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La justicia es ciega
Sr. Presidente, Ministras y Ministros, por favor, no desfallezcan, no nos dejen solos en manos de esos energúmenos, patriotas de pacotilla y parásitos de la democracia.
¡Qué asco, que rabia, que tristeza y qué inseguridad! me produce la noticia de que el Tribunal Constitucional ha declarado que el estado de alarma, que decretó el Gobierno de España en marzo de 2020, fue, nada menos que anticonstitucional, vamos… que fue ilegal.
Y este Tribunal que, como su nombre indica, tiene como misión velar por el cumplimiento de nuestra Constitución, a petición de Vox, se pone a trabajar y… ¡ha tardado un año en dar su veredicto!, cuando, creo yo, que tendría que haber estado al lado del Gobierno desde el primer momento, asesorándole minuto a minuto sobre lo que la Constitución permitiría, o no, hacer en una situación tan desconocida, terrible y urgente.
A mí, me da igual cómo se llamaran las medidas que se tomaron. En esos momentos entendí que para hacer frente a un virus letal y desconocido, el Gobierno tenía que actuar con rapidez y nos pedía a todos; colaboración, solidaridad, confianza, paciencia y sentido común. Y utilizando las herramientas que la constitución tenía previstas para casos excepcionales… decretó el Estado de Alarma (que, por cierto, creo que Vox reclamaba también)
Confinados en nuestros domicilios, podríamos protegernos y así también proteger a los demás, minimizando unos contagios que estaban matando a cientos de personas cada día.
Yo entendí que, hasta que se supiera mejor como se trasmitía la enfermedad y se tuvieran equipos suficientes para proteger a toda la población, era urgente y estaba plenamente justificado que se tomaran medidas drásticas y que las personas como yo, que no éramos imprescindibles en primera línea, debíamos quedarnos en casa… porque así, además de evitar contagios, hasta que no hubiera mascarillas para todos, las que había las usarían primero los sanitarios.
Valoro, aplaudo y agradezco el esfuerzo de los que organizaban la defensa contra ese enemigo desde los ministerios y las administraciones, y de todas las personas que tenían que salir a trabajar, y lo hacían en los supermercados, los hospitales, desde el campo, en las carreteras, en alta mar…
Yo, solidariamente, colaboré facilitando las cosas con mi confinamiento, con tranquilidad, manteniéndome a salvo, y estoy muy orgullosa de mi comportamiento.
No quiero ni imaginar cómo sería la vida en nuestra querida España gobernada por esa “oposición” destructiva, esa coalición de ignorantes orgullosos de serlo, redomados manipuladores sin remordimientos, mentirosos, esos personajes egocéntricos, egoístas y ególatras que ya no conocen otra forma de vivir y que necesitan los votos y las cámaras para mantener sus sueldos y su autoestima.
Se emponzoñan con su propio veneno y nos emponzoñan minuto a minuto. Cegados y convencidos, ponen zancadillas y expanden su basura a diestro y siniestro, sin medir las consecuencias que esto tiene para todos nosotros.
Son esos que, como en el juicio de Salomón, preferirían romper España en dos, antes que dejarse gobernar por otros y que no están dispuestos a colaborar con el Gobierno de turno, si no es de su cuerda, ni siquiera para intentar salvar, juntos, la mayor cantidad de vidas posibles.
(Si alguien se siente molesto o aludido por alguno de los adjetivos calificativos que utilizo en este escrito, que les ponga delante la palabra “presunto”, así se convertirán en eufemismos… que es lo que se lleva ahora.)
Sr. Presidente, Ministras y Ministros, por favor, no desfallezcan, no nos dejen solos en manos de esos energúmenos, patriotas de pacotilla y parásitos de la democracia.
¡Qué asco, que rabia, que tristeza y qué inseguridad! me produce la noticia de que el Tribunal Constitucional ha declarado que el estado de alarma, que decretó el Gobierno de España en marzo de 2020, fue, nada menos que anticonstitucional, vamos… que fue ilegal.