuando el proyecto tiene carácter internacional, suponen un desembolso importante de dinero para el equipo investigador.
Nos acordamos y damos las gracias por todas las colaboraciones desinteresadas que hicieron que la propuesta prosperara y que la semilla creciera hasta convertirse en una realidad.
Cuando hemos llegado aquí, y nos damos cuenta de que estamos lejos, muy lejos de hacer que nuestro proyecto sea una realidad reconocible, aplicable o usable; a pesar de lo bien que nos lo hemos pasado, decimos aquello de: “Es que estamos en España y aquí la Investigación, esa que tiene cinco símbolos – I+D+i – se hace con muy pocos recursos”. Por tanto, todos contentos y todas contentas.
Si nos paramos a pensar y reflexionar con un poco más de profundidad, es cuando analizamos los recortes presupuestarios de los últimos años, las trabas administrativas, la persecución a los investigadores cuando se auditan las cuentas de sus proyectos y se les trata como si fueran presuntos delincuentes.
Los importes muy bajos que se pagan al joven personal investigador.
Tiene cierta guasa que se les llame PIF, Personal Investigador en Formación. Parece una marca de insecticida. Aunque lo que no tiene nada de guasa es que, siendo los “sueldos” o becas de unos importes tan bajos, muchos de nuestros jóvenes decidan marcharse fuera, cuando todo el esfuerzo formativo se ha hecho, en la mayoría de los casos, con dinero público destinado a la obtención de sus títulos universitarios.
Y el fruto de todo ese esfuerzo lo recogen fuera de nuestras fronteras.
Como un regalo que les hacemos desde España, sin ninguna contrapartida para la sociedad española, ni para los centros universitarios en los que recibieron su formación, pues no siempre es posible mantener una colaboración una vez que el magnífico candidato o la magnífica candidata son captados por la institución que les ofrece unas condiciones laborales y vitales imbatibles desde aquí.
Sólo pueden, quizás, echar en falta el sol, el mar, la tortilla de patata, la familia – sobre todo, las madres -, los amigos, la pareja, … Pero nada de eso es suficientemente atractivo como para que decidan volver.
No son los emigrantes de la posguerra; de ninguna de las posguerras.
Pueden, si quieren, estar conectados a través de las múltiples redes sociales digitales que nos rodean.
Pueden viajar en avión, con vuelos sencillos y baratos, cada mes, cada tres meses, cada seis meses, cada año… Cuando quieran o puedan. Pero no se quedarán.
Y no se querrán quedar mientras vean cómo ellos y ellas han tenido que cursar un grado; uno o dos estudios de posgrado, aprender uno o dos idiomas – como mínimo -; desarrollarse como profesionales cualificados, contrastando su trabajo cada día, porque hay alguien que les mide los resultados de forma muy precisa y les marca objetivos que tienen que cumplir cada semana, cada mes, cada trimestre, cada año…
No querrán volver porque escuchan y leen que se puede renunciar a un máster que no se ha hecho y seguir como si tal cosa. Es más, tendrán que dar explicaciones a sus colegas extranjeros sobre cómo se justifica esta actuación o sobreactuación y pasarán vergüenza ajena.
Pero no sigamos por aquí, que nos perdemos y nos entra morriña, tristeza y depresión. ¿No habíamos dicho al principio que en España es divertido investigar? Pues claro que es divertido.
Si después de todo, con los escasos medios disponibles, nos atrevemos casi con cualquier cosa, o con cualquier cosa; sin ningún temor y somos capaces de conseguir razonables, buenos o muy buenos resultados, ¿cómo no vamos a decir que investigar en España es divertido, o muy divertido?
Nuestros jóvenes investigadores y aspirantes a serlo no se merecen que les transmitamos una visión negativa.
Los que están cercanos a nosotros hicieron su grado y su máster. Pasaron exámenes, laboratorios, prácticas, trabajos que presentar y, los que, después de completar sus estudios de grado, decidieron continuar realizando un máster, por supuesto que completaron un Trabajo Fin de Máster que fue tutorizado y calificado por un tribunal. Quedó depositado el documento en los ficheros de la correspondiente universidad y nada, ni nadie puso en cuestión estos procedimientos.
Ahora, llevamos varias semanas siendo el hazmerreír de muchos y el hazmellorar de muchos más, porque se nos pretende tomar el pelo y hacernos creer que todo vale, cuando no es en absoluto así.
Quienes piensen que no va a pasar nada se equivocan – y lo saben -, porque pacíficamente hartos y pacíficamente hartas no podemos dejar que estas actuaciones continúen, especialmente por el bien de las muchas personas de bien que nos rodean.
Y, sobre todo, porque hacemos, a pesar de unos cuantos, una investigación divertida en España y queremos seguir haciéndola en los próximos años.
Cuando vives la experiencia de participar en un proyecto nuevo de investigación pasas por varias etapas.
La primera suele ser de recelo y desconfianza. Nos sabes de qué va. No sabes con quién vas. No sabes cómo abordarlo, ni cómo resolverlo.