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Entre fake news negacionistas y extraños posicionamientos
Cuelgo en una red social un artículo satírico en el que el simpático protagonista es Bill Gates ¿Cómo es esto? Tantos años intentando entender y buscar posibilidades que nos alejen de un capitalismo devenido en mortífero, ¿para acabar simpatizando, en nuestras meme-comunicaciones, con uno de los billonarios insignes de este sistema mandado a recoger?
O también, argumento sobre la falsedad de supuestas conspiraciones para diezmarnos con vacunas, colocándome aparentemente en una posición “pro-vacunas”. Y pues tampoco. Me han interesado en el pasado los argumentos de personajes críticos a vacunas varias como Teresa Forcades, y estoy convencida de que uno de los grandes males que fundamentan las presentes crisis es el desmedido poder de gigantescas corporaciones, incluidas las farmacéuticas. Pues no hay manera de que la obligación de maximizar dividendos para accionistas, que dicta el sistema desde hace unas décadas, conjugue con el bien común, sea en la producción de vacunas o en lo que se quiera.
Por momentos también me veo obligada a defender a “la prensa” explicando que hay pasos que se pueden seguir para saber si una noticia es falsa o no, pasos que incluyen buscar la noticia en medios conocidos, en los que confiemos. Y esto a pesar de que sé, por experiencia propia, que la mayoría de los diarios solo se pueden regir por los intereses de sus dueños, llegando a manipular activamente en la dirección política que les conviene. Por no mencionar el sesgo cultural e ideológico y los prejuicios que siempre se cuelan en las noticias y que, en efecto, puede resultar en que la prensa sea “falsa”, de cierta manera. Pero no como se pretende hoy desde los círculos conspiratorios. Hay prensa independiente, que hace lo que puede adentro de su humanidad para comunicar con veracidad y criterio. Y siempre habrá periodistas éticamente intachables.
Algunos nos hemos pasado tiempo desmenuzando “verdades” como construcciones sociales, sabiendo que el poder lo impregna todo, como señaló M. Foucault. Dudamos de los datos que se nos ofrecen, pues desde la psicología aprendimos a manejar los vericuetos (y sabemos de la manipulabilidad) de los datos estadísticos. Es más, todos estos meses me ha molestado el alarmismo del lanzamiento diario de datos de enfermos y muertos por COVID-19, sin ningún punto de referencia ni comparación para poder juzgar el alcance del virus. Pero es otra cosa, y ahora muchos quedamos atónitos, ante una y otra “noticia” u opinión “experta” que nos dice que se trata de una conspiración, que la COVID no existe y que no hay que ponerse mascarillas.
O sea en los últimos meses me sorprendo aparentemente defendiendo cosas que antes criticaba. Y lo que sucede es que no las estoy defendiendo: ni a Gates, ni a Soros, ni a las vacunas ni a datos estadísticos, ni tampoco al posible autoritarismo del Estado. Más bien, se trata de cierta desesperación, intentando que retornemos a una realidad común donde estemos de acuerdo en hechos básicos como que el coronavirus está en este momento entre nosotros (o que la tierra es redonda). Desde ahí ya se podría discutir si el método sueco, o el español, es el ideal…
Las UCI se llenaron, el número de muertos se dobló en un momento comparado con los del mismo mes en otros años. Tengo gente conocida que ha muerto de COVID-19, otros varios que han sufrido sus extraños síntomas (no, no era una gripe). O sea, tengo que defender la “verdad” del COVID. Los gobiernos de cualquier color están indefensos ante algo nunca antes vivido. Las mascarillas, el encierro, etc. (¿se acuerdan cuando considerábamos imprescindibles los guantes?) han sido palos de ciego al no saber que hacer. Claramente, estas técnicas desesperadas ayudaron a menguar el colapso de las UCI, ¿no podemos hablar aquí de hechos? Mi “libertad” es ponerme la mascarilla para que un sistema de salud, gravemente aporreado por gobiernos anteriores y el dogma neoliberal, pueda lidiar con la situación. Y seguramente es peor para mis pulmones respirar en las ciudades la contaminación causada en últimas por un sistema destructivo de la vida, que amenaza la supervivencia de la humanidad, que ponerme una mascarilla.
Y quedo atónita ante la importancia que se le puede dar a la tal mascarilla. Atónita ante la fuerza con que los fake news negacionistas del COVID han irrumpido en la escena de temas-por-los-cuales-indignarse. En Alemania, los manifestantes anti-COVID agredían periodistas por considerar a la prensa “mentirosa” (“Lügenpresse”), con claras muestras de un odio visceral demasiado parecido a otros tiempos. Odios tejidos por fake news, que por lo visto pueden acabar en agresiones.
Me doy cuenta de que ese ímpetu hacia el extremismo que se ve a sí mismo como “rebelde” (personas antes pacíficas convertidas en furibundas), pero que concuerda con intereses de los partidos de extrema derecha, me acaba colocando por reacción, sin querer, en la otra orilla, en la de la defensa del sistema. Al aclarar que no es eso lo que algunos defendemos, pareciera que estamos en el limbo, ni “chicha ni limoná”. Pero no es el medio, aunque lo parezca. Esta oposición entre rebeldía y oficialismo es falsa, la rebeldía va por otro lado…
Pues este tipo de negacionismo y aparente rebeldía en últimas ayudan a mantener el statu quo: las protestas están distrayendo de temas urgentes y reales. No estamos enfrentando, como debiéramos, a la sexta extinción masiva, al caos climático, a la exclusión de millones de seres humanos de ser considerados como tales, o a la posible futura proliferación de otros virus si seguimos en la misma dinámica. Por no hablar de temas inmediatos y de índole política, como asegurarnos de un apoyo social institucional en la emergencia económica que se nos viene encima. Y si partidos de extrema derecha acompañan a los anti-mascarillas y a cierto tipo conspiracionista de anti-vacunas, beligerante, como en Alemania, o si el discurso de Vox va de rebelde (lo cual no se contradice con un carácter pre-fascista, véase por ejemplo este artículo), no es porque súbitamente vayan a dejar de apoyar la continuidad de un sistema que nos puede dejar desnudos antes las diversas crisis que afrontamos…
Por mi parte, me seguiré poniendo las mascarillas porque creo que ayudan a que no colapsen las UCI, seguiré informándome sobre vacunas, para diferenciar entre una y otra, seguiré confiando en lo que considero prensa seria e independiente. Y cuando me llegue un mensaje sensacionalista que parezca un bulo, seguiré intentando encontrar la “verdad” sobre lo que enuncia, aferrándome a que debe haber hechos a los cuales atenernos para poder dialogar y discernir opciones en tiempos tan confusos.
Cuelgo en una red social un artículo satírico en el que el simpático protagonista es Bill Gates ¿Cómo es esto? Tantos años intentando entender y buscar posibilidades que nos alejen de un capitalismo devenido en mortífero, ¿para acabar simpatizando, en nuestras meme-comunicaciones, con uno de los billonarios insignes de este sistema mandado a recoger?
O también, argumento sobre la falsedad de supuestas conspiraciones para diezmarnos con vacunas, colocándome aparentemente en una posición “pro-vacunas”. Y pues tampoco. Me han interesado en el pasado los argumentos de personajes críticos a vacunas varias como Teresa Forcades, y estoy convencida de que uno de los grandes males que fundamentan las presentes crisis es el desmedido poder de gigantescas corporaciones, incluidas las farmacéuticas. Pues no hay manera de que la obligación de maximizar dividendos para accionistas, que dicta el sistema desde hace unas décadas, conjugue con el bien común, sea en la producción de vacunas o en lo que se quiera.