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Pablelix e Irenex en: los Juegos de las Primariax

Javier López Bernal

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Cuando, hace más de dos años, Pablo Iglesias designó a Yolanda Díaz como la siguiente candidata a la Presidencia del Gobierno por Unidas Podemos, muchos nos lo tomamos como una sabia y generosa decisión.

Sabia, porque era evidentemente la ministra de la coalición que más destacaba en el Gobierno, por sus logros reales en un ministerio tan complicado como el de Trabajo, especialmente en un gobierno de izquierdas.

Y generosa, porque desde hacía tiempo nos temíamos que la heredera del puesto sería su pareja, Irene Montero, que no por casualidad ocupaba un ministerio de los que sirven para lucirse, y en el que era difícil quemarse (difícil, aunque no imposible, como se ha ido viendo).

Cuando nos enteramos de que la designación se había hecho sin consensuarlo o al menos consultarlo con la propia Yolanda, todo volvió a su ser; se trataba de una nueva jugarreta del, hasta entonces y todavía hoy (viendo sus intervenciones en diferentes medios), líder indiscutible de Podemos.

La jugarreta es la más vieja del mundo de la política (y de la guerra): exponer en primera fila y desde el principio a la enemiga entre tus filas para quemarla, y poder presentar después a la tapada, la salvadora que vendría a resolver el problema (¿quién podría ser...?). Sin ir más lejos, esa misma jugada es la que la andaluza Susana Díaz le había hecho a Pedro Sánchez unos años atrás (con similar resultado, por cierto).

Pero el gran líder, como antes la andaluza, cometió el peor error que se puede cometer: minusvalorar a tu contrincante. Y no bastando con esto, lo acompañó del segundo peor: sobrevalorar tus propios recursos (los de Irene Montero, en este caso).

Efectivamente: mientras la primera ha ido esquivando zancadillas, evitando la sobreexposición, y apuntándose un mérito tras otro, la segunda no ha parado de dejar en evidencia cuáles son sus auténticas capacidades y, sobre todo, sus limitaciones, a pesar de (o quizás gracias a) el apoyo y el supuesto asesoramiento del gran estratega.

Todos lo hemos visto en estos años. O quizás no. Al parecer, hay un grupo de irreductibles que, probablemente bajo los efectos de algún misterioso bebedizo, continúan convencidos de la capacidad de Podemos para vencer; al César, a Yolanda, a Sánchez, a la derecha, y a quien se les ponga por delante. Y no hay forma de hacerles entrar en razón, por más que en cada proceso de elecciones baje aún más su suelo electoral.

Suena épico y meritorio intentar emular a Astérix, Obélix y compañía, pero quizás olvidan que, en la realidad histórica, todos los pueblos galos fueron arrasados por Roma, precisamente por su incapacidad para unirse, dejando de lado las ambiciones de cada tribu.

Hay que estar muy drogado por pócimas mágicas, muy deslumbrado por el iluminado líder, o muy ciego de orgullo para no verlo, pero si en algo somos especialistas en la izquierda, es en taparnos los ojos, una vez, y otra, y otra... Para beneficio del César de turno, por supuesto.

Cuando, hace más de dos años, Pablo Iglesias designó a Yolanda Díaz como la siguiente candidata a la Presidencia del Gobierno por Unidas Podemos, muchos nos lo tomamos como una sabia y generosa decisión.

Sabia, porque era evidentemente la ministra de la coalición que más destacaba en el Gobierno, por sus logros reales en un ministerio tan complicado como el de Trabajo, especialmente en un gobierno de izquierdas.