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Las pandemias cotidianas

Javier Galindo Monserrat

25 de febrero de 2021 20:35 h

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A lo largo del último año la mayoría de las conversaciones han girado alrededor de un único tema: la pandemia y la afección que ha provocado en nuestras vidas. Sin negar la importancia que ha tenido, las consecuencias trágicas que ha provocado y cómo ha cambiado nuestra manera de vivir, debemos pensar que nuestra vida es mucho más que la pandemia y que no podemos olvidar otros aspectos que deberían estar en el debate político y mediático cotidiano. Hablemos de algunas de ellas (y que conste que voy dejar muchas).

Tenemos un país en el que la corrupción sigue siendo una forma de vida. Y no hablo solo de macro-política y cajas B. Por desgracia es un tentáculo mucho más extendido de lo que parece, especialmente a través de la contratación pública y del urbanismo. A lo largo y ancho de la geografía española. ¿Cuantos contratos públicos serán otorgados al amiguete de turno? Bien sea amañando los contratos, bien facilitando información previa de cara a la licitación. Por no hablar de los sobrecostes posteriores: “tú pon esta cantidad, y no te preocupes que luego ya lo arreglaremos con sobrecostes”.

Además de la corrupción, tenemos malversaciones públicas constantes, con gestores públicos con las prioridades un tanto distorsionadas, con inercias heredadas que nos cuestan una cantidad ingente de dinero público. Y hablando de inercias heredadas la más clara es la monarquía. Que no, como muy bien ha publicado elDiario.es, no nos cuesta solo el montante de presupuestos de la casa real, sino que hay partidas presupuestarias de patrimonio o de interior destinadas a ellos. Y, por favor, dejemos de pensar que la monarquía es democracia, no hay nada más antidemocrático que un cargo hereditario. Pero este no es el único campo de mejora en la gestión de los limitados presupuestos públicos, existen muchas posibilidades de mejora.

Por otro lado, seguimos estando en el vagón de cola fiscal de la eurozona y lejos de la media. Los servicios públicos de calidad tienen un coste elevado. Y deben financiarse vía impuestos. Y quien más tiene más debe pagar más, algo que no acaba de suceder en este país. Necesitamos una fiscalidad nueva. Se pueden hacer muchas aportaciones, pero por ejemplo, habría que empezar a adecuar el pago de tasas, precios públicos y multas al nivel de renta de la población. Por ejemplo en las multas de tráfico, que castigan de forma muy diferente según el nivel de renta. Aunque en este caso la palabra clave y hacia la que debemos trabajar es redistribución. Hace falta una clara redistribución de la renta para evitar la pandemia de la desigualdad y la pobreza.

Seguimos teniendo unas tasas insoportables y desoladoras de feminicidios. ¿Para cuándo los hombres vamos a entender que solo se construye desde el respeto, que todo ser humano tiene derecho a tomar sus propias decisiones y a estar con quien quiera? ¿Para cuándo vamos a condenar al exilio esta cultura machista que todavía ampara un caldo de cultivo para que se produzcan estos asesinatos?

Asistimos a una crisis climática que ha empezado a acelerarse. Cada vez tenemos más señales, en forma de desaparición de especies, tormentas tropicales, fenómenos climáticos extremos o en el calentamiento global. Nada de lo que hacemos es gratis. Todos los gestos cotidianos cuentan y tienen consecuencias, desde ir a trabajar en metro o en coche hasta consumir kiwis de Galicia o de Nueva Zelanda, pero la acción individual del ciudadano concienciado no es suficiente. Necesitamos una acción política sostenida y global que reduzca la generación de residuos (sí los de plástico incluidos, pero no solo de este material, sino todos, y en especial aquellos provenientes de productos de un solo uso), que los que se produzcan se reciclen de forma efectiva, que se reduzca el consumo de energía, y que la que se produzca provenga de energías limpias. Necesitamos que se detenga el ritmo de destrucción de la naturaleza. Qué fácil es destruir, pero qué difícil es que un ecosistema florezca de nuevo. Por ejemplo en nuestro país, ¿es realmente necesario seguir construyendo edificios en nuevas urbanizaciones? Existen multitud de edificios vacíos que se podrían rehabilitar y servirían, abundantemente, para satisfacer las necesidades habitacionales de la población.

En fin, que hemos hablado mucho de la pandemia y que vamos a seguir haciéndolo, igual que de las manifestaciones sobre Pablo Hasel o de las luchas entre los partidos del gobierno de coalición, pero tenemos problemas de fondo, problemas persistentes y que condenan a millones de personas, pandemias cotidianas que deberían estar mucho más presentes y que desgraciadamente no lo están.

A lo largo del último año la mayoría de las conversaciones han girado alrededor de un único tema: la pandemia y la afección que ha provocado en nuestras vidas. Sin negar la importancia que ha tenido, las consecuencias trágicas que ha provocado y cómo ha cambiado nuestra manera de vivir, debemos pensar que nuestra vida es mucho más que la pandemia y que no podemos olvidar otros aspectos que deberían estar en el debate político y mediático cotidiano. Hablemos de algunas de ellas (y que conste que voy dejar muchas).

Tenemos un país en el que la corrupción sigue siendo una forma de vida. Y no hablo solo de macro-política y cajas B. Por desgracia es un tentáculo mucho más extendido de lo que parece, especialmente a través de la contratación pública y del urbanismo. A lo largo y ancho de la geografía española. ¿Cuantos contratos públicos serán otorgados al amiguete de turno? Bien sea amañando los contratos, bien facilitando información previa de cara a la licitación. Por no hablar de los sobrecostes posteriores: “tú pon esta cantidad, y no te preocupes que luego ya lo arreglaremos con sobrecostes”.