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Un juguete roto
Al PP le gusta jugar y se ha estado entreteniendo durante años con un juguete creado a la medida de su juego. Un juguete elaborado cuidadosamente para cumplir un objetivo bien fácil de conseguir: acusar, censurar, criticar, ofender, engañar, culpar, manchar... algo a lo que no cualquier personaje de sus filas se hubiera prestado. Era preciso elegir a alguien maleable, ingenuo, inexperto, infantil, capaz de entusiasmarse ante la posibilidad de alcanzar una gran pompa de jabón que el partido le estuvo presentando durante todo el tiempo que duró el juego. Fueron muchos los que jugaron. Los militantes, aplaudiendo los desmanes de su líder; los barones, acercándole un poco más cada día la pompa de jabón bien coloreada y bien abrillantada; los asesores, dictándole caminos imposibles de seguir sin quebrarse la cabeza en el intento; y él, el joven inexperto, inmaduro, ingenuo y amoldable, paseó feliz por los medios españoles e incluso por los foros europeos su papel de mesías destructor del mal que amenazaba con engullir a España y cantó gozoso a los cuatro vientos su destino manifiesto de regidor magnífico, justiciero y paternal.
Todos disfrutaron del juego y del juguete, todos animaron la función hasta que la pompa de jabón se hizo tan grande que ya no cupo en el partido. Y, entonces, el juguete se rompió. Sin entender que todo era un juego, sin percatarse de que su misión era de entretenimiento y de calentamiento de la silla para alguien más capaz, sin tomar conciencia de su incapacidad, de su malhacer y de su ignorancia, se creyó merecedor del trono y confundió la pompa con el palacio de la Moncloa.
El juguete se rompió cuando pretendió extender su juego a su propio entorno. Aquel juego aprendido, disfrutado y aplaudido durante años de acusar, censurar, manchar, criticar, ofender y culpar en público y en privado se volvió contra él, haciendo explotar la pompa de jabón en su misma cara.
Y, ¿quién quiere un juguete roto? ¿para qué sirve?
Al PP le gusta jugar y se ha estado entreteniendo durante años con un juguete creado a la medida de su juego. Un juguete elaborado cuidadosamente para cumplir un objetivo bien fácil de conseguir: acusar, censurar, criticar, ofender, engañar, culpar, manchar... algo a lo que no cualquier personaje de sus filas se hubiera prestado. Era preciso elegir a alguien maleable, ingenuo, inexperto, infantil, capaz de entusiasmarse ante la posibilidad de alcanzar una gran pompa de jabón que el partido le estuvo presentando durante todo el tiempo que duró el juego. Fueron muchos los que jugaron. Los militantes, aplaudiendo los desmanes de su líder; los barones, acercándole un poco más cada día la pompa de jabón bien coloreada y bien abrillantada; los asesores, dictándole caminos imposibles de seguir sin quebrarse la cabeza en el intento; y él, el joven inexperto, inmaduro, ingenuo y amoldable, paseó feliz por los medios españoles e incluso por los foros europeos su papel de mesías destructor del mal que amenazaba con engullir a España y cantó gozoso a los cuatro vientos su destino manifiesto de regidor magnífico, justiciero y paternal.
Todos disfrutaron del juego y del juguete, todos animaron la función hasta que la pompa de jabón se hizo tan grande que ya no cupo en el partido. Y, entonces, el juguete se rompió. Sin entender que todo era un juego, sin percatarse de que su misión era de entretenimiento y de calentamiento de la silla para alguien más capaz, sin tomar conciencia de su incapacidad, de su malhacer y de su ignorancia, se creyó merecedor del trono y confundió la pompa con el palacio de la Moncloa.