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Muñoz Molina y la política

Daniel Romero | socio de elDiario.es

10 de enero de 2022 18:32 h

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En “Nuevos compatriotas” (Babelia, 18 de diciembre) Muñoz Molina, ante la tardanza del expediente de nacionalización de su amigo William Schislett, describe así a España: “Este es un país donde el espectáculo grosero y frívolo de la política agota las energías que debieran dedicarse a idear y poner en práctica políticas de calado en beneficio de la mayoría, y en el que una gran parte de esas políticas necesarias que sí salen adelante quedan malogradas o se frustran del todo por culpa de una Administración superpoblada en lo superfluo, en la morralla del clientelismo político, pero muy mermada en todo lo fundamental...”.

Es una obsesión del académico exdirector del Instituto Cervantes de Nueva York y exfuncionario del Ayuntamiento de Granada.

En Volver a dónde (Seix Barral, 2021) el autor publica un a modo de diario de los días 26 de febrero a 6 de junio de 2020, y en capitulillos escritos de junio a diciembre del mismo año en torno a dicho diario, deja constancia de inquietudes, figuraciones, miedos y recuerdos suyos espoleados frecuentemente por conversaciones telefónicas con su madre.

Declara Muñoz Molina que, si bien “en la literatura de ficción el autor es absolutamente libre... hay otra literatura... que no tiene esa libertad porque ha de ceñirse a los hechos, pero que tiene la misma belleza y que busca la armonía... En Volver a dónde, utilizo mis cualidades narrativas para dejar testimonio de lo que va pasando cerca de mí. Aquí no puedo inventar.”

Pero el propio editor, en la “Sinopsis” ofrecida al lector, resalta lo que la obra tiene de reflexión “sobre el paso del tiempo, sobre cómo construimos nuestros recuerdos y cómo éstos, a su vez, nos mantienen en pie en momentos en que la realidad queda en suspenso... Antonio Muñoz Molina ofrece... un lúcido análisis de la España actual a la vez que refleja la transformación irreversible de nuestro país durante el último siglo”. Nada más y nada menos. Y, efectivamente, sólo cincuenta de los doscientos veintiocho capitulillos del libro están dedicados a “dejar testimonio de lo que va pasando cerca de mí”.

Pues bien, en este “lúcido análisis de la España actual”, como ya aseguraba el profesor Ignacio Sánchez-Cuenca en La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política (Catarata, 2016) “las intervenciones políticas de Antonio Muñoz Molina... se basan en muchos casos en la contraposición entre unos valores morales encarnados por él mismo y la traición a dichos valores de una clase política ignorante y sin visión que condena a España a mantenerse en un atraso secular” (posición 173). “Defiende tesis que, despojadas de su buen estilo literario, no pueden ser tomadas seriamente” (posición 324).

En su último libro Muñoz Molina señala dónde está el mal tanto en el caso de sus recuerdos como en el de la realidad presente de la que ahora da testimonio: en la vivencia recordada de su infancia y juventud ubetense la imagen del mal es “la casa grande y hostil” de los “parientes prósperos” en la que la madre rehúye ponerse enferma. En la realidad española que el autor observa desde su balcón o en sus paseos madrileños, el mal está en la política. El mal evocado por los recuerdos de la madre conmueve y produce ternura; el otro mal, el de la política, nos afecta a todos seamos de Úbeda o no, y conviene conocer bien su descripción y ver si se atisba remedio.

“La palabrería y la gesticulación irresponsables de la clase política”(página 26). “El común de la gente en España es más racional y templada que la mayor parte de la clase política” (página 30). “El Estado central se fue desmantelando atolondradamente, de acuerdo con los trapicheos políticos de cada momento” (página 46). “Las divisiones son demasiado profundas, no porque la gente común se haya vuelto más sectaria, sino porque la parte nociva de la clase política se ha dedicado a alimentarlas y ahondarlas, y hasta a inventarlas cuando no existían”. (página 47). “Millones de personas actúan con responsabilidad y disciplina y jugándose la vida, y mientras tanto esa chusma de políticos venenosos que tanto se odian entre sí se confabula sin embargo en una sola cosa: hacer imposible que nuestro país tenga un sistema de convivencia y de buen gobierno ” (página 74). “Será preciso abrir las escuelas. Pero los responsables políticos o han desaparecido o están de vacaciones o distraídos en sus intrigas y disputas”(página 161). “La clase política, en su mayor parte, se revela como una turba parásita que no se preocupa de arreglar los problemas verdaderos que existen, sino de hacerlos tan graves que ya no tengan remedio” (página 163). “En vez de favorecer el sentido común y la concordia, el azote del virus alienta todavía más la inercia destructiva de la clase política española... El desastre es la ciénaga en la que ellos chapotean intercambiando insultos y garrotazos” (página 254). “Tuvimos el confinamiento más estricto de Europa. Los histriones de la política lo desmontaron a toda prisa, para que vinieran los turistas” (página 190). “Los contagios y los muertos seguían subiendo rápidamente en Madrid y los forajidos de la política, los majaderos y los malvados, continuaban con sus broncas” (página 250).

El autor se atreve a hacer un diagnóstico con todos los síntomas descritos: “Ahora nos damos cuenta del daño que hemos sufrido por pasar varios años sin tener un gobierno estable, firme, resolutivo, por culpa del extremismo y la frivolidad de unos y otros” (página 47).

Como seguramente les pasará a cuantos ejercen y apoyan la crítica a la acción política y a sus actores, me sorprende, y me preocupa, que un extraordinario escritor y creador de opinión diga “dar testimonio” de una situación en la que un “todos son igualmente malos” puede alentar el runrún de “que venga alguien a arreglar esto”.

En “Nuevos compatriotas” (Babelia, 18 de diciembre) Muñoz Molina, ante la tardanza del expediente de nacionalización de su amigo William Schislett, describe así a España: “Este es un país donde el espectáculo grosero y frívolo de la política agota las energías que debieran dedicarse a idear y poner en práctica políticas de calado en beneficio de la mayoría, y en el que una gran parte de esas políticas necesarias que sí salen adelante quedan malogradas o se frustran del todo por culpa de una Administración superpoblada en lo superfluo, en la morralla del clientelismo político, pero muy mermada en todo lo fundamental...”.

Es una obsesión del académico exdirector del Instituto Cervantes de Nueva York y exfuncionario del Ayuntamiento de Granada.