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Un horizonte cercano, con las herramientas de las que disponemos

Sofía García-Hortelano Martín-Ampudia

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Pablo no se equivocó en señalar a Yolanda como sucesora. Yolanda tenía enormes posibilidades de liderar electoralmente un frente de la izquierda en la mayoría del territorio de nuestro país, excluyendo, por supuesto, a Galicia, Euskadi y Cataluña, territorios cuya incorporación requiere, en unas elecciones generales, un trabajo muy superior al de un frente electoral.

Yolanda había tenido una capacidad personal demostrada para mantener, en la medida de lo posible (teniendo en cuenta que se obligó a una reforma laboral pactada con la patronal), posiciones de avance en políticas sociales. Ello unido a las capacidades políticas de lo que representaba Unidas Podemos, le convertía en una buena cabeza de cartel electoral de la izquierda.

Yolanda tampoco se equivocó en el paseo por Valencia con Compromís, los Comunes y Más País en su versión Más Madrid. Era una forma de decir con quien quería ampliar espacio desde el lugar de donde ella venía, Unidas Podemos.

En todo caso hubo dos errores por parte de ambos:

- El menosprecio a Unidas Podemos, no como fin en sí mismo, sino como una herramienta coyuntural a la que había que usar para ampliar el espacio, que es de lo que se trataba. El menosprecio es uno de los grandes defectos que a la izquierda militante se le ha echado en cara por la izquierda votante, que deja de votar en cuanto huele el más mínimo atisbo de desprecio por lo existente.

- El miedo a que lo que se había conseguido desapareciera, quedara en nada, después de tanto esfuerzo. Miedo a que las políticas de derechas se colaran por las rendijas, por parte de Pablo, y miedo a que la derecha nos machacara en las urnas, por parte de Yolanda. El miedo no es enemigo de los valientes, todo lo contrario, pero equivoca mucho: las políticas de derechas ya se habían colado por las rendijas hacía mucho, pero el tema es que se habían frenado en una parte importante por el espacio entre rendijas y el fracaso en las urnas se produjo sin miramientos, como no podía ser de otra forma, al no haber organización política suficiente creada para fines políticos que miren más allá de las urnas y en los lados.

El menosprecio y el miedo no son buenos compañeros de las políticas de unidad.

En todo caso, la valentía política que han representado tanto Pablo como Yolanda sí ha servido. Ha servido para que todos aquellos que pensamos que existen clases sociales, que las clases sociales deben desaparecer para ser todos iguales y que la herramienta es la lucha de clases, sepamos que es posible que haya avances siempre y cuando nos permitan agruparnos no con el fin de presentarnos a unas elecciones, que son un buen medio, sino con el fin de incorporar a la clase trabajadora a la organización de un frente de unidad todos los días del año y no sólo en una constante precampaña electoral.

¿Quién va a ponerse en marcha para empezar a trabajar en esta línea desde ya? Pues, como siempre, las bases militantes de las organizaciones políticas y sociales de la izquierda, que tendrán más capacidad que sus líderes para ver un horizonte político que supere la distancia de los diez centímetros en la que nuestros líderes están instalados. Ánimo a todos los que no se rinden para, sin despreciar lo conseguido y lo existente, hagamos frente a esta coyuntura con el fin de superarla de la mejor manera.

Pablo no se equivocó en señalar a Yolanda como sucesora. Yolanda tenía enormes posibilidades de liderar electoralmente un frente de la izquierda en la mayoría del territorio de nuestro país, excluyendo, por supuesto, a Galicia, Euskadi y Cataluña, territorios cuya incorporación requiere, en unas elecciones generales, un trabajo muy superior al de un frente electoral.

Yolanda había tenido una capacidad personal demostrada para mantener, en la medida de lo posible (teniendo en cuenta que se obligó a una reforma laboral pactada con la patronal), posiciones de avance en políticas sociales. Ello unido a las capacidades políticas de lo que representaba Unidas Podemos, le convertía en una buena cabeza de cartel electoral de la izquierda.