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Micro-homofobismos

Alba Chaparro Núñez | socia de elDiario.es

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Soy lesbiana y se me nota. No porque me afane o quiera parecer un hombre, sino porque no entro dentro de los cánones heteronormativos y, sin esforzarme, se me nota.

Un día estaba en una terraza de Lavapiés tomando algo con unas amigas, varias de ellas también lesbianas a las que igualmente se les nota. Le pedimos a un chico de la mesa de al lado que, por favor, nos hiciese una foto de grupo. Mientras enfocaba con el móvil oí las risitas y los comentarios habituales: “con este grupo no vas a ligar”, “en esa mesa hay más testosterona que en ésta”, “ahí la tapa es tortilla”. No nos conocían, pero eso no fue óbice para las bromas.

El chico que hacía la foto era calvo y con gafas, así que pregunté: “¿oye, Mortadelo, qué os hace tanta gracia?”. Mi comentario, desde luego, no le pareció divertido. Su respuesta: “no hace falta insultar”. Porque llamar Mortadelo a un calvo es ofensivo, pero reírse de un grupo de lesbianas, por el mero hecho de serlo, no. Lo que más me sorprendió es que a mis amigas tampoco les pareció gracioso: “calla, tía, a ver si se ponen gambas”.

Porque después de sus risas viene nuestro miedo. Así que es mejor no hacer caso, dejarse humillar, que unos desconocidos pasen un buen rato a nuestra costa; no vaya a ser que nos ofendamos y se pongan agresivos. Pero eso es normalización de la homofobia.

Porque en la pirámide de la homofobia está el asesinato, pero debajo se encuentran las agresiones físicas, los insultos, el bullying, el mobbing, las risitas, los clichés, los cuchicheos, las miradas fijas… Comportamientos homófobos, en muchísimas ocasiones por parte de desconocidos, con los que tenemos que lidiar constantemente, agachando la cabeza por si al que tienes enfrente le inoportuna que te moleste su homofobia.

Reitero que esta anécdota ocurrió en Lavapiés, uno de los barrios más tolerantes de una de las ciudades más liberales del país. Seguramente mi reacción no fue acertada al llamar Mortadelo al chico calvo, pero resulta muy complicado digerir la sensación de impotencia que provoca la humillación constante. Porque es constante. Basta ya.

Soy lesbiana y se me nota. No porque me afane o quiera parecer un hombre, sino porque no entro dentro de los cánones heteronormativos y, sin esforzarme, se me nota.

Un día estaba en una terraza de Lavapiés tomando algo con unas amigas, varias de ellas también lesbianas a las que igualmente se les nota. Le pedimos a un chico de la mesa de al lado que, por favor, nos hiciese una foto de grupo. Mientras enfocaba con el móvil oí las risitas y los comentarios habituales: “con este grupo no vas a ligar”, “en esa mesa hay más testosterona que en ésta”, “ahí la tapa es tortilla”. No nos conocían, pero eso no fue óbice para las bromas.