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Fin del primer trimestre
Seguramente los alumnos/as de Primaria y Secundaria ya habrán recibido las notas del primer trimestre. Desde los más pequeños a los más mayores, en su escolaridad obligatoria y universal, que se supone a su servicio.
Porque parece que es lo únicos que importa, tras una selección implacable, ya desde la misma infancia, para que vayan descolgándose, por arriba o por abajo, nuestra muchachada apalancada a sus pupitres, sus niveles curriculares, su profesorado de toda laya adscrito a sus componendas profesionales, su éxito o fracaso, me refiero al alumnado, vía pruebas y exámenes, unos detrás de otros, sin descanso, hasta llegar a considerar que lo único que importa, para celebrarlo o lamentarlo, es ver qué nota, qué calificación se ha sacado, sujetos en cualquier caso a las facilidades o no de su estatus real, económico, familiar y personal, para arrostrar y arrastrar la frustración o el éxito, a menudo engañoso, desde sus más cortas edades, ajenos al propio aprendizaje que parece que importe poco, según se haya decidido que el arte y el oficio del alumno consista en saber y dominar el ejercicio repetitivo de haber aprobar o no las ristras inacabables de exámenes, única razón de ser, por lo visto.
A partir del ideario que supone el va y viene de la escolaridad universal y obligatoria, en una ley académica del embudo, que contemple al niño o niña siempre en situación de inferioridad, de inseguridad, de ejercicio meritorio para alcanzar el estado de satisfacción si se cumplen los parámetros fijados, sobre todo si se refiere si el procedimiento se ha fijado desde arriba, encorsetado y alejado a la particularidad de cada quien que lo reciba. Desde la ley no escrita de que nunca el alumno/a ni podrá ni deberá disponer de “seguridad” en su conocimiento, siempre a merced de las “sorpresas” que le dé el maestro o maestro: “Hoy toca la lección…X”.
“Luego haremos los ejercicios del libro, en el cuaderno…”, a la carrera, en la academia de la tarde si no se terminan en clase, “y luego el examen correspondiente”, y caiga quien caiga, y se eleve quien se eleve superior, sobre la media los elegidos, por el mérito de haber acertado las respuestas, las soluciones, por abajo de la media los excluidos del mismo proceso de aprendizaje.
Porque como decía aquel viejo maestro yo “no es que les suspenda yo, se suspenden ellos mismos”. Y se quedan tan frescos muchos y muchas de sus colegas.
Y lo de acompañar al muchacho/a en su singular aprendizaje lo dejarán para más adelante, y lo de la estimulación en positivo pues también… mientras siga este funcionamiento tan cómodo de “examinar” sin tregua, con el solucionario a disposición del profesor o profesora, y que arreen los de atrás, es decir que fracasen los que se hayan quedado descolgados desde sus más tempranas edades.
Ayer se me presentó mi nietita que cursa 4º de primaria a decirme que sus notas habían sido de “nueves y dieces”. Y tan feliz, y tan de cabeza en la carrera … por “el corte de nota”, ya tan joven, como “un pollo sin cabeza”, ajena a lo que “haya aprendido o no, ni mucho, ni poco”. Tan excitada, tan ansiosa, tan feliz, hasta la próxima carrera de obstáculos, examen a examen, ya sin parar, si eso ya en enero.
Seguramente los alumnos/as de Primaria y Secundaria ya habrán recibido las notas del primer trimestre. Desde los más pequeños a los más mayores, en su escolaridad obligatoria y universal, que se supone a su servicio.
Porque parece que es lo únicos que importa, tras una selección implacable, ya desde la misma infancia, para que vayan descolgándose, por arriba o por abajo, nuestra muchachada apalancada a sus pupitres, sus niveles curriculares, su profesorado de toda laya adscrito a sus componendas profesionales, su éxito o fracaso, me refiero al alumnado, vía pruebas y exámenes, unos detrás de otros, sin descanso, hasta llegar a considerar que lo único que importa, para celebrarlo o lamentarlo, es ver qué nota, qué calificación se ha sacado, sujetos en cualquier caso a las facilidades o no de su estatus real, económico, familiar y personal, para arrostrar y arrastrar la frustración o el éxito, a menudo engañoso, desde sus más cortas edades, ajenos al propio aprendizaje que parece que importe poco, según se haya decidido que el arte y el oficio del alumno consista en saber y dominar el ejercicio repetitivo de haber aprobar o no las ristras inacabables de exámenes, única razón de ser, por lo visto.