Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
El Supremo investiga a un fiscal por filtrar un correo que tenían 18 personas
La pareja de Ayuso aguarda su condena tras reconocer que defraudó a Hacienda
No cabía esperar otra cosa de la Sala Segunda del Supremo. Opina Javier Pérez Royo

Isabel y la libertad

Alfonso Donnay

0

Isabel se encontraba una vez más frente a las cámaras, defendiendo sus políticas de libertad. Libertad, libertad: hermosa palabra, pero que si se manosea en exceso, puede llegar a ser obscena.

El concepto era simple muy simple: dar a los ciudadanos el poder de decidir sobre sus propias vidas. Sin embargo, había un rincón en su mente donde ese ideal se enfrentaba a la realidad más dura, una realidad que había golpeado durante la pandemia, cuando muchos mayores en las residencias enfermaron y las decisiones se volvieron tan pesadas como el aire que se respiraba.

En aquel entonces, Isabel no había tenido tiempo para dudas. Las cifras subían, los hospitales colapsaban y las críticas arreciaban. En medio del caos, tomó una decisión que aún la perseguía: por protocolo, no se trasladaría a muchos de los ancianos enfermos a los hospitales. Se iban a morir igual, pensó en más de una ocasión, justificando la medida. Pablo, desde el gobierno central, fue el blanco de su frustración. Había tensiones políticas, y las culpas se lanzaban de un lado a otro como si fueran una forma de descargar la presión. “Él fue quien no supo gestionar la crisis”, repetía para sí misma, una y otra vez. Alberto, de su propio gobierno, también le había abandonado, porque no estaba de acuerdo con el protocolo de traslados.

Sin embargo, en lo profundo, Isabel sentía una punzada de miedo. El miedo a que quizás hubiera tomado la decisión equivocada, a que esa libertad que tanto defendía para los demás hubiera dejado a los ancianos sin la protección que realmente necesitaban.

Encima, un grupo de ciudadanos de su propia Comunidad crearon una “Comisión ciudadana por la verdad en las Residencias” que la están poniendo en algunos aprietos. Y además han sido los familiares de las presuntas víctimas los que pidieron dicha Comisión, asociados en Verdad y Justicia y Marea de Residencias. Ella que trabajo tanto por los ancianos que tenía a su cargo, no entendía porque todos iban en su contra.

Ahora, unos años después, al caminar por los pasillos de una residencia recién inaugurada, la sonrisa de los ancianos parecía cargar con el peso de su propia memoria. Sabía que, para muchos, ella no había sido su salvadora. Escuchaba las palabras amables de los que la recibían, pero en su mente todavía resonaban las críticas que le recordaban lo ocurrido.

Isabel se acercó a uno de los residentes, un hombre de unos 90 años que la miraba fijamente, sin rastro de afecto en su rostro. “Nos dejaron aquí, ¿verdad?”, le dijo con voz firme, aunque sin ira. “No nos llevaron al hospital porque pensaron que no valía la pena el esfuerzo.”

Isabel tragó saliva, pero mantuvo su compostura. Sabía que no había una respuesta fácil para eso. Había optado por evitar los hospitales llenos, tratando de gestionar lo inmanejable, pero ¿a qué costo?

Salió al jardín buscando aire, tratando de reconectar con el principio que siempre la había guiado: la libertad. Pero esa libertad, la suya, ahora estaba manchada por el miedo, por las decisiones que había tomado con la lógica fría de la crisis.

Esa tarde, cuando regresó a su despacho, comenzó a redactar un nuevo proyecto de ley. Esta vez, ya no se trataba solo de proteger la libertad. Era hora de enfrentar los errores, de dar más recursos a las residencias, de asegurarse de que nunca más hubiera que elegir entre la vida y la muerte de los mayores.

*Notas del autor: los nombres de los protagonistas, pueden llegar a ser verdaderos y cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.

Isabel se encontraba una vez más frente a las cámaras, defendiendo sus políticas de libertad. Libertad, libertad: hermosa palabra, pero que si se manosea en exceso, puede llegar a ser obscena.

El concepto era simple muy simple: dar a los ciudadanos el poder de decidir sobre sus propias vidas. Sin embargo, había un rincón en su mente donde ese ideal se enfrentaba a la realidad más dura, una realidad que había golpeado durante la pandemia, cuando muchos mayores en las residencias enfermaron y las decisiones se volvieron tan pesadas como el aire que se respiraba.