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La participación ciudadana en Bilbao: una mala experiencia personal

Carlos Becerra

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Es indudable que la marca Bilbao vende. Unas cuantas firmas arquitectónicas y un alcalde mediático pusieron a la villa en los destinos turísticos hace ya unos lustros. Pero como en tantas otras ciudades hay un Bilbao de dos velocidades. La amable, cosmopolita, de oferta gastronómica y comercial a medida del consumo foráneo, y la periférica, descuidada, sucia e insegura, sin proyectos de regeneración del entramado social, convirtiéndose poco a poco en el llamado “Bilbao vaciado”, porque hay calles sin un solo establecimiento, bar o pequeño comercio que aliente la vida comunitaria.

Poco después de jubilarme fui invitado a participar en una asociación vecinal de mi barrio. Se trataba de ayudar a personas con dificultades digitales, algo incentivado pero también dificultado por la pandemia, ya que esta impedía el contacto presencial con l@s vecin@s. Cuando conocí mejor el trabajo asociativo me animé a asistir a reuniones del consejo de distrito, entonces por streaming, o físicamente con permiso previo y medidas higiénicas.

En los primeros artículos de su reglamento los consejos de distrito de Bilbao se definen como órganos de representación y participación política vecinal y social, algo que desmiente el funcionamiento de muchos de ellos, provocando deserciones y dimisiones de las asociaciones vecinales, como la recientemente producida en el barrio de Rekalde.

En el caso de nuestro barrio descubrí pronto que el consejo es visto por los representantes de la corporación (PNV y PSE) como un trámite más o menos molesto que tienen que pasar cada uno o dos meses. Vas viendo poco a poco que trasladan su malestar a las pocas asociaciones y vecin@s capaces de soportar que les corten la palabra, aspavientos, e incluso acusaciones personales o gritos, si se les lleva la contraria. Lo malo es que, aunque haya consejos que sé que funcionan bien, lo relatado no es una anomalía, sino una situación posible por las prerrogativas desmedidas que da a la presidencia un reglamento que ni favorece la participación ni creo que pasara una prueba seria de algodón democrático.

Antes de desesperar y abandonar para no ser abroncados por los representantes del equipo de gobierno l@s vecin@s tendrán que descubrir que los consejos de distrito existen, porque sus comisiones y plenos son ocultados. Solo en uno de los centros municipales podrán saberlo por un pequeño folio en b/n del tablón pero no por la página web del consejo, algo que contraviene su propio reglamento.

Pese a lo que está en juego es un presupuesto que, sin crecer en su cuantía desde 2004, en un barrio de cerca de 50.000 habitantes apenas da para unos cuantos rebajes de acera, bolardos, renovación de mobiliario urbano y, con un poco de suerte, un baño público, el proceso de participación tiene los ingredientes de lo peor de la burocracia. El endiablado galimatías de comisiones previas, registro, plazos y demás protocolos a los que se ve sometido cualquier vecin@ interesad@ en participar es una carrera de obstáculos que los representantes del ayuntamiento observan como si no fuera con ellos, lo que acaba “expulsando” a asociaciones y ciudadanos, convencidos además de que son ellos los que no dan la talla.

La experiencia más grotesca, adjetivo benévolo, se da cuando el ayuntamiento convoca un foro abierto de seguridad y, tras indicar que son las asociaciones quienes tienen que diseñar, reproducir y publicitar los carteles de la convocatoria, censura o abronca a aquella que ose incluir el logo asociativo. En mi casa se decía que además de p… poner la cama.

Acabo: hace unos meses la vocal de una asociación que solo intervenía habitualmente para dar la razón al consistorio fue homenajeada por su jubilación. Imagino que para agradecer los servicios prestados acudió el alcalde de Bilbao, un señor de formas normalmente amables pero también capaz de perder los papeles y tachar de payasos a los policías municipales o de mentirosos a los comerciantes de nuestro barrio. La señora fue sincera: “me ha ido bien porque siempre supe a qué puerta tocar”.

Tenía razón, y cada vez está más claro que o tocas la puerta adecuada o estás abocado a abandonar los espacios de participación porque es terreno baldío si lo tuyo no es medrar. Así que cuando dentro de unos meses el actual alcalde de Bilbao te diga que apuesta por la participación vecinal no te lo creas, porque con el actual modelo de consejos de distrito eso no es verdad.

Es indudable que la marca Bilbao vende. Unas cuantas firmas arquitectónicas y un alcalde mediático pusieron a la villa en los destinos turísticos hace ya unos lustros. Pero como en tantas otras ciudades hay un Bilbao de dos velocidades. La amable, cosmopolita, de oferta gastronómica y comercial a medida del consumo foráneo, y la periférica, descuidada, sucia e insegura, sin proyectos de regeneración del entramado social, convirtiéndose poco a poco en el llamado “Bilbao vaciado”, porque hay calles sin un solo establecimiento, bar o pequeño comercio que aliente la vida comunitaria.

Poco después de jubilarme fui invitado a participar en una asociación vecinal de mi barrio. Se trataba de ayudar a personas con dificultades digitales, algo incentivado pero también dificultado por la pandemia, ya que esta impedía el contacto presencial con l@s vecin@s. Cuando conocí mejor el trabajo asociativo me animé a asistir a reuniones del consejo de distrito, entonces por streaming, o físicamente con permiso previo y medidas higiénicas.