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Incendios en este universo

José Félix Sánchez Satrústegui | socio de elDiario.es

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“Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema… señor conde”. O un monte. El Perich agregó la coletilla al lema oficial de una campaña contra el fuego. De esto hace más de 50 años. No le faltaba razón al humorista en esa apostilla satírica que ponía el foco en la propiedad de las tierras.

Según datos actuales del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, los montes de titularidad pública suponen el 28% del territorio y los privados el 72%. ¿Quién debe limpiar los montes para prevenir incendios forestales? Responden las consecuencias: nadie. Es imprescindible un debate serio sobre el asunto.

Las estaciones se difuminan concentrándose en un año agostizo, el agua permanece en dimensiones extraterrenales y el verano se resume en una enorme ola de calor. No parece un simple cambio, sino una verdadera crisis climática mundial, por mucho que lo nieguen algunos, apadrinados por un M. Rajoy basándose en la superior opinión de su primo. La Naturaleza se cabrea de diversas formas, a la pertinaz sequía (perdón por el término propio del antañazo franquista) se le suma el envío de bombas mortales de granizo que destrozan todo lo que encuentran a su paso. A todo esto, el mar se calienta y el Mediterráneo deviene en sauna.

La famosa ardilla que, a pesar de la insistencia de las antologías de citas inventadas, nunca mencionó Estrabón, ahora podría recorrer la península ibérica caminando de norte a sur y de este a oeste, incluso en diagonal, sin dejar de pisar ceniza. No le quedaría otro remedio que hacerlo a pie, y no saltando de árbol en árbol como lo hubiera hecho en aquella gran extensión de montañas y bosques que era esta región subpirenaica en tiempos del griego autor de la magna Geografía.

Los incendios son para el verano es una película dramática que se olvida en invierno, aunque se repita cada vez con mayor crueldad. El terreno peninsular dañado por el fuego se acerca a las 400 000 hectáreas, superando la superficie quemada en el resto de la UE. Destruimos la Tierra, quizá por eso nos animan a huir hacia el metaverso.

El metaverso no es un mundo más allá del verso, como pudiera parecer a primera vista, sino algo mucho más prosaico, uno virtual que se sitúa más allá del universo real (lo correcto en castellano sería llamarlo metauniverso). El término fue introducido por Neal Stephenson en la novela de ciencia ficción Snow Crash, publicada en 1992. Ese mundo digital supuestamente perfecto tiene mucho de distopía que podría ayudar a incrementar la brecha entre los ricos que cada vez lo son más (superricos) y los pobres (superpobres); aumenta el gasto energético por diversas vías; afecta a la salud mental y física mediante el embobamiento crónico ante la pantalla y nos distrae de los retos reales que amenazan la existencia humana. También hay cuestiones éticas a considerar, porque pocos aspectos de nuestra vida se escapan al control de empresas tecnológicas que tienen acceso a nuestros datos. No todo desarrollo tecnológico conlleva un progreso. De ello nos advierten Nuria Oliver, Cecilia Castaño y María Ángeles Sallé (doctora en Inteligencia Artificial, catedrática de Economía y doctora en Ciencias Sociales respectivamente).

Embobados, como digo, de forma permanente ante la pantalla, alucinados por supuestos viajes lunares que conducen a momentos lunáticos, entontecidos frente al imperio de la inteligencia artificial quizá nos olvidemos de lo que ocurre a nuestro lado, llámense como se llamen estos aconteceres tan reales: pandemia, guerra, crisis climática o energética, inflación, desigualdades crecientes, incendios, empobrecimiento… y tantas otras tribulaciones que los augures del apocalipsis utilizan para pronosticar un futuro paupérrimo y así mantenernos atenazados en el miedo continuo.

Empieza el curso político (signifique lo que signifique tal comienzo, que yo aún no le he pillado el truco a tanta presunta actividad iniciática). La estrategia opositora del PP es continuista en el fondo y en la forma. “He tenido el honor de ser presidente de Galicia y de tener de asesor permanente al apóstol Santiago que nunca me falló”, afirma Núñez Feijóo en un mitin en Alcalá de Henares. Quiso superar, y lo ha conseguido de largo, al exministro Jorge Fernández, al que aconsejaba Marcelo, un simple ángel de la guarda sin la legendaria trayectoria del apóstol.

Le acompañaba Díaz Ayuso, la cual, unos días antes había afirmado en una entrevista radiofónica que el tope al gas ha subido el precio del propio gas. Y se quedó tan tranquila después de soltar la mentira.

Por lo visto, comienza también la lucha sin cuartel por dotar de las mejores frases posibles a los humoristas.

Juanlu Sánchez anuncia por este medio la vuelta de Ignacio Escolar, de la que se alegran “sobre todo los que se han tenido que comer los marrones que normalmente se come él”. Mientras este, nada más llegar, entrevista a Yolanda Díaz y denuncia a los okupas del Poder Judicial y aquel se pone al día para ponernos al día, aquí andamos intentando agarrarnos a la costumbre con desgana septembrina.

Propongo, como siempre, no caer en la desesperanza a pesar de la sucesión de noticias que no ayudan y de los portavoces de las tinieblas. No pienso emprender el camino hacia el metaverso, al que observo con recelo; prefiero quedarme de este lado de la realidad, aunque junto a la poesía, que ayuda a percibir aquella de otra manera, que alimenta las ganas de transformar la sociedad al ritmo de los versos.

Acaba el verano, o no, se extinguen sus fuegos y aparecen los otoñales, más metafóricos. Habrá que ir preparando un invierno con restricciones en la calefacción, quizá, y recurrir a mantas y edredones. Más quienes menos tienen. Entretanto, los potentados se ríen cuando se les pregunta si van a reducir los vuelos en sus aviones privados, tan contaminantes. Cuando la gente lo pasa mal, a usted le importa un carajo, señor conde. O sea.

“Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema… señor conde”. O un monte. El Perich agregó la coletilla al lema oficial de una campaña contra el fuego. De esto hace más de 50 años. No le faltaba razón al humorista en esa apostilla satírica que ponía el foco en la propiedad de las tierras.

Según datos actuales del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, los montes de titularidad pública suponen el 28% del territorio y los privados el 72%. ¿Quién debe limpiar los montes para prevenir incendios forestales? Responden las consecuencias: nadie. Es imprescindible un debate serio sobre el asunto.