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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Las Furias

César Caballero Samper

4 de noviembre de 2020 10:24 h

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Mi tía Genoveva Gato Arce de 93 años vive en la Residencia Santa Olalla, cerca de Santiago de Compostela .El lunes la directora de la Residencia se puso en contacto con nosotros para decirnos que había un residente contagiado de COVID y dos trabajadores del centro. El miércoles ya son siete contagiados y el viernes, de nuevo la directora nos informa que son 13 residentes y trabajadores. En mitad de la conversación llora de impotencia. No cuenta con apena personal y medios, y ante la petición de auxilio a la Xunta solicitando medios humanos y equipos de oxígeno, sólo le han enviado mascarillas y guantes.

Mi hermano Juan José Argibay Gato con 66 años y mi cuñada Asunción Martín Guerra se infectaron de COVID hace 4 semanas. Durante las dos primeras estuvieron en casa, y ni una sola vez le llamó el médico. Tenían fiebre y mi hermano una saturación por debajo de 94%. En dos ocasiones fue a urgencias, en ambulancia, al Hospital Ramón y Cajal de Madrid, porque, según sus palabras, se moría. Una vez recuperado de la axfisia, no volvía al domicilio en ambulancia sino tenía que coger, solo, un taxi de vuelta. Es el protocolo, le dijeron por dos veces. Dos taxistas expuestos al virus, sin aviso, sin comunicación, sin protección. Y expuestos, los siguientes pasajeros . Quince días esperó a que un médico le llamara. Su nivel de oxígeno era del 86%.

Son dos situaciones reales de la gestión de esta segunda ola de la pandemia. Las personas no productivas de este país no cuentan. Es el nuevo “Laissez faire et laissez passer” . Se les deja morir porque ya no sirven. Los bares y la hostelería son los nuevos altares de sacrificio, donde se derrama gran parte de las más de 50.000 vidas que han desaparecido en estos 7 meses.

Incluso ya sin tapujos el gobierno de Ayuso ha dejado de hablar de salvar vidas para hablar de salvar la campaña de Navidad o las vacaciones de Semana Santa. Una parte importante de la sociedad mira su cartera antes que la agonía de sus iguales.

Es la Shoah de los viejos, de los tullidos, de los que tienen patologías previas, los inútiles, los “Völkerparasiten”, los sustituibles. El holocausto de nuestros mayores.

No me viene otro nombre. Perpetráis un genocidio por indolencia o incapacidad, desde un gobierno central acomplejado y gobiernos autonómicos criminales. Es la segunda ola. Ya no tenéis perdón.

¿Cuántos viejos y enfermos han de morir en aras de vuestros bolsillos?

¿Y los mansos? Aquí, ante el horror, estupefactos, llorando de rabia, con las tripas en la mano, reclamando las Furias.

Mi tía Genoveva Gato Arce de 93 años vive en la Residencia Santa Olalla, cerca de Santiago de Compostela .El lunes la directora de la Residencia se puso en contacto con nosotros para decirnos que había un residente contagiado de COVID y dos trabajadores del centro. El miércoles ya son siete contagiados y el viernes, de nuevo la directora nos informa que son 13 residentes y trabajadores. En mitad de la conversación llora de impotencia. No cuenta con apena personal y medios, y ante la petición de auxilio a la Xunta solicitando medios humanos y equipos de oxígeno, sólo le han enviado mascarillas y guantes.

Mi hermano Juan José Argibay Gato con 66 años y mi cuñada Asunción Martín Guerra se infectaron de COVID hace 4 semanas. Durante las dos primeras estuvieron en casa, y ni una sola vez le llamó el médico. Tenían fiebre y mi hermano una saturación por debajo de 94%. En dos ocasiones fue a urgencias, en ambulancia, al Hospital Ramón y Cajal de Madrid, porque, según sus palabras, se moría. Una vez recuperado de la axfisia, no volvía al domicilio en ambulancia sino tenía que coger, solo, un taxi de vuelta. Es el protocolo, le dijeron por dos veces. Dos taxistas expuestos al virus, sin aviso, sin comunicación, sin protección. Y expuestos, los siguientes pasajeros . Quince días esperó a que un médico le llamara. Su nivel de oxígeno era del 86%.